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Tribuna
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15 segundos

Olvidamos a menudo que un millón de civiles del sur de Israel viven sometidos a ataques con cohetes

Jorge Marirrodriga

Quince segundos es aproximadamente el tiempo que un lector emplea en leer una frase como esta tres veces. Pero para un millón de civiles en el sur de Israel es el lapso de tiempo que, desde hace 12 años, tienen para buscar refugio cuando suena una sirena. De día o de noche. En cualquier momento. Doce años organizando la vida cotidiana en torno a esos 15 segundos. La compra diaria, el traslado al colegio o un simple paseo. Cuando suena la sirena es seguro que a los quince segundos (tres frases) se oirán al menos dos explosiones. No hay un objetivo militar designado, ni un lugar seguro donde las bombas no caerán. Da igual un descampado, el patio de una guardería, una vivienda o un aparcamiento. El ataque es aleatorio con un solo denominador común: es contra población civil.

Basta darse una vuelta por ciudades como Sderot o Ashkelon para confirmar que el ser humano se adapta a todo tipo de situaciones. Todas las paradas de autobús son refugios, en los parques infantiles algunos de los columpios pintados con colores chillones son refugios, todas las viviendas tienen un anexo con una mínima ventana. Refugios. Los colegios tienen unos descomunales techos de hormigón y los patios de recreo son interiores. Refugios.

Los habitantes de Sderot saben quién les dispara según el color de
los restos del cohete
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Las personas que viven esta situación cotidiana, muchas de las cuales son adolescentes que no han conocido otra cosa en su vida, habitan en el interior de las fronteras delimitadas para Israel por Naciones Unidas en 1947. Y son de cualquier religión o grupo. Judíos o musulmanes, comerciantes o beduinos, escolares o jubilados. Hasta inmigrantes indocumentados. Civiles. Nadie puede acusarlos de ocupar nada ni de disparar contra nadie. Son civiles que viven de acuerdo a la legalidad internacional. Y son civiles que en doce años apenas han conocido un periodo de 60 días seguidos en los cuales no cayó ningún cohete.

Al igual que en otros lugares se pueden identificar las líneas de autobús o del metro por sus colores, los civiles de Sderot saben quién les dispara según el color de los restos del cohete. Verde, amarillo o negro tienen un significado muy preciso: Hamás, Yihad Islámica, Al Qaeda y otra miríada de organizaciones para las que la palabra negociación ni siquiera existe y la palabra paz pasa necesariamente por el aniquilamiento del Estado instituido por Naciones Unidas en el que viven ese millón de civiles bajo el fuego.

La cuestión es que cuando se colocan sobre la mesa todos los condicionantes que pueden impulsar un proceso de paz entre Israel y los palestinos se tiende a olvidar esos 15 segundos como si fueran un asunto menor. Curiosamente, muchos de quienes proponen soluciones los consideran una parte prescindible de la ecuación. Y cuando los ataques con cohetes se producen contra Jerusalén o Tel Aviv, como de hecho ha sucedido ya, se consideran una mera anécdota. Y un millón de civiles bajo fuego constante merecen, al menos, que se repare en ellos. Aunque sea durante 15 segundos.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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