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Un Marichalar en el exilio

Álvaro de Marichalar ha fijado su residencia y negocios en Moscú junto a su esposa de 24 años Ha abandonado España harto de los contenciosos que mantiene con la Junta de Castilla y León y del rol que se le atribuía en la opereta real

Álvaro de Marichalar, ante su caserío en la finca Garrejo, en Soria, con el cartel en homenaje a su abuelo, el vizconde de Eza, y la bandera de Tajamar de la Armada Española.
Álvaro de Marichalar, ante su caserío en la finca Garrejo, en Soria, con el cartel en homenaje a su abuelo, el vizconde de Eza, y la bandera de Tajamar de la Armada Española.CRISTÓBAL MANUEL

"Mamá, ¿tú tienes la llave de Numancia?”. En el asiento de atrás, dando tumbos por un maltrecho camino de tierra, Álvaro de Marichalar llama a la condesa viuda de Ripalda. Insiste en posar en las ruinas donde los numantinos resistieron el asedio de los romanos. “Estaban dentro de nuestra finca. Cuando mi abuelo las regaló al Estado, Alfonso XIII le dio una llave a cambio”, explica. Es lunes, y los lunes las ruinas cierran. Desde lo alto de ese cerro se divisa Garrejo, la finca de los Marichalar, a apenas medio kilómetro de Garray (Soria).

A falta de ruinas, optamos por su finca. Antes, nos lleva a ver la Cúpula de la Energía, cuyas obras se han paralizado por los recortes. Es la construcción estrella de lo que él llama “la ciudad de la mafia ambiente”. “Mira la que tienen aquí montada. Y después no me quieren conceder a mí la licencia para restaurar un caserón en mi finca. Soy el único de la provincia que llama públicamente mafiosos a algunas personas de la Junta de Castilla y León, y esa es la manera que han encontrado de joderme. ¡Si hasta me quieren expropiar los caminos!”. La alcaldesa de Garray, aduce que “no se le ha pedido ni más ni menos que a cualquier otro vecino que quiera hacer obra para un uso excepcional en suelo rústico. Y los caminos no son suyos. En su momento, la familia Marichalar solicitó permiso para poner una cancela por motivos de seguridad, cuando venía aquí la infanta. Pero ahora ya no tiene sentido. Ya les dimos una prórroga y ahora el asunto está en los juzgados”.

Álvaro es portavoz de UPyD por Soria. Fue él quien se ofreció a Rosa Díez. Y denuncia lo que considera injusto en la provincia de la misma manera en que defiende el patrimonio familiar: con furia numantina. Lo anuncia el lema que preside el caserón que lleva siete meses restaurando sin licencia: “Ecce beatificamus eos qui sustinuerunt”. “Aquí honramos a quienes resistieron”. Él ha hecho de esas palabras una consigna vital. Arrastra cierto orgullo herido. A principios de los noventa, se cantaban sus gestas. A lomos de una moto acuática conquistaba récords para España. Iba para figura mediática por méritos propios. Le llamaban, como se encarga de recordar, “el Indurain del mar”. Hasta el año 95, cuando se anunció el compromiso de su hermano menor, Jaime, con la infanta Elena.

Pasó a ser el hermanísimo, el cuñadísimo, un colorista secundario en la opereta protagonizada por la monarquía española. “Lo único que te voy a pedir es que no me nombres como hermano de mi hermano. Lo puedes decir así en tu reportaje. Porque es una auténtica losa en mi vida. Fui yo quien le presentó a la infanta. Yo tenía una vida social bastante prolija. Era relaciones públicas de Pachá y de Tartufo y estaba en mi grupo de amigos. Su prima Alexia de Grecia fue mi novia. Y pasó de ser él mi hermano a ser yo el suyo. Fue trágico para mí, devaluó mi vida como pequeño empresario y como deportista”. Aún hoy, a sus 52 años, cuando ostenta 11 récords mundiales y está a punto de acometer su 40ª travesía en moto acuática, que le llevará a cruzar el Pacífico, de Filipinas a Panamá, arrastra ese estigma. Se defiende al oír que quizá ese enlace propiciara que le llamaran más como conferenciante o aventurero. “Jamás, al contrario, es una putada para la autoestima”, insiste. “Antes, yo no me tenía que enfrentar a ningún prejuicio. Y, de repente, se pensaba que me dedicaba a vivir la vida, que todo me caía por ser ‘el hermano de’. Se me ha querido eclipsar cuando yo ya tenía mi camino”.

En un antiguo garaje, transformado hoy en almacén de aperos, pernocta la Numancia, su moto de agua. Esa embarcación, la más pequeña que culminó la tarea de cruzar en solitario el Atlántico, presidió la loma de Numancia el día de su boda con la ucrania Ekaterina Anikieva. Él tenía 49, ella, 23. Hoy resulta imposible verla por aquí. Fue ella quien le instó a marcharse de España. Desde hace dos años viven en Moscú. “Fue una decisión más de mi mujer que mía. Se agobiaba mucho en España y se sentía perseguida. Me suele decir: ‘Para que luego me digan de la mafia rusa, con la mafia política que tienes tú aquí’. Está encantada en su país, con 300 personas a su cargo en la empresa de su padre. Se dedican a fabricar muebles tipo IKEA”. Y se ríe cuando se le pregunta el nombre de su suegro. “Pues… ¡No sé! Es que yo siempre le llamo papusch. ¡Y eso que es más joven que yo!”. Lleva dos meses sin ver a su mujer, porque acaba de regresar de emular la travesía de Ponce de León a Florida.

Tras la boda real, se me quiso eclipsar, cuando yo ya tenía mi propio camino"

Detrás del verbo acelerado, la fachada de bon vivant —hoy reduce su prestancia a unas bermudas, polo y chanclas— y el humo del cuché, Álvaro de Marichalar sostiene que lleva toda la vida currando. A los 22 montó una empresa de instalación de antenas parabólicas. “Me he pateado los tejados de España y Marruecos”, narra ya almorzando en un mesón del pueblo. Fue ese negocio el que le llevó por primera vez a Rusia, hace más de dos décadas. Hoy se dedica allí a la compraventa de inmuebles. “Traigo a inversores rusos que compran aquí, sobre todo en Ibiza, en la Costa del Sol, en Gerona, en Canarias. También estamos reformando, para luego vender, el edificio donde vivimos en Moscú, en Patriarchi Prodi, una zona presidida por un estanque. Mi mujer conoce a todo el mundo allí. Nos movemos boca a boca. Intentamos hacer pocas operaciones, pero buenas”.

Se define como “más patriótico y monárquico que nadie”. Y nada le frena al opinar que “la infanta Cristina ha hecho un daño que hay que reparar. Porque ser infanta de España es una servidumbre, no un privilegio. Si ha traicionado su deber histórico con esa institución que pertenece a los españoles llamada monarquía, debería renunciar y decir: ‘Me arrepiento de no haber puesto coto a ese tiparraco de marido que tengo”.

En cualquier caso, insiste en que hoy en día no regresaría a España. “Los rusos me están tratando fenomenal. Es un país que deja al empresario hacer dinero. ¿Sabes lo que pago yo en Rusia? El 10% de impuestos. No hay IVA, no hay impuestos, tío. Cualquiera puede emprender un pequeño negocio. Y nadie te pone cortapisas. Ni multas, ni coñazos para abrir, ni horarios, ni te imponen el cinturón de seguridad, ni el casco, ni el parquímetro. Es un país donde haces lo que te da la puta gana, macho”. Y, tras el efusivo discurso, sale disparado a supervisar los últimos detalles de la obra, para volar después a su refugio moscovita antes de echarse de nuevo cuatro meses a la mar.

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