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Columna
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Esos jueces

Una serie de magistrados se están convirtiendo, para muchos, en los únicos interlocutores institucionales válidos ante las angustias de la sociedad

Rosa Montero

La apabullante abundancia de corruptos y las zozobras de la crisis están teniendo una consecuencia inesperada: la entrada en escena de un puñado de jueces que, de pronto, parecen haberse convertido en nuestra última esperanza. Qué mudables son las sociedades en épocas convulsas: en junio de 2012, un sondeo del CIS mostraba que el 58% de los españoles tenían poca o ninguna confianza en los jueces. Hace unos días, otro sondeo ha dictaminado que siguen siendo los profesionales menos valorados (no entraban los políticos), pero ojo porque la encuesta es diferente: ahora se pedía su puntuación y han sacado 59 sobre 100, o sea un aprobado alto. Creo que no hace falta ser del CIS para apreciar que, en los últimos meses, una serie de magistrados se están convirtiendo, para muchos, en los únicos interlocutores institucionales válidos ante las angustias de la sociedad. Y, así, admiramos a Mercedes Alaya, sola e implacable ante la marranada de los ERE (tiene una página de fans en Facebook que ya va por los 17.000 seguidores); y desde luego al juez Castro, que ha tenido el coraje y la dignidad de imputar a la Infanta, devolviendo al país la credibilidad en el sistema legal; y a Vigués, el decano de Valencia que hizo el informe contra los desahucios; y a los muchos magistrados que, desde Vigo hasta Lanzarote, se están negando a echar a la gente de sus casas. Estamos tan necesitados de héroes civiles, de poderes protectores y de paladines, que, de seguir así, los jueces se convertirán en el estamento estrella. Lo cual enseñaría a los políticos que recuperar el aprecio ciudadano es cosa fácil. Bastaría con dejar de perseguir ferozmente a quienes protestan (veo más violencia en las declaraciones políticas que en la mayoría de los escraches, según testigos) y con demostrar que por lo menos son capaces de escuchar el dolor de la calle.

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