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LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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El agua de la desigualdad

El modelo hídrico actual es ecológicamente inviable y humanitariamente insostenible. Los problemas no son de escasez, sino de mala gestión del recurso. Mejorarla es esencial para luchar contra la pobreza

ENRIQUE FLORES

La del agua es la historia de la humanidad, una preocupación constante en el origen del progreso de los pueblos. Las grandes civilizaciones nacieron y se desarrollaron cerca de o en torno al agua. Su carácter holístico, su complejidad, su naturaleza de poliedro platónico: el icosaedro, hace que tenga múltiples puntos de vista. No puede abordarse desde un solo ángulo. Ahora, abrumados por lo que se desmorona a nuestro alrededor, cuando buscamos nuevos paradigmas que nos lleven a recuperar la senda del progreso, perdemos de vista lo que emerge más allá de nuestro entorno cercano. Nos anega una inseguridad convertida en la nueva normalidad que destruye la confianza, perdiendo de vista que lo nuevo trata de abrirse paso. Desde la cuestionada abundancia de nuestro mundo desarrollado, tratamos de resolver el ahora sin pensar en un mañana que sin duda será distinto y olvidamos que hay otros espacios en donde las personas malviven. Ese mañana será imposible si no entendemos el agua, tal como ha ocurrido a lo largo de la historia, como el gran vector / bisectriz orientado hacia un futuro mejor en un plano definido por las coordenadas de bienestar y cooperación.

Naciones Unidas ha declarado 2013 Año Internacional de la Cooperación en la Esfera del Agua, en el marco de los Objetivos de Desarrollo del Milenio que afectan mayoritariamente al acceso al agua y el saneamiento. En 1948, la Declaración Universal de los Derechos Humanos olvidó incluir el agua como derecho fundamental. Se subsanó apenas hace dos años; pero dista de ser realidad en una gran parte del planeta. Le seguridad opulenta de Occidente, de las llamadas sociedades desarrolladas, está en el origen del olvido. Habituados a su disfrute como un producto más de uso y consumo cotidiano, sabemos lo que cuesta pero ignoramos lo que vale. Sin embargo, el agua tiene un papel articulador en el desarrollo de cada comunidad por su impacto en la calidad de vida. Ahora, quizá más que nunca, ocupa un lugar central en la exploración de respuestas para un mundo en crisis y sujeto a profundos cambios porque implica dinamismo, fluidez, libertad…

Hay demasiado ruido semántico en torno al agua. El discurso dominante, al igual que en otros grandes asuntos promovidos por Naciones Unidas como el hambre o el cambio climático, es habitualmente plano, enfático, repetitivo, burocratizado…, con escaso valor añadido, tintes abstractos y declaración de buenas intenciones, de principios trufados de números. Llega a los ciudadanos de modo más bien difuso, fragmentado, cuando no interesado. Hay que conectar el discurso con la realidad de las personas y debemos saludar que, en esta ocasión, se haya puesto el acento en la cooperación porque implica lealtad, alude a la gestión y el uso de los recursos hídricos entre protagonistas diversos, invita a actuar juntos con el objetivo común de alcanzar beneficios colectivos. Será una oportunidad para debatir, divulgar determinados temas y consensuar prioridades.

Habituados al disfrute cotidiano del agua sabemos lo que cuesta, pero no lo que vale

Hoy, lo que podemos y debemos compartir es el conocimiento. El conocimiento no compartido pierde todo su valor y capacidad dinamizadora de la humanidad. Los más afectados por los problemas son siempre los más desfavorecidos, los más vulnerables, los más pobres. Será una gran ocasión para reflexionar sobre un modelo renovado de colaboración basada en el conocimiento, diferenciada de la solidaridad y la caridad, conceptos ambos de reacción urgente y coyuntural, siempre condenados al olvido. El ciclo del agua y su influencia en el desarrollo de las sociedades no es un fenómeno novedoso, se remonta a las culturas hídricas que están en el origen de las grandes civilizaciones e impulsaron la economía, la cultura, el desarrollo social. El agua sigue siendo un sueño para casi 1.000 millones de personas.

La crisis que nos sobresaltó en 2008 ha distanciado dos polos: la necesidad de compartir y cooperar de la mayoría, frente a la voracidad de atesorar de la minoría. El agua requiere un nuevo enfoque que pasa por poner en el centro de las preocupaciones a las personas, porque es vital para su alimentación y calidad de vida. Motivos más que suficientes para combatir cualquier veleidad especulativa o depredadora. Al contrario, debemos poner el conocimiento atesorado al servicio de la humanidad: aplicar lo que sabemos y aprender, de nuevo, cada vez que aplicamos algo para revertirlo en otros lugares. Esa es la esencia de la cooperación, el trabajo compartido, la búsqueda de objetivos comunes que pasan por el dominio de la tecnología, la innovación, el planeamiento… El agua es una realidad global, pero su problemática concreta es siempre local.

Las personas, el género humano, son el centro de un triángulo cuyos vértices se interrelacionan: agua, energía y alimentos. Las previsiones de crecimiento de la población apuntan a que en apenas unos decenios seremos 9.000 millones de habitantes en el planeta. Los datos y realidades son insoslayables: los objetivos del milenio para 2014 no se van a cumplir, sobre todo en lo que concierne al saneamiento, aunque se ha mejorado sustancialmente el acceso. El crecimiento demográfico y el proceso de concentración urbana que vivimos representa más necesidad de alimentos, más agua para producirlos, más energía para transportarla. Agua y energía han sido realidades inconexas hasta finales del siglo XX. En Occidente no lo valoramos lo suficiente porque tenemos ambas cosas. Sin embargo, es un sueño para casi 1.000 millones de personas. Estas diferencias abismales nos hacen concluir que el modelo hídrico actual no es solo ecológicamente inviable sino también humanitariamente insostenible.

Los objetivos del milenio para 2014 no se van a cumplir en lo relativo al saneamiento

Ese triángulo remite otro formado por el talento, el conocimiento y el compromiso que a su vez implican capacidad de compresión y actitud receptiva ante las necesidades de los demás y las singularidades de cada lugar. Tierra / cultivos y personas / alimentos están expectantes ante una posible mejora. Ello, a su vez, generará innovación, tecnología, eficiencia…, desarrollo en fin. Un objetivo imposible si no prevalece la sensatez, a nivel local y global. La gestión eficiente de los recursos es un componente esencial de la lucha contra la pobreza en el mundo. Perviven visiones enraizadas en el pasado, en la cultura y el sentir de las personas que dificultan sintonizar con una nueva política del agua que responda a esta realidad cambiante y esté alejada de la avidez especulativa. Una nueva perspectiva trasciende la idea de negocio, entendido como mero resultado del manejo del ciclo de captación, tratamiento, distribución, depuración… sin tener en cuenta los desafíos, la forma de hacerles frente, el entorno y hasta la concepción del propio elemento. Debe traducirse en actuaciones concretas en cada lugar, compete a todos los agentes implicados. Estamos obligados a colaborar para dar paso al futuro. Los problemas del agua en el mundo no se deben tanto a la escasez como a una mala gestión del recurso. Es una cuestión de buena gobernanza: en las condiciones actuales, la búsqueda de un futuro de progreso exige más que nunca la colaboración entre los sectores público y privado, una buena orquestación de iniciativas y esfuerzos. De lo contrario, no encontraremos la salida del laberinto. Este ha sido el problema principal de países como España donde se ha confundido especulador con emprendedor, financiación con iniciativa.

Los ciudadanos, sus representantes, las instituciones, el ámbito de la investigación y la tecnología, las empresas, los medios de comunicación… todos, en definitiva, estamos convocados a aunar esfuerzos para construir un discurso comprensible, integrado, movilizador y ajeno a cualquier vacío ético. El cambio que necesitamos, ese nuevo paradigma a que aspiramos, solo será realidad con credibilidad, confiabilidad, institucionalidad. El planeta es un espacio global en donde saber compartir debería formar parte de la realidad cotidiana como esencia profunda del género humano. Son tiempos nuevos, en los que el bienestar, el progreso y la calidad de vida solo podrán abrirse camino compartiendo talento, tecnología y conocimiento para dejar de ser náufragos a la deriva, producto de una crisis cósmica.

Ángel Simón es presidente ejecutivo de Agbar y presidente de Aqualogy

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