Lima lo hizo
La alcaldesa peruana Susana Villarán, una política honrada que gasta con celo el dinero público, se enfrenta a las mafias del transporte, lo que puede acabar con su carrera
Resulta chocante que la honestidad de un político sea hoy en día noticia y que entre sus valores se distinga el de no tener la manía de bautizar con el nombre propio las obras sufragadas por todos. Son dos de los rasgos que mejor definen a la actual alcaldesa de la capital peruana, Lima, una ciudad de 8,5 millones de habitantes que se ha dejado conquistar, como tantas otras urbes de América Latina, por el coraje y el buen hacer una mujer dedicada a la política. Su nombre: Susana Villarán.
La prensa extranjera ha puesto en ella su foco y no porque sea la primera mujer en acceder a la alcaldía de la ciudad de manera democrática. Lo ha puesto porque su lucha por ordenar el transporte público —tarea pendiente desde hace décadas— y, de paso, combatir la corrupción, puede costarle el cargo. Una coalición política liderada por un abogado que, según algunos, trabaja para el anterior alcalde, está recolectando firmas contra Susana Villarán. Ha logrado más de un millón y, a pesar de que su popularidad sigue en alza, ya se ha fijado el mes de marzo próximo para realizar un referéndum revocatorio.
La ley peruana permite convocar este tipo de consultas. Su origen está en la lucha contra los políticos corruptos que se perpetúan en los cargos, pero paradójicamente puede servir ahora para descabalgar de la alcaldía a esta política que se culpa a sí misma de no haber sido capaz de vender sus éxitos porque da prioridad a la austeridad. Villarán tiene por costumbre gastar el dinero público con celo y mesura. De ahí que apenas haya invertido en publicidad y que lo construido no lleve su nombre, sino el lema de “Lima lo hizo”. ¿Por qué? Porque, dice la regidora, las obras públicas las paga el contribuyente.
El 17 de marzo se sabrá si la apuesta de Susana Villarán es acertada o sus opositores ganarán la partida. Cualquiera de los resultados vendrá a demostrar, en cualquier caso, la calidad democrática de Perú —en otras ciudades del subcontinente tanta valentía se ha pagado muy cara— y el valor de algunos políticos que, como ella, son capaces de acometer los planes que nadie se atrevió a iniciar sin colgarse más medallas que las que le tocan.
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