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Giro inesperado en la leyenda negra de O.J. Simpson

Fue absuelto de asesinar a su exmujer, pero siempre le acompañó la sombra de la duda Ahora un condenado a muerte se perfila como posible culpable

Yolanda Monge
Simpson, durante el proceso por asalto en Las Vegas que finalmente lo llevó a la cárcel en 2008.
Simpson, durante el proceso por asalto en Las Vegas que finalmente lo llevó a la cárcel en 2008.REUTERS

¿Y si de verdad no lo hizo? ¿Y si O. J. Simpson no asesinó a su exesposa y al novio de esta? ¿Y si lo que parecía un veredicto de inocencia teñido de racismo resultó ser lo ajustado a la verdad? O. J. Simpson no pasó ni un solo día en la cárcel por aquel crimen. Fue absuelto en 1995 tras 134 días de juicio después de menos de tres horas de deliberaciones del jurado –compuesto por ocho hombres negros, dos hispanos, un hombre de origen indio y una mujer blanca, la única que pertenecía al mismo grupo racial que las dos personas asesinadas, Nicole Brown y su pareja, Ronald Goldman–. Y, sin embargo, en un sector de la sociedad –el blanco– quedó la sensación de que no se había hecho justicia. Tanto fue así que dos años después, en un juicio civil, a O. J. se le declaró culpable de la muerte de Goldman y fue condenado a cubrir una multa de más de 30 millones de dólares. Nunca pagó esa sanción.

Si lo que declara el hermano de un asesino en serie que en estos momentos espera fecha para ser ejecutado en el corredor de la muerte de California es cierto, O. J. Simpson ha cargado injustamente con la etiqueta de asesino durante casi 20 años y no mató a su exmujer y al amigo de esta. Glen Rogers lo hizo. A pesar de haber asesinado a sangre fría a más de 70 personas –puede que 80–, Rogers es uno de los asesinos en serie menos conocidos de este triste capítulo de la historia americana. La pasada noche del miércoles, un canal de televisión estadounidense ofrecía un documental titulado Mi hermano, el asesino en serie. Según explica Clay Rogers –que enseñó a su hermano a robar, pero que también fue quien le entregó a la policía el día que descubrió el cadáver descompuesto de un vecino–, su hermano fanfarroneó sobre una relación con Nicole Brown. No solo contó en su momento que trabajó para ella y salieron de fiesta juntos, sino que explicó a quien le quiso escuchar que Brown “estaba podrida de dinero” y se la “iba a cargar”.

Familiares y amigos pensaban que Glen Rogers era un mentiroso compulsivo. Pensaron que faltaba a la verdad cuando se jactaba de haber acabado con la vida de varias personas. Por supuesto, no creyeron ni una sola palabra de su relación con la mujer rica y famosa de O. J. Simpson. Años después de los asesinatos que cambiaron la vida del jugador de fútbol americano y actor ocasional –mal actor–, cuando Rogers ya estaba condenado en el corredor de la muerte, el desconocido asesino en serie confesó a un experto en conducta humana que él era el responsable de la muerte de Brown y Goldman. Según el documental, hay pruebas que corroboran esta afirmación. Rogers ha descrito paso a paso el asesinato y parece conocer detalles que solo el asesino podía saber.

En una vuelta más de tuerca, resultó que Rogers conocía a Simpson. Según el asesino confeso, el deportista le pagó para que asaltara la casa de su exmujer y robara un par de pendientes de diamantes valorados en más de 20.000 dólares que le había regalado cuando todavía reinaba el amor entre ellos. Rogers asegura que Simpson incluso le dijo que si era necesario matara “a esa puta”.

Según el asesino confeso, Simpson le pagó para que asaltara la casa de su exmujer y robara un par de pendientes de diamantes

Hay casos que se niegan a morir. Casos que elevan las audiencias televisivas a cotas históricas y se instalan en la conciencia popular como referente de lo justo o lo injusto, dependiendo de a quién se consulte. En 1995, Simpson protagonizó el llamado juicio del siglo un proceso que marcó una nueva era en la televisión y reabrió la herida cerrada en falso del racismo en EE UU. La lectura del veredicto la vieron por televisión más de 150 millones de espectadores.

En libertad, Simpson vivió los siguientes años en una dudosa cresta de la ola. Dejó de tener ingresos conocidos. Incluso vio cómo un juez le embargó los percibidos por firmar autógrafos para pagar su deuda con la justicia. Simpson se difuminaba en el anonimato. Necesitado de reconocimiento –y, por qué no, de liquidez–, escribió un libro para venderse en plena campaña navideña de 2006 que nunca llegó a las librerías a pesar de que miles de ejemplares salieron de la imprenta y acabaron en la incineradora. News Corporation, del magnate Rupert Murdoch, decidió dar marcha atrás y retirar el volumen en el que el deportista relataba el crimen del que había sido absuelto. El titular no dejaba lugar a la duda y resultó ofensivo y cruel para los familiares de las víctimas. Si lo hubiera cometido, así es como sucedió.

Después de toda una década negando ser responsable de aquellos asesinatos, un arrogante Simpson quiso pasearse por los platós de televisión de la Fox para presentar el libro que describía cómo habría llevado a cabo los asesinatos. El público se quedó sin confesión a posteriori y no volvió a oír del ídolo caído hasta que, una vez más, pasó de ser un héroe deportivo a un villano.

O. J. Simpson había coqueteado con la cárcel más tiempo del que le permitió la suerte. El banquillo de los acusados finalmente le devolvió un veredicto de culpabilidad en 2008 tras ser condenado por robo a mano armada a dos coleccionistas de objetos deportivos en Las Vegas. Casi en un acto de ensañamiento, el deportista escuchó hasta 12 veces el veredicto de culpabilidad.

A sus 65 años y con las rodillas devoradas por la artritis, O. J. cumple hoy una condena de entre 9 y 33 años en una cárcel de Nevada. Simpson podría morir en prisión con esa sentencia. Aunque la suerte puede sonreírle de nuevo. Un juez aceptó a finales de octubre reabrir el caso por robo con arma de fuego y secuestro que le llevó a la cárcel por haber carecido de la defensa adecuada.

O. J. Simpson podría quedar en libertad y afrontar un nuevo juicio. Entonces subiría al estrado de los testigos por primera vez. En el anterior proceso no lo hizo porque su abogado no lo consideró necesario, algo que ahora juega a su favor. La tesis del juez es que tuvo una defensa plagada de fallos. La tarea es titánica. De su testimonio depende volver a ser un hombre libre o consumirse en la cárcel hasta el fin de sus días.

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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