El adelantado de Corea del Norte vive en Tarragona
El catalán Alejandro Cao de Benós ejerce de particular relaciones públicas de la república asiática Ante la imposibilidad de encontrar interlocultores oficiales a quienes preguntar por las mazmorras del régimen de Pyongyang, la prensa tiene que conformarse con él
La cháchara del tarraconense Alejandro Cao de Benós en defensa del totalitarismo norcoreano recuerda el palique del charlatán más famoso de la España de alpargata, León Salvador (1875-1949), imbatible en la venta de peines para calvos. “Debo de haberme vuelto loco, pero aún no he terminado”, decía en un tenderete de la Taconera de Pamplona. “Con las mismas 100 pesetas con las que se van a llevar la manta de Palencia, la de campo y la del abuelo, se llevarán también un modernísimo bolígrafo de bolsillo, con muelle de avance y retroceso, y un auténtico peine de carey”. Cuando se burlaban de su teatralidad, el feriante reaccionaba socarrón: “Ríanse, ríanse, pero yo le vendo un reloj por tres duros y me gano catorce pesetas”.
Al igual que la cotorra vallisoletana, aunque sin su éxito comercial, Cao de Benós se gana la vida vendiendo trolas: una Corea del Norte democrática, feliz, justa, ejemplar. Contrariamente a León Salvador, no invoca demencia cuando al paquete de embaucamientos agrega una república próspera, dichosa en su patriótica ignorancia. Si se le arrincona, él amenaza con colgar el teléfono. “La prensa occidental lo manipula todo con historias de vampiros”. El charlatán de La Pedraja de Portillo también tenía malas pulgas en el tajo: “Anda, niño, vete a ver cómo mea la mamá”.
Caos de Benós de Les y Pérez, de 38 años, tenía 16 cuando conoció a los primeros camaradas norcoreanos en Madrid. “Me identifiqué plenamente no solo con la ideología del presidente Kim Il Sung, sino con los principios y valores morales del pueblo coreano”. Su proselitismo se desarrolló primero en España, organizando conferencias y exposiciones sobre un país desconocido. Su irrestricta lealtad le permitió convertirse en el primer y único funcionario extranjero del país comunista. Actualmente es delegado especial del Comité de Relaciones Culturales en el Extranjero de la República Democrática Popular de Corea. El delegado exhibe un arsenal de argucias en sus frecuentes declaraciones a la prensa, atraída por la rareza del personaje y por la imposibilidad de encontrar interlocutores oficiales a quienes preguntar por las mazmorras del régimen o el atrevimiento indumentario de Ri Sol Ju, esposa de Kim Jong-un, el último al mando. La joven reapareció esta semana tras 50 días de sospechosa ausencia.
“Allí no existen los campos de concentración. Son centros de corrección moral e ideológica”, ha dicho
La facundia del mitómano se atreve con la manta de Palencia y el crecepelo. ¿Hay democracia en Corea del Norte? “Sí, una democracia popular, sin clases sociales”. ¿Y el pluralismo político? “Es lo que quiere el enemigo para infiltrarse y destruirnos”. ¿Y la prensa libre? “La prensa está para educar al pueblo, no para confundirlo”. ¿Y por qué no puede entrar en el país Amnistía Internacional? “Porque, al igual que la ONU, está al servicio de Estados Unidos”. ¿Y los campos de concentración? “No existen. Son centros de corrección moral e ideológica”, precisó en conversación con este diario hace un año. “Yo mismo he mandado a dos personas a campos de reeducación”. ¿Y la homosexualidad? “Es respetada, pero en privado. Los coreanos no son dados a la efusividad”.
“Me entrevistaron la CNN, Newsweek y Times y no publicaron mis declaraciones”, se quejó en una ocasión. No pocos medios de comunicación deciden ignorarlas por inverosímiles: para no comulgar con las ruedas de molino del fabulador de Tarragona, encargado de pastorear a periodistas, empresarios y curiosos con permiso de entrada en Corea del Norte. Juega siempre al trile, sabiendo que nada de lo que ocurre en ese país puede confirmarse oficialmente. Entonces exige al periodista pruebas. Al no recibirlas, habla de otra patraña del enemigo. Presume de acceso al vértice comunista, pero maneja información de intendencia, de andar por casa. Diseña páginas web y organiza viajes a Corea del Norte a 2.500 euros los 10 días saliendo de Pekín.
Manuel Ansede, redactor del desaparecido diario Público, contaba así los consejos de Cao durante una estancia en la amurallada nación asiática: “A todos los efectos eres veterinario y ejerces tu propio negocio en Madrid, Veterinario Ansede. Nuestras condiciones de entrada para cualquier persona que esté relacionada con el mundo del periodismo son superestrictas. El 99% son denegadas, y el 1% tardan unos cuatro años en conseguir el permiso, y los precios rondan los mil euros por día. Por eso es mejor no mencionarlo”. Durante los 10 días de viaje, este periodista se hace pasar por veterinario de cerdos en pequeños interrogatorios con funcionarios norcoreanos.
Organiza viajes a Corea del Norte a 2.5000 euros los 10 días saliendo desde Pekín
La denuncia de los periodistas que supuestamente incumplieron sus promesas de mesura informativa a cambio de visado retroalimenta el bucle discursivo de un español que viste uniformes y condecoraciones ad hoc: verde oliva para arengar contra el yugo capitalista, negro cuando guardó luto por la muerte de Kim Jong-il, y de hechuras diversas si se trata de divulgar la Idea Juche, el catecismo nacional, la verdad revelada por el fallecido Kim Il Sung: el hombre es dueño de su propio destino y puede transformar la naturaleza que le rodea.
Descendiente de los barones de Les, condes de Argelejo y marqueses de Rosalmonte, el adelantado de Pyongyang niega o justifica la represión ejercida sobre una sociedad militarizada, huidiza, sin Internet, avecindada con Marte. “Esto es una terrible dictadura policiaca”, comentaba el embajador cubano a dos periodistas que nos colamos en el país ocultando nuestra condición de corresponsales en Asia a principios de los noventa. Sin guías oficiales, husmeamos en lo posible, y lo visto nada tiene que ver con los cuentos del aristócrata venido a menos. En Corea del Norte todo sigue igual. También en el repertorio del joven tarraconense, que parece haber encontrado sentido a la vida al frente de una causa perdida. Cuando le acusan de falsificar la realidad, contraataca con ínfulas cervantinas: “Aunque el perro ladre, el tren de nuestra revolución avanza”.
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