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Columna
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Esplendorosas

Trillo, en su etapa de ministro, dijo que las playas gallegas lucían estupendas tras el naufragio del Prestige

Juan Cruz

La palabra Prestige evoca muchas otras palabras, y ninguna de ellas, salvo las palabras Nunca Máis, que nacieron con el barco hundiéndose, remite a gesto alguno de nobleza.

Sin embargo, ha pasado el tiempo y quienes quisieron echar tierra (lodo, más bien) sobre esas dos palabras (Nunca Máis) siguen con las manos limpias como si nunca hubieran tocado el chapapote moral de entonces.

Viene a la memoria, como un obús de rabia retrospectiva, aquella apertura de telediario dando cuenta de la persecución fiscal, ordenada por el Gobierno de Aznar, contra los organizadores de Nunca Máis. Querían saber, entonces, quiénes les pagaban, cómo se organizaban.

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Los trataban, desde los medios de comunicación que entonces habían orquestado la persecución de los civiles que alertaron sobre las consecuencias del vertido, como soldados extranjeros en una guerra patriótica. Como rufianes.

Aquello que ocurría no estaba ocurriendo, esa era la doctrina oficial. Aznar recurrió a la ironía para descalificar a los que ladraban su rencor por las esquinas y descalificó desde esa verborrea a los contrincantes políticos que asomaron la nariz por la zona, hasta que la asomaron personalidades de La Zarzuela y ya a él no le quedó más remedio que pisar chapapote.

Trillo es un poeta, o quiere serlo, de modo que agarró esa metáfora y se subió a ella con furia desdeñosa

Fueron tiempos muy oscuros de una época especialmente oscura de España, pues el Gobierno estaba tratando de intercambiar la realidad por la ficción y aquel incidente ennegrecía sus propósitos. Los ministros que debían estar al tanto del medio ambiente y de las obras públicas se desentendieron como si la mayoría absoluta fuera un piloto automático y ellos pudieran enviar la realidad, por muy pringosa que fuera, al quinto pino.

Pero de todas las cosas que ocurrieron no todas han venido a la memoria ahora, con ser significativas y audaces, así que, por ejemplo, se ha salvado Federico Trillo, acaso porque está en la bruma, perfeccionando lo que ya sabe de Shakespeare, pues diplomáticamente no se le oye mucho. Entonces Trillo era ministro de Defensa, y como tal pasó a la historia de las ocurrencias mucho más que por aquel micrófono abierto que le dejó decir “manda huevos” como presidente del Congreso. Como ministro, fue el que resumió como un poeta bélico la irrisoria incursión en Perejil, pero sobre todo fue quien dictaminó, mientras la costa gallega se volvía betún, que las playas estaban “esplendorosas”. Lo dijo en Telecinco (en una tertulia con Montserrat Domínguez, en la que la coincidencia puso a este cronista) y lo adoptó como un mantra con el que quiso disipar cualquier duda:

—Las playas gallegas están esplendorosas.

No era verdad, no fue verdad durante mucho tiempo, pero Trillo es un poeta, o quiere serlo, de modo que agarró esa metáfora y se subió a ella con furia desdeñosa, hasta que se quedó persuadido de que no veía visiones, cuando en realidad solo manejaba trampantojos.

Aquel adjetivo, “esplendorosas”, viene ahora a la memoria de aquel tiempo como la teoría que encabezaba un argumentario. Esa mentira era un estandarte que decía —“esplendorosas”— lo contrario de lo que ahora se recuerda. Así pues, honra a Nunca Máis, que denunció la mentira hasta el grito. jcruz@elpais.es

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