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Un ‘maillot’ amarillo con un pasado muy poco ejemplar

Superados el alcoholismo y sobrepeso, Bradley Wiggins, el primer británico que gana el Tour, se convierte en un ciclista de película

Luis Gómez
El ciclista Bradley Wiggins con su esposa Cath, el 4 de septiembre pasado en Londres.
El ciclista Bradley Wiggins con su esposa Cath, el 4 de septiembre pasado en Londres.GTRESONLINE

Si alguien duda de que el ciclista Bradley Wiggins merece que una productora de Hollywood haga una película sobre su carrera es que no conoce su pasado. Wiggins no es solo el primer británico que gana un Tour de Francia, hecho que no merece más comentario salvo para los propios británicos. No es solo el primer ciclista en pista que pasa de obtener medallas olímpicas en el velódromo a llegar con el maillot amarillo a los Campos Elíseos en París, hecho que merece todo el reconocimiento entre los sesudos expertos en ciclismo. Wiggins tiene algo que puede interesar al gran público, incluso al que no le atrae nada lo que haga un señor con una bicicleta: tiene un pasado. Una historia que contar.

Porque los deportistas acostumbran a ser jóvenes sanos sin pasado, que han consagrado infancia y juventud al ejercicio físico. Han vivido algo parecido a un sacerdocio. Por tanto, suelen ser aburridos. A diferencia de ellos, Wiggins tiene un pasado poco convencional: para empezar es hijo de Garry Wiggins, un australiano que es ciclista y que para ganar dinero usa toda suerte de productos estimulantes (muy usuales en esa época).

Es decir, un deportista poco ejemplar. Después de abandonar a su primera mujer, se casa con una inglesa, Linda, que tiene 17 años. Se la lleva a Europa, donde se disputan los grandes critériums ciclistas, y tienen un hijo al que llaman Bradley que nace en Gante (Bélgica, 1980). Además de las drogas, Garry abusa del alcohol y se convierte en un maltratador y en un ciclista pendenciero. Su mujer le abandona y huye a Londres con el niño. Él se enrolla con una camarera de Dusseldorf y sigue su carrera de drogas, alcohol y peleas.

Así que Bradley y su madre regresan a las afueras de Londres, donde Bradley tiene una infancia difícil en la que estuvo a punto de caer en la delincuencia. Ni era un buen alumno, ni era un chico de fiar. Por alguna extraña razón solo se sentía a gusto encima de una bicicleta, que sabía usar desde los dos años. Poco a poco esa sensación comenzó a ganar espacio en su vida y, aunque dejó el colegio, no se lanzó a la calle salvo para hacer kilómetros. En 1998 era campeón mundial júnior.

No es extraño que Bradley use una estética rockera, muy propia también de las barriadas londinenses y muy poco usual entre deportistas. Tiene personalidad propia y una carrera deportiva que tampoco es ortodoxa. Gana carreras en la pista, gana medallas en los Juegos Olímpicos, llega a ser campeón mundial, pero al mismo tiempo reconoce problemas con el alcohol. En esa época, su padre aparece en su vida y logra mantener una relación distante con él. Bradley es un campeón reconocido, pero sin dinero en el bolsillo: las medallas olímpicas te dan nombre pero no sanean tu cuenta corriente.

Bradley se casa con Cath, una exciclista, que le ayuda a salir de cierta propensión a beber cerveza en exceso. Tienen un hijo. Y decide probar suerte en las carreteras. Primero interpreta papeles muy secundarios en equipos de segunda fila: es un buen contrarrelojista y nada más, como cualquier otro corredor venido de la pista. Un culogordo, como se dice en el argot. Pero Bradley insiste. En 2008, conoce la noticia de la muerte de su padre como consecuencia de dos riñas consecutivas con exceso de alcohol. Cuando fueron a recoger sus pertenencias, su padre tenía una enorme carpeta donde había recopilado todas las noticias sobre los éxitos de su hijo.

Siguió ganando medallas en la pista y sufriendo en la carretera. Tomó entonces la decisión de adelgazar para poder aguantar las duras escaladas de las grandes carreras. En el Tour de 2011 termina en cuarta posición ante la sorpresa general. Ese fue el preámbulo de un buen contrato. Un año después, gana el Tour. ¿Merece o no una película este hombre?

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