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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Telón sobre Bo Xilai

Comienza el juicio por los hechos que han convulsionado al Partido Comunista Chino

El juicio contra la mujer de Bo Xilai, el poderoso dirigente chino caído en desgracia, que hoy comienza a puerta cerrada, es uno de los casos con mayor carga política en China en décadas. Gu Kailai está acusada de envenenar a un ejecutivo británico en noviembre pasado, en la provincia donde su marido reinaba.

Los acontecimientos que han conducido al proceso y sacudido al Partido Comunista han estallado en medio de la preparación del relevo que este otoño, como cada 10 años, escenificará el partido único para trasladar las riendas del poder a una nueva hornada de líderes, una transición que ocurre en un periodo crucial para la superpotencia.

De esa hornada de todopoderosos, que integran el sancta sanctorum del Politburó y que rigen sin el menor control democrático los destinos de la superpotencia, iba a formar parte Bo Xilai —una figura tan ambiciosa como controvertida— antes de que su jefe de policía contase en un consulado estadounidense que sospechaba de que Gu había cometido un asesinato y que su marido lo encubría. Bo fue destituido de su virreinato en Chongqing y apartado del Politburó. Se le supone en custodia esperando su definitivo eclipse.

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El juicio contra Gu Kailai tiene pocos secretos. Su suerte está ya decidida por quienes se aprestaban a acoger a su marido en el epicentro del poder y ahora lo han laminado. El tribunal se limitará a vestir jurídicamente las órdenes recibidas. Por si hubiera alguna duda, la agencia oficial de noticias Xinhua asegura que la evidencia contra ella es “irrefutable y sustancial”. Lo que de verdad importa del caso es hasta qué punto este culebrón político ha levantado el velo sobre las miserias del PC chino, un mundo tan rufianesco, sin escrúpulos e inmisericorde en su lucha por el poder como el que la propaganda comunista achaca a las democracias occidentales.

En estos meses, y a través de Internet y los blogs, los chinos han conocido aspectos de la familia Bo absolutamente incompatibles con el supuesto papel moralizador que el partido, vanguardia del proletariado, se atribuye. Y lo que es peor, e inquieta más a unos dirigentes cuyo control omnímodo del poder es cada vez menos sostenible, también saben que el estilo de vida y la fortuna amasada por la pareja no son una excepción, sino algo cada vez más corriente entre los políticos chinos y su casta suprema, los princelings, a la que Bo pertenecía.

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