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Cómo ser Mario Casas y sobrevivir al Festival de Málaga

El director de 'Tres metros sobre el cielo' relata su experiencia en el festival de cine Presentó un avance de 'Tengo ganas de ti', protagonizada por la estrella de la taquilla española

Fernando González Molina, rodeado de Mario Casas y Clara Lago, protagonistas de su película 'Tengo ganas de ti', y Ramón Salazar, guionista.
Fernando González Molina, rodeado de Mario Casas y Clara Lago, protagonistas de su película 'Tengo ganas de ti', y Ramón Salazar, guionista. GTRESONLINE

Imaginaos la escena: hotel AC de Málaga, centro neurálgico de la vida social del festival de cine. Seis de la tarde. En unos minutos se presenta en el certamen un adelanto de nuestra nueva película, Tengo ganas de ti, secuela de Tres metros sobre el cielo. El operativo es realmente impresionante. Decenas de coches mueven a los invitados desde el hotel al Teatro Cervantes, y cientos de personas —adolescentes en su mayoría— esperan la salida de cualquier actor o actriz para jalearles.

Poco importa si lo conocen o no, o si han visto alguna de sus películas. La histeria colectiva que acompaña estos días a Málaga hace que cualquier persona vestida con un traje de noche sea susceptible de ser tratada como Brad Pitt. Mientras mi productor y yo esperamos en el hall del hotel, aparece Mario Casas, el protagonista de la película. Las chicas que esperaban en la calle se lanzan contra los cristales de la recepción, como en un capítulo de The walking dead, aplastando sus caras contra las ventanas, desesperadas por estar cerca del actor.

Con un temple que me alucina, Mario sonríe y las saluda mientras me mira y me susurra: “Mira la que has liado”. A partir de ese momento, todo se convierte en una escena de El guardaespaldas. Salida del hotel, empujones, gritos, llantos. La barrera de seguridad se rompe y las chicas zombie se abalanzan contra Mario. La policía corre desde el otro lado de la calle y alguien trata de arrancarle el pelo al actor. Pienso en algo que siempre me decía un amigo: el amor duele. Y tanto. El pobre Clemente, que nos acompaña en este viaje de promoción para salvaguardar a Mario —y para que llegue vivo al estreno—, trata a duras penas de sacarlo de allí, y al mismo tiempo, con mis brazos, también yo intento protegerle literalmente de su propia fama. Me siento más conectado con el público de mis películas que nunca.

Conseguimos subirnos al coche y decenas de fans lo golpean, no entiendo muy bien con qué propósito. Miro fascinado a Mario, que sigue sonriendo, saludando a un lado y a otro. Una chica se abalanza contra las lunas, se baja la camiseta, nos enseña un pecho y le hace unas proposiciones al actor que no sé si puedo repetir en este periódico. Decenas de personas nos siguen corriendo en dirección al Teatro Cervantes. Y en ese momento no puedo dejar de pensar en cuál es el misterioso mecanismo que hace que todas estas personas se movilicen de esta manera. Qué hace que esperen horas para conseguir un autógrafo no sólo de Mario, sino también de Goya Toledo o Elena Anaya. Y por qué esa misma gente luego no acude al cine en masa para ver las películas que protagonizan.

¿Qué estamos haciendo mal? Tal vez esa entrega que sienten por parte de los actores en el festival, esa sensación de que están ahí por ellos, no la reconocen después en las películas que hacemos. Aunque corra desesperado detrás de un actor, el público es listo. Sabe cuándo trabajamos para ellos, cuándo estamos en las salas de cine por ellos. Mientras no les prestemos atención y no les contemos historias que les interesen, no perseguirán nuestras películas como zombies malagueños sedientos de autógrafos. O eso creo. No hablo de contar historias que solo interesen a la mayoría. Ni de la dictadura del blockbuster. Hablo de que cada historia tiene que tener su público, desear llegar al corazón o al cerebro de alguien. Porque trabajamos para la gente, les hacemos soñar. Vibrar. O incluso enfadarse. No sé, será que yo también soy un poco fan loco y les comprendo bien. Sino que se lo digan a Madonna. O a Natalia Verbeke.

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