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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Vuelve la tensión

Un acuerdo político sobre cómo salir de la crisis ayudaría a vencer el recelo de los mercados

La economía española se ha situado de nuevo en el foco de atención de los inversores y de las autoridades comunitarias. Esta atención responde a las crecientes dudas sobre la capacidad de cumplir los objetivos de déficit (5,3% del PIB este año, con una posición de partida del 8,5%). El caso es que el diferencial de la deuda española está sometido a fuertes tensiones en las últimas semanas y ayer llegó a superar los 390 puntos básicos después de una subasta del Tesoro que se cerró con dificultades. Los mercados no creen que el ajuste propuesto por el Gobierno sea viable y aplican a España la misma regla contradictoria que usaron en los casos de Grecia y Portugal: exigen recortes de gastos para confiar en la deuda española pero, a continuación, retiran la confianza porque la contracción presupuestaria impide el crecimiento. Mientras, el paro sigue creciendo (el registrado aumentó en marzo en más de 38.700 personas) y se da por muy probable que en 2013 la economía seguirá en recesión.

Los optimistas aseguran que las autoridades comunitarias empiezan a ser conscientes de la gravedad del problema. El presidente del BCE, Mario Draghi, declaró ayer que los mercados esperan que los Gobiernos apliquen reformas y que el crecimiento debe proceder de esas reformas. Como discurso teórico no está mal, pero Draghi, y con él Alemania, Francia y Bruselas, deberían precisar qué tipo de reformas producen crecimiento. Desde luego, no un recorte presupuestario tan drástico como el aplicado por España para 2012; ni la reforma laboral, ni la financiera. Todas estas decisiones reducen el empleo, dañan la demanda y comprimen la actividad, al menos a corto plazo. Es posible articular reformas que favorezcan el crecimiento económico. Por ejemplo, una reforma en profundidad de la Administración pública reduciría el gasto, no perjudicaría los ingresos públicos y no dañaría el consumo. Pero una reforma así no puede hacerse en semanas ni en meses. Choca con la exigencia de una reducción perentoria del déficit.

Draghi está preocupado por la eficacia de sus medidas extraordinarias de liquidez. Y hace bien en estarlo, porque muy pocos euros se han filtrado a la economía real y el dinero de vuelta a las ventanillas del BCE no cesa de aumentar. Ni siquiera se dirige a comprar deuda nacional. Además de exigir contracciones presupuestarias radicales, las instituciones europeas deberían coordinar estrategias de crecimiento, de forma que los países con políticas drásticas de ajuste contasen con la demanda exterior de quienes no están obligados a dichas políticas.

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La zona euro debería contar con margen de maniobra para estimular o mantener la demanda de los países que atraviesan por una recesión persistente. Nadie en su sano juicio cree que las reformas son la única vía de crecimiento, sobre todo cuando lo que se entiende por reformas es un hundimiento de las rentas. En el caso concreto de España, ayudaría que el Presupuesto tuviese un amplio apoyo político. Una posibilidad tan lejana como necesaria.

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