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LA PARADOJA Y EL ESTILO
Columna
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Un coqueto submarino

"Asistimos a los premios de la revista 'Shangay'. Y como es tradición en las buenas fiestas gais, ¡la mayoría es heterosexual! Ya ocurría en Studio 54, pionera en vincu­lar recesión con mariconeo"

Boris Izaguirre
Paloma San Basilio, actuando el martes pasado en los premios de la revista ‘Shangay’, en Madrid
Paloma San Basilio, actuando el martes pasado en los premios de la revista ‘Shangay’, en MadridRENATO SAAVEDRA

Es tan inquietante como habitual que el glamour no consiga superar la testosterona. Pero en cualquier photocall son siempre las mujeres las que saben y deben explotar todas la aristas de este universo. Las poses, el despliegue de vestuario, la exposición de sus dentaduras y escotes. Pese a que, en Madrid, Mario Vaquerizo hace lo indecible por transformar esta situación, siempre observamos primero a su esposa, Alaska. Una aparición femenina siempre seduce más al público, mientras el varón normalmente se difumina en el plano.

En cambio, cuando los líderes sindicales, Cándido e Ignacio, se dejan fotografiar, no se difuminan, se solidifican. Nos asombran sus similitudes, como si estuvieran decididos a instaurar un uniforme corporativo, que consiste en idéntica camisa pálida completamente abotonada, reloj submarinista, gafas y mismo gesto al tomar la taza del café, sin posibilidad alguna de meñique levantado. La otra mano, la derecha, cómodamente cerca de la entrepierna. Es la imagen de la masculinidad sin esfuerzo pero esforzada. Rocosa. La de nuestros padres atrapados en sus compromisos adultos.

Unos días antes, Mariano Rajoy aterrizaba en Seúl, descendiendo del avión presidencial con una gabardina larga y oscura que lo convertía más en un exmiembro del FBI devenido en fiscal especializado en todo tipo de recortes que en un mudo primer ministro en apuros. Pase lo que pase con el euro, con el mundo laboral o con las armas atómicas, un hombre serio no debe preocuparse por el atuendo, ni por las poses; eso será siempre territorio de las mujeres, que, por cierto, siguen sin aparecer en ninguna de estas fotos de cumbres sobre control o descontrol de armamento. Ellas disponen de su propio arsenal.

Cameron baja a la fosa de las Marianas y Rajoy nos guía a la nuestra. Si el futuro nos espera ahí abajo, que sea con una fiesta, gay, a bordo como la de ‘Shangay’

Aunque glamour y photocall parecen armas afines a otra época, en Madrid, la que fuera la capital de las alfombras rojas, se entregaron los undécimos premios de la revista Shangay, que recompensan todo aquello que de alguna manera reivindique la opinión gay en nuestro país. La fiesta siempre ha tenido puntito alternativo, pero este martes tuvo también brillo comprometido, en parte porque lo presentaba como nunca La Terremoto de Alcorcón (sublime su reinterpretación de la Madonna del Super Bowl) y en parte porque no hay mejor entrega de premios que una entre amigos, nuevos enemigos y curiosos atractivos esforzándose por decir algo trascendental. Mezcla total. Desde la visión científica del doctor Clotet instando a no bajar la guardia en la búsqueda de la vacuna contra el sida hasta la emotividad de Miguel Bosé, anhelando un futuro sin prohibiciones para sus hijos; hasta el beso viril entre dos sex symbols, Aitor Luna y Asier Etxeandia, que se unieron en ese arrebato asalvajado que se insiste en asociar con la homosexualidad. Como es tradición en las buenas fiestas gais, ¡la mayoría es heterosexual! Lo gay se ha convertido poco a poco en una causa bien vista. Esto pasaba ya en la época de Studio 54, los primeros en vincu­lar recesión con mariconeo. A todos los presentes en los premios se nos olvidó mencionar a Daniel Zamudio, el estudiante asesinado recientemente por neonazis homófobos en Santiago de Chile. El olvido subraya las diferencias que aún persisten sobre este tema entre España y Latinoamérica. La fiesta en Madrid era desenfadada, muy lejos de aquel terrible escenario. En ella se celebraba la libertad, el humor y el respeto a la diferencia, opción que en otros países en nuestra misma lengua sigue siendo un riesgo.

El clásico atasco en el photocall fue señalado como responsable de que los invitados no pudieran sentarse a tiempo. La feliz despreocupación de la fiesta permitió momentazos como el de Marisa Paredes, Luz Casal y Miguel Bosé, de improviso subidos al escenario para interpretar Un año de amor, la canción de Tacones lejanos que reúne a los tres en la película. Por todo eso, la fiesta de Shangay debería hacerse espectáculo didáctico en gira por otras ciudades del país y por Latinoamérica. Que todos puedan ver volar por los aires a La Terremoto. Alucinar con que una estrella de ¡Hola!, Adriana Abascal, descienda por una escalera a premiar a Paloma San Basilio, la diva que regresa con un disco poselectrónico fino, destinado a ser fuente de himnos para el verano. Durante la velada se la comparaba incesantemente con Cher. Pero San Basilio hoy parece seguir más la estela de Madonna, en la lucha por demostrar que la estrella madura dura más. Que algunas saben prolongar sus carreras más allá de la fecha impuesta por otros. Que atreverse ayuda contra la recesión.

En la víspera de la huelga general, los restaurantes de moda en la capital estaban a rebosar; la mañana siguiente, la ciudad se despertó entre sirenas y helicópteros. Quizá reflexionando sobre la reinvención, quizá asumiendo que somos un país a rescatar. Que bajar tres puntos de déficit al final sea una misión imposible. Mientras, James Cameron, el director supertaquillero, descendía hacia el abismo de la fosa de las islas Marianas, para documentar la investigación de un territorio más desconocido que la Luna. Lo hizo a bordo de un coqueto submarino rodeado de especies raras y fluorescentes que de seguro estarían divinas en los próximos Shangay. Una coincidencia esa visita a la fosa de las Marianas en los días en que Mariano nos conduce en silencio a ver la nuestra. Si el futuro nos espera al fondo del mar, que sea con una fiesta, gay, a bordo.

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