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Columna
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Andamios

En este país, desde la posguerra se estaba abriendo un compás hacia el optimismo que ahora parece cerrarse

Manuel Vicent

Los albañiles ya no cantan en los andamios. Es un hecho constatado. Puede que no canten porque ven amenazado su puesto de trabajo o porque ya se han extinguido los pasodobles, el repertorio de siempre. En todo caso el silencio de los andamios significa, más allá de la crisis económica, que en este país se ha pasado página al libro de la historia. Había miseria y dictadura cuando en cada bastida un paleta o algún peón canturreaba las coplas de Antonio Molina o de Juanito Valderrama, que solo interrumpían para lanzar un grito ibérico si pasaba una chica explosiva por la acera. En efecto, eran tiempos duros, de odio y anís del Mono, pero en este país desde la posguerra se estaba abriendo de forma inexorable un compás hacia el optimismo, el mismo que ahora parece cerrarse. Desde el hambre y la sórdida penumbra, color tábano, cada paso siempre era hacia la luz del fondo del túnel. Se acabó el racionamiento; se cambió la alpargata por los zapatos de Segarra y el pollino por la vespa; llegó la nevera a la cocina, el televisor al salón, las turistas con el bikini a las playas; cantaban los Beatles y las chicas se dejaban besar. La expansión económica generó a la clase media del 600 y del pollo al ast. Triunfaban las gambas al ajillo después de misa de doce. La muerte del dictador trajo la libertad. Con la especulación inmobiliaria, bajo la cruz de las grúas, los albañiles entonaban canciones melódicas, a medias con el chirrido de las poleas y el contrapunto de las herramientas. Hoy nadie canta mientras trabaja. Se trata de un fenómeno extraño. El silencio de los andamios se corresponde con el que se ha producido en los patios de vecindad donde las criadas vertían las coplas de La Piquer. Puede que hoy la vida no esté para coplas, puesto que el compás se está cerrando hacia la penumbra de mañana y la crisis después del despilfarro amenaza con meternos el pie de nuevo en la dura horma de los zapatos de Sagarra. Las grúas paralizadas, que antes izaban hasta el cielo los huevos de oro del especulador, se han convertido en árboles del ahorcado, en cruces de otro calvario y las obras paralizadas están a merced de los murciélagos y de las ratas. El silencio de los andamios es, en realidad, la última canción protesta, la música callada de los corderos.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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