La extraña pareja
CiU y PP pactan la reforma social y económica mientras alimentan la tensión identitaria
El Parlamento catalán aprobó el miércoles la ley que permitirá al Gobierno de CiU incrementar los ingresos mediante el copago de un euro por receta médica o una nueva tasa turística, entre otras medidas. Como en todas las votaciones decisivas, CiU sacó adelante la ley gracias al PP, con lo que Cataluña se está convirtiendo en el laboratorio en la aplicación de una agenda de recortes sociales que, más allá de las críticas de aquellos que la consideran peligrosa para el Estado de bienestar, parece destinada a ensayarse también, de una forma u otra, en el resto de España.
Esta nueva muestra de sintonía contrasta con el fuego graneado que los medios próximos a CiU en Cataluña y los próximos al PP en el resto de España se lanzan mutuamente en cuestiones identitarias, alimentando de forma irresponsable los vientos de la discordia. Ambos partidos obtienen así un buen rédito político, tanto de sus coincidencias en el modelo económico como de sus divergencias discursivas en cuestiones de identidad.
La actitud del PP ante el Estatuto catalán no ha sido impedimento para que CiU gobierne de hecho con su estrecha colaboración en Cataluña. Los coqueteos de CiU con la insumisión fiscal y su sobrevenido independentismo no son óbice tampoco para que el PP acepte con gusto su apoyo, incluso cuando no lo necesita, a la hora de aprobar su agenda económica y social. El PP apoya en Cataluña los recortes de CiU e incluso reformas como el regreso al control gubernamental de la radio y la televisión públicas autonómicas, mientras CiU hace lo propio en el Parlamento español con la reforma laboral o una subida de impuestos que ambos habían negado en la campaña electoral. Esta relación adquiere tintes impúdicos cuando el Gobierno del PP indulta a dos cargos de CiU condenados por un caso de corrupción que benefició al partido catalán.
Mientras, ambos alimentan la brecha en el terreno de los símbolos y las identidades catalana y española, con un discurso en el que separatistas y separadores se sienten muy a gusto y que no es más que una estrategia propagandística con la que cada uno trata de maximizar la caza de votos en su respectivo coto electoral.
Esta es una actitud irresponsable, porque juega con algo muy sensible e incontrolable: los sentimientos. Que Jordi Pujol se haya sumado a este discurso es mal síntoma. Se ha pasado de una relación de lealtad institucional, a la que, por convicción o por fuerza, Pujol contribuyó durante sus 23 años como presidente, a una relación de enfrentamiento identitario en la que las instituciones se convierten en mero instrumento de intereses partidistas.
El resultado es que la incomprensión crece a ambos lados del Ebro. Artur Mas amaga con la independencia, y cuanto más amaga, más abarca en Cataluña, pero más crece también el anticatalanismo en el resto de España. El PP amaga con una nueva recentralización y cuanto más amaga, más crece en Cataluña el sentimiento antiespañol.
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