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Columna
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Tres tristes torres

El Consell que presidía Francisco Camps pagó entre 2005 y 2007 -en cuatro tandas y siempre mediante cheques nominativos- un total de 15,2 millones de euros al arquitecto Santiago Calatrava, autor del diseño de los tres rascacielos que, en tiempos de la euforia del ladrillo, nuestros gobernantes soñaron con levantar en un solar junto a la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia. La citada cantidad se ha conocido ahora a raíz de un escrito de la Fiscalía de Valencia. Porque hasta ahora solo se sabía que el Consell había pagado a Calatrava un anticipo de 2,6 millones de euros por unos planos y una maqueta que, eso sí, se presentaron a bombo y platillo -incluso varias veces- a mayor gloria de nuestros gobernantes, que se hicieron las correspondientes fotos junto al famoso arquitecto y sus llamativos diseños.

El asunto ha sido objeto en los últimos años de numerosas iniciativas parlamentarias. Los grupos de la oposición en las Cortes Valencianas han preguntado una y otra vez sobre el proyecto y sus costes, y por los compromisos que el Consell adquirió con Calatrava con motivo de la espectacular iniciativa. Y la cifra de 15,2 millones de euros no había salido por ningún lado. La explicación de la portavoz del Consell, Lola Johnson, inquirida sobre por qué siempre que se ha preguntado al Consell sobre el coste de este proyecto sólo se ha hablado de los 2,6 millones es que "hay distintas partidas". La portavoz entiende que "se preguntaría por una alguna partida en concreto y ahora el auto detalla las partidas". Es decir, que la oposición no sabe preguntar.

Más allá del cinismo y de la resistencia a reconocer la verdad -esto es, la deliberada ocultación del asunto- que revelan las respuestas de la portavoz, más allá de lo obscena que ahora, en plena crisis, nos pueda parecer la megalómana operación de las torres, hay algunas cuestiones que el Consell tiene que aclarar.

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Por una parte, la oportunidad de la iniciativa, sin duda enmarcada en la ola de la euforia por el ladrillo, los grandes eventos y los proyectos emblemáticos en la que por entonces se habían encaramado nuestros gobernantes. ¿Quién fue el iluminado que parió la idea de construir tres rascacielos en un solar que presentaba problemas legales -por la titularidad de los terrenos- y técnicas -por la altura que alcanzarían los edificios, en plena senda de planeo de los aviones que aterrizan y despegan en el aeropuerto de Manises y que en su día ya motivó la retirada del proyecto de la torre de telecomunicaciones proyectada en la misma zona, también por Calatrava, faltaría más- y cuya viabilidad económica nadie justificó en su momento, al menos que se sepa?

¿Quién, conociendo las dificultades técnicas que acompañan a todos los diseños de Santiago Calatrava, decidió que con los dibujos y la maqueta que este presentó compraba un proyecto constructivo? ¿No preguntaron a los técnicos que en esos años trabajaban en las obras del Hemisféric, en las del Museo de las Ciencias, en las del Palau de les Arts? Porque, si les hubieran preguntado, se habrían enterado de que en todas ellas se encontraron con problemas a la hora de plasmar en cemento lo que se veía en los dibujos de Calatrava. Este, parece, no termina sus proyectos. Como consecuencia de ello, las obras se encarecían y se retrasaban de forma alarmante. ¿Lo que compró el Consell era un proyecto constructivo que pudiera permitir, llegado el momento, si es que ese momento llegaba algún día, emprender las obras? ¿Dónde está ese proyecto? ¡Que lo enseñen!

Pues nada de todo eso ha pasado. El Consell pagó alegremente más de 15 millones de euros. Y lo ha ocultado. No se sabe a ciencia cierta si todo ese dinero fue a parar a la cuenta de Calatrava o si, aprovechando que este reside y cobra en Suiza, se hizo algún aparte para alguien, a cambio del favor que sin duda suponía el hecho de comerse un proyecto -uno más- de dificilísima realización. Desde luego, el arquitecto no va a aclarar nada, porque, en su línea habitual, ya se ha apresurado a decir, a través de un portavoz, que no van a hacer declaraciones al respecto. Pero el Gobierno valenciano sí está obligado a hacerlas, y no precisamente en la línea de la intervención de su portavoz, Lola Johnson, quien arguye que, al pagar los 15,2 millones de euros a Calatrava, el Consell es el "dueño" del proyecto y lo puede vender, o incluso ponerlo en marcha si llegan tiempos mejores. Una huida hacia delante. Porque si lo de la venta, a la vista de la experiencia con los diseños de Calatrava, resulta poco menos que inverosímil, lo de ponerlo en marcha es simplemente una quimera, dadas las actuales circunstancias económicas. Y todo para eludir la respuesta a la pregunta del millón: ¿Por qué se ocultó -incluso a la Sindicatura de Comptes- el pago de los 15,2 millones de euros a Calatrava por el proyecto de las tres tristes torres?

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