_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Josep Lluís Blasco, en la memoria

Conocí a Josep Lluís Blasco antes de que, por así decir, fuera Josep Lluís Blasco, seguramente cuando estudiaba en la Universidad, en un cine-club dominguero en el que el gran Ángel Carrasco, una vez se abría el coloquio después de la proyección de la película, demandaba en vano alguna intervención del público para acabar indefectiblemente reclamando directamente a Blasco que dijera alguna cosa para abrir el fuego. Y allá que iba Blasco, siempre sentado en las primeras filas, con su voz perpetuamente afónica, para dirigirse a los asistentes con alguna observación curiosa o especializada sobre un plano de Rosellini o una panorámica de Berlanga. Me parece que disfrutaba de la incomodidad de estar en primera línea en ese ligero combate, porque una vez encarrilado el coloquio acostumbraba a guardar un discreto silencio, como si ya hubiera alimentado lo suficiente esa tarde de domingo con su intervención germinal.

Muchos años después me lo volví a encontrar, siendo el Blasco que muchos conocimos ya de adultos, en las comidas del bar Chillarón, en la plaza del Xúquer, donde coincidíamos personas muy diversas en su edad y condición, como Marqués, Celia Amorós, Rafa Beneyto, Ernest García, Enric Casabán, y tantos otros, y en la sobremesa se montaban las trifulcas más inverosímiles a cuenta de las especialidades académicas de cada uno de ellos, así que supongo que el estupor del resto de clientes del lugar debía ser absolutamente grandioso.

Un buen día, en un autobús urbano, escuché, sin querer hacerlo, una conversación sobre Blasco, de antiguos compañeros de Instituto, por la que supe que a Blasco le llamaban entonces "Blascus, cus, cus, el Pirata". Con una revelación de tanta enjundia, no tardé en hacérselo saber a Blasco en una de nuestras comidas. Se mostró asombrado de que estuviera al tanto de ese detalle, y durante algunos meses mostró su insistencia por saber cómo había logrado saberlo. "Por el transporte urbano", respondía yo invariablemente, lo que no hacía sino acrecentar su curiosidad por las fuentes de esa información.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Jamás se lo puse en claro, a fin de tenerlo ligeramente en ascuas, pero ahora que le rinden tan merecido homenaje pienso que esa era una de las pocas cosas que le faltaban por saber. Lo siento, muchacho.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_