La guerra por el imperio Murdoch se libra en casa
El escándalo de 'News of the world' no es el único terremoto que sacude al magnate de los medios de comunicación. Sus hijos, enrocados en un complejo juego de tronos, compiten por la corona del octogenario padre, mientras este les contempla entre distante y divertido
Las familias millonarias, cuando son felices, son todas felices del mismo modo. Pero cuando son infelices, cada una es infeliz a su manera. Más si hay un fondo de inversiones de 6.100 millones de dólares en el cofre de un anciano patriarca, con seis hijos de tres mujeres distintas. El clan Murdoch regenta un imperio mediático sobre el que nunca se pone el sol. Las propiedades de News Corporation, la empresa fundada y dirigida por el patriarca Rupert, abarcan cuatro continentes. Y desde hace más de una década hay una encarnizada lucha fratricida por controlarlas. Los hermanos Murdoch están enrocados en un complejo juego de tronos, compitiendo por la corona de su padre. Mientras, este les observa divertido.
Lachlan aprendió por la vía amarga que la consanguinidad no era garantía de nada
"Soy la mejor per-sona para arreglar esto", se indignó Rupert cuando le sugirieron delegar
Se dice que James, a diferencia de Lachlan, no aspira a ser como su padre: es como él
La prudente -algunos dirían que cruel- distancia del padre ha tenido sus consecuencias. El pasado mes de julio, el mundo entero vio a Rupert, que a sus 80 años es uno de los hombres más poderosos del planeta, en uno de sus momentos más duros. Empequeñecido en una silla, respondía ante una comisión del Parlamento del Reino Unido por uno de los mayores escándalos de espionaje del país, protagonizado por uno de sus tabloides, News of the World. Rupert parecía aturdido e irritado. Algunos legisladores le preguntaron si no era hora ya de entregarle el cetro a alguno de sus hijos o colaboradores.
"¡No!", exclamó, indignado. "Yo soy la mejor persona para arreglar esto". De repente, de la nada apareció un desconocido que intentó estamparle un plato de espuma en la cara. Aquel momento decisivo, captado por las cámaras de televisión, demostró a la perfección quién es y cómo está en este momento Rupert. Tras él, su mujer, Wendi, de 43 años, saltó iracunda para golpear al atacante. A su derecha, su hijo James, de 38 años, permaneció en su silla, agarrando a su padre discretamente por el codo, sin mostrar emoción.
Wendi y James. James y Wendi. Dos extraños aliados. Ella, la nueva mujer de Rupert, 37 años menor que él. Él, el hijo menor de su exmujer Anna, de 67 años, una matriarca feroz que sigue dictando quién tiene acceso al cofre familiar. En ese cofre está la llave que controla News Corporation, uno de los mayores conglomerados mediáticos del mundo. En contra de lo que pueda parecer, News Corporation no es una empresa familiar. Es, en realidad, una sociedad anónima con inversores. Pero los Murdoch, a través de su fondo de inversiones, son dueños de aproximadamente el 30% de las acciones con derecho a voto. Y hacen y deshacen a su antojo.
Uno de los momentos cruciales para la familia llegó en 2004, cuando Rupert reunió a sus cuatro hijos adultos en Nueva York. La elección de la ciudad no fue casual. En cuestión de semanas, Rupert iba a trasladar allí la sede del imperio familiar. Pero Nueva York no solo era importante por motivos empresariales. Rupert había refundado allí su vida. Ya no era Rupert el gran patriarca australiano dado a los trajes de solapa cruzados, y cómodo en una dejadez estética propia de un tipo duro nacido en 1931.
Ahora era Rupert el marido de Wendi, vestido con suéteres de cuello alto y americanas de Prada, adicto al gimnasio, con el pelo teñido. Rupert tenía dos nuevas hijas, Grace (nacida en 2001) y Chloe (2003), y venía a ver a sus hijos para hablarles de ellas. "Quiero que tengan parte en el fondo de inversiones de la familia", les dijo. "Y quiero que tengan poder de decisión en él". Anna, su exmujer, no estaba presente en aquella reunión. Pero sabía muy bien lo que Rupert iba a pedir cinco años después de su divorcio. Su ira se podía sentir.
¡Rupert quería cambiar el fondo! Quien controle ese fondo, valorado en 6.100 millones de dólares, controlará a la familia y a la empresa. Se trata del instrumento imprescindible para dominar a ejecutivos y empleados de News Corporation. ¡Y Wendi, la intrusa llegada de China, quería que sus hijas fueran parte del fondo! Finalmente, Wendi lograría que las niñas tuvieran parte igual en el dinero, pero de momento no gozan del poder del voto.
En ese fondo, Rupert tiene cuatro votos. Cada hijo adulto dispone de un solo voto. Cuando el patriarca muera, se llevará con él a la tumba sus cuatro votos. Y los hijos de Anna gozarán del control total y absoluto de la empresa. Relegada quedará, como siempre, Prudence, la hija mayor, de 53 años, nacida del errático matrimonio del magnate con una azafata australiana. La suya ha sido una vida de hermanastra.
En 1997, cuando Prudence ya había cumplido los 39 años, su padre dio una rueda de prensa. Su matrimonio con Anna ya agonizaba, pero él trataba de garantizar a los inversores que la familia era capaz de seguir mandando. Le preguntaron cuál de sus hijos sería el heredero. Él se negó a responder claramente y habló con complacencia de su prole, de "sus tres hijos". "Tres", dijo. Los tres de Anna. A Prudence la había dejado en el olvido.
Es curioso que en la estirpe de los Murdoch haya un juego tan antiguo como la condición humana: las mujeres se ven obligadas a ejercer su influencia de forma callada, mientras los hombres se disputan los tronos ante los ojos atentos del padre. Al final, los aspirantes más serios a la corona han sido los varones: Lachlan, de 40 años, y James.
El caso de Elisabeth, de 43 años, es casi más sangrante que el de su hermanastra. Recién licenciada, comenzó a trabajar para una de las empresas de su padre. Luego compró dos emisoras de televisión, las saneó y las vendió con un beneficio de 12 millones de dólares. Su padre la puso a trabajar en BSkyB, otra empresa de News Corporation, en Londres.
Allí cultivó, ingenua, honestas aspiraciones. Y olvidó que su padre se había criado en un mundo de hombres y que en un mundo de hombres seguía viviendo. En 1997, en una entrevista con el periódico The Guardian, Rupert dijo: "Existe un consenso sobre el hecho de que Lachlan tomará el relevo. Será el primero entre iguales". ¿Esa era la recompensa para la hija abnegada, totalmente entregada al padre?
Elisabeth enfureció. Su padre se comportaba como el cruel castigador que con tanta precisión describió Sigmund Freud. Como solo podría suceder en una historia como esta, Elisabeth acabó conociendo y enamorándose de Matthew Freud, bisnieto del célebre psicoanalista. Ambos decidieron pasar página juntos. Se casaron. Elisabeth abandonó las empresas paternas y comenzó su propia productora de contenidos audiovisuales, Shine.
Mientras, sus dos hermanos varones participaban en un juego despiadado de apariencias y traiciones. Parecía ganarlo, durante mucho tiempo, Lachlan. Afable, dócil, correcto: Lachlan aspiraba a ser Rupert. Educado en Princeton, su padre lo envió a Australia a medrar. Fue gerente de Queensland Newspapers a los 22 años. En meteórico ascenso, en pocos años acabó controlando todos los negocios de News Corporation en Australia.
En aquellos años conoció a dos amores: su esposa, la modelo Sarah O'Hare, y el vasto país en el que vivía. Enamorado de los paisajes abiertos de la isla, de la honestidad de su gente, de la libertad de estar lejos del mundo empresarial de Nueva York, Lachlan se opuso, muy tempranamente, a trasladar la sede de la empresa a EE UU. Su padre le desoyó, y las discusiones entre ambos al respecto sembraron una semilla de discordia.
En 1999, Lachlan se mudó a Manhattan como jefe de las editoriales impresas de su padre en EE UU. En ese puesto se encargó de sanear el tabloide The New York Post. En un año y medio sería subdirector de operaciones de News Corporation. Lachlan aprendió por la vía amarga que con su padre la familia y los negocios se confundían en mezclas difusas, y que la consanguinidad no era garantía de nada. Su error fue elegir una guerra interna con Peter Chernin, un colaborador de Rupert. Este decidió no intervenir. Lachlan, agotado, acabaría por rendirse.
Influyó también sobre él la afrenta a su madre. Rupert le propuso el divorcio a Anna en abril de 1998. Llegaron a un acuerdo beneficioso para ella: 1.700 millones de dólares, 110 de ellos en efectivo. "Se portó muy mal", diría Anna en una entrevista a la revista Australian Women's Weekly en 2001. "Fue extremadamente duro y despiadado".
Entregado el dinero, Rupert presentó una exigencia a su esposa: que abandonara la junta directiva de News Corporation. "Esto no es solo el final de un matrimonio, sino el final de toda una vida en esta empresa", dijo Anna ante el consejo, antes de ser acompañada a la puerta por su hijo. Entonces ya había llegado Wendi.
Hace once años, un diario que ahora es propiedad de Murdoch, el Wall Street Journal, aireó por primera vez la vida privada de Wendi Deng en un reportaje titulado La esposa de Rupert Murdoch ejerce influencia en News Corporation. En él se retrataba a Wendi como una lolita fatal. Se contaba que había llegado a California en 1988, a los 19 años, invitada por un matrimonio estadounidense que la había conocido en China, Jake y Joyce Cherry.
En 1990, el marido, en la cincuentena, dejó a su mujer y se casó con Wendi, que entonces tenía 22 años. La nueva unión duró solo dos años y siete meses. Posteriormente, Wendi se licenció en Económicas y entró a estudiar en Yale. Pronto aceptó un trabajo en Star TV, en China, propiedad de News Corporation. Allí conoció a Rupert en 1997.
Los tres periodistas responsables del texto del Wall Street Journal retrataban a Wendi como una mujer en lento ascenso a la cúpula de la empresa, sedienta de poder. Wendi, sin embargo, tenía unos planes distintos. Después de casarse con Rupert en 1999, en un crucero alrededor de la isla de Manhattan, se propuso cambiarle el estilo de vida a su nuevo marido: el gimnasio, el peluquero, la ropa cara.
Rupert estaba irreconocible a ojos de sus hijos y su exmujer. Y también a ojos de una dama que había guardado silencio pero que en ese momento decidió intentar poner orden. Su madre, Dame Elisabeth Murdoch (102 años), riñó airadamente a su hijo. "Rupert tuvo un matrimonio maravilloso con Anna y acabarlo fue algo terrible", diría en 2009 al diario The Guardian. "Cuando asumes el compromiso de serle fiel a alguien durante toda la vida, no puedes herir a la gente de ese modo por tu propia felicidad. Aún aprecio mucho a Anna".
Desde el principio, Wendi supo que era la nueva marginada de la familia. Dos miembros del clan, acostumbrados a ese papel de incomprendidos, entendieron cómo se debía sentir. Y se acercaron, aunque fuera tímidamente, a ella. Fueron Prudence y James, el hijo díscolo. A diferencia de su hermano Lachlan, James lo probó todo antes de entrar al redil de News Corporation. Sus pequeñas rebeldías son de manual de psicología: se tiñó el pelo amarillo, se perforó la ceja, no acabó sus estudios en Harvard, creó una empresa de hip-hop. Los que le conocen aseguran que, a diferencia de Lachlan, no aspira a ser como su padre: es igual que él.
Finalmente, en 1997 entró a dirigir News America Digital Publishing. Su trabajo: introducir NewsCorp en la era digital. La rivalidad entre Lachlan y James no es solo familiar. También es profesional. Lachlan representaba los diarios de papel, el viejo formato. James, desde bien temprano, defendió la expansión en la Red, mucho antes de que existieran los buscadores y las redes sociales. Con los años, James fue acumulando poder, con puestos como el de presidente de Star TV, la televisión de Murdoch en Asia, o consejero delegado de BSkyB en Reino Unido.
Cuando Lachlan decidió que ya no podía aguantar más conspiraciones, James estaba perfectamente colocado para arrebatarle el puesto. En julio de 2005, Lachlan citó a su padre a comer en un restaurante de Los Ángeles y le dijo que se marchaba a Australia y que renunciaba a todas sus responsabilidades en la empresa. "Debo ser yo mismo", le espetó.
Así, a James Murdoch se le abrió el camino para ser lo que es hoy: jefe de News Corporation en Asia y Europa, y heredero formal del trono. Le facilitó mucho las cosas que Wendi intercediera discretamente por él, un pago al favor de no haber sido, como sus hermanos, frío y distante con ella. Ambos, aliados por las circunstancias, acompañaron a su padre al Parlamento del Reino Unido el pasado mes de julio. Elisabeth, Lachlan y Prudence estuvieron ausentes en uno de los días más duros para su progenitor.
Pero de nuevo en el clan Murdoch las alianzas no son eternas. Wendi sigue con un plan muy claro: que sus niñas tengan poder de voto en el fondo de inversiones. Lachlan sigue en la junta directiva de News Corporation, y cualquier día podría dar un golpe de efecto para destronar a James. Lo mismo podría hacer Elisabeth, que espera poder ingresar en esa junta en los próximos meses. Anna, aparentemente ausente, sigue manejando hilos tras el telón. Y Rupert... Rupert sigue tan convencido como siempre de que nadie, ni siquiera sus hijos, puede mandar como él ha mandado.
En familia se gana más
Dos de los tres hijos de Rupert y Anna, Lachlan y James, están en la junta directiva de News Corporation. Elisabeth, hija mayor de aquel matrimonio, iba a incorporarse este año, después de vender en febrero su productora, Shine, a News Corporation por 670 millones de dólares. En esa transacción aprobada por su padre ella se embolsó 200 millones. Ante las protestas de los inversores, el escándalo 'News of the World' retrasó su entrada. Allí se halla también un amigo personal del patriarca, José María Aznar, que cobra unos 176.000 euros al año. Poco comparado con los 8,1 millones que se embolsa Rupert, sin contar los bonus.
Un salto vale más que mil palabras
El pasado mes de julio, al mundo entero le quedó claro hasta dónde estaba dispuesta a llegar Wendi Murdoch por proteger a su marido. Cuando el comediante Jonathan Man-Bowles trató de estamparle un plato con espuma al magnate en la cara, durante un testimonio en el Parlamento británico, Wendi saltó con una expresión de intensa ira en la cara, dando un zarpazo para alejar al atacante a toda costa. Wendi, que en numerosas ocasiones ha sido criticada por casarse para medrar (algo semejante llegó a insinuar el diario 'The Wall Street Journal' antes de que lo comprara Murdoch), se reivindicó con un simple salto, en el que dejó claro que su unión a su marido es más fuerte que nunca. Desde entonces, según ella misma ha comentado a los medios con cierta sorna, le han llovido ofertas de trabajo como guardaespaldas.
Babelia
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