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Columna
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Pasado mañana

Pasado mañana comienza el juicio contra el expresidente Francisco Camps. Lo curioso es que ninguno de los interesados podía imaginar las extrañas circunstancias en que se va a producir. El implicado, a juzgar por las maniobras dilatorias que lleva promoviendo, nunca creyó que se celebraría. La oposición tal vez pensaba que sacaría rendimientos electorales del mismo, pero le coge con el Gobierno en funciones a punto de dejar los mandos del tren, así que lo más probable es que sus efectos sean reducidos. En cuanto a la formación política del propio Camps, es evidente que lo ha dejado caer y que no se siente solidaria de una figura ya amortizada.

En otras palabras: este juicio tiene el don de la inoportunidad. Sin embargo, no querría dejar pasar el acontecimiento sin una doble reflexión. Lo primero que se me ocurre es que casi da lo mismo que el jurado lo declare culpable o inocente: sentarse en el banquillo por unos trajes teñidos de grabaciones ridículas cuando cada día saltan a los medios noticias bochornosas de expolios millonarios cometidos en este patio valenciano de Monipodio por alcaldes, presidentes de diputaciones, consellers y hasta familiares del monarca sugiere que el señor Camps estuvo muy mal asesorado por quienes le aconsejaron negar la evidencia y que ha sido más torpe que malvado.

En segundo lugar, que aunque su responsabilidad penal es de poca monta, la política, en cambio, resulta gravísima. Porque la resaca del escenario político en el que se coció el caso Gürtel la tenemos a la vista: el actual desastre económico sin paliativos de la Comunidad Valenciana sí que ha sido consecuencia directa de la dejación de funciones del expresidente o de su reiterada adopción de decisiones equivocadas. Fueron él y su gobierno quienes promovieron la cultura del ladrillo, de los grandes eventos y de la utilización partidaria de las cajas, justamente el caldo de cultivo en el que florecieron los pelotazos, la corrupción y una pérdida generalizada de valores.

Ya sé que el problema es de toda España y que la inanidad absoluta de la oposición así como la doble moral de los propios ciudadanos han hecho el resto. Pero los valencianos estamos peor que nadie, hasta el punto de que, según ha llegado a insinuar Rajoy, si los bonos patrióticos no alivian la deuda -¿y cómo pueden confiar los inversores en la Generalitat?-, habrá que ayudar a la Comunidad Valenciana o entrará en bancarrota. No sé en qué estará pensando Francisco Camps -un político que en tiempos mejores llegó a rescatar el tópico de la patria valenciana- cuando pasado mañana desfilen ante sus ojos atónitos los testigos del juicio. Tal vez rememore el soneto de Quevedo: "Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados... y no hallé cosa en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte". Por desgracia, esa patria hundida también es la nuestra.

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