Adicción a la belleza
Empezó con una fracasada subasta para financiar un viaje de estudios. Pero con el tiempo Jaime R. Sordo creó una imponente colección de arte que ahora muestra en el Centro de Arte de Alcobendas
Pocas veces un coleccionista de arte se aviene a hablar de sus obras. Y mucho menos a exhibirlas. Por eso es un cierto acontecimiento el hecho de que el Centro de Arte de Alcobendas exponga, hasta el próximo 7 de enero, una muestra de la colección Los Bragales, propiedad del ingeniero cántabro Jaime R. Sordo. Las 78 piezas que componen la exposición, titulada La travesía de una colección, son un recorrido -aunque ya la colección tiene vocación internacional- por la historia del arte español más reciente. Todo empezó cuando Sordo estudiaba ingeniería en Gijón: "Decidimos organizar una subasta para financiar un viaje de estudios y, con desparpajo, pedimos obras a algunos artistas locales". Solo se vendió una pieza, de Nicanor Piñole, y Sordo se quedó con otra de Pepa Osorio, que regaló a sus padres. Fue el germen de una colección que no empezaría a tomar cuerpo hasta más tarde. "Durante muchos años me dediqué a mi empresa de climatización y fui un mero contemplador de arte", asegura Sordo.
Poco a poco, de la mano de galeristas de confianza, como el cántabro Manuel Arce, se inició en las escuelas de artistas de su generación: la de París, Madrid, los informalistas... Son los años sesenta y compra poco, espaciado. Óscar Domínguez, Francisco Bores, Rafael Canogar, Luis Feito o Hernández Mompó empiezan a sumarse a su inventario artístico. A medida que Sordo fue ganando en independencia económica, las adquisiciones fueron más frecuentes, sobre todo a partir de los años ochenta. Siguió la carrera de artistas de ese momento, como Antón Lamazares, Antón Patiño, Menchu Lamas o José Manuel Broto, que incorporó durante esta época.
A partir de los noventa ya había adquirido suficiente seguridad y dio un salto: empezó a comprar fotografía y a vender obras para sustituirlas por otras mayores o mejores: "Soy de los que cree que el nombre es importante, pero más lo es la pieza. Si tengo una, pero creo que no tiene el tamaño adecuado o que puedo encontrar otra mejor, siempre intentaré cambiarla". También en esa década empezó a visitar las grandes ferias internacionales (Basilea, París, Berlín, Londres más recientemente), que ya se han convertido en citas inexcusables de su agenda cada año.
Sordo, que califica su devoción por el arte de "drogadicción" y que define a un coleccionista como "una persona dependiente", asegura que no hay misterios para aprender a comprar: "Mi formación viene por tres vías: la lectura permanente de suplementos culturales y catálogos; ver mucho, tanto en las galerías como en los museos; y la cercanía de varias personas de referencia". Frente al hermetismo de muchos coleccionistas, cree que una colección debe tener una "utilidad". Por eso, hace dos años mostró la suya por primera vez en Tenerife y desde entonces no ha dejado de viajar.
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