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Columna
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Galeusca

Durante los últimos años, los resultados electorales producidos en el País Vasco, Cataluña y Galicia han venido demostrando la vitalidad de la España plural, y han puesto de manifiesto, una y otra vez, que la expresión política diferenciada de las comunidades históricas es un componente estructural de la democracia española. Sin embargo, este relevante fenómeno social apenas había merecido últimamente la atención de la mayoría de los análisis preelectorales, habiendo sido desplazado a un segundo plano por la grave crisis económica y social que atraviesa el país.

Pero los acontecimientos que vive últimamente Euskadi, especialmente el cese definitivo de la violencia anunciado por ETA, han puesto patas arriba el statu quo existente en el País Vasco, y han abierto un inédito escenario político que ha puesto de nuevo bajo la atención de los focos la imprevisible dinámica que se abre a partir de ahora en aquella comunidad, hasta el punto que no es arriesgado afirmar que en la próxima legislatura la estructura del poder territorial en España volverá a compartir protagonismo con los problemas derivados de la crisis económica.

Para mantener nuestra especificidad política, el PSdeG debe resistir el 20-N y el BNG, recuperar apoyo

Por el momento es prematuro pronosticar la evolución de la política vasca. Ayer mismo, con motivo de la celebración del 32º aniversario del Estatuto de Guernika, pudo constatarse las fuertes diferencias que separan a las principales fuerzas políticas vascas en temas tan relevantes como el texto estatutario, la necesidad de un nuevo marco político-jurídico o la agenda y las prioridades políticas (elecciones anticipadas, política penitenciaria...). Y al calor de estas discrepancias surgen diversos interrogantes. ¿En qué sentido va a decantar la nueva situación las contradicciones internas del PNV? ¿Hacia el soberanismo o hacia el autonomismo? ¿Volverá a reeditarse el frentismo basado en la confrontación entre dos polos irreconciliables, el nacionalista vasco y el nacionalista español, que conduciría sin remedio a la profundización del cisma en la sociedad vasca, o recuperará el PNV la centralidad política para imponer alianzas transversales que permitan poner en marcha un proyecto político compartido por la mayoría social del País Vasco? En todo caso, y a la espera de la respuesta que tengan estos interrogantes, lo que parece poco discutible es que el 20-N Euskadi volverá a alumbrar un mapa político netamente diferenciado del resto de España.

En Cataluña se puede predecir, sin el menor miedo al error, que las elecciones generales confirmarán las tendencias de fondo que históricamente se han venido expresando en aquella comunidad, y, en consecuencia, el catalanismo político será la fuerza determinante y los partidos que lo componen ampliamente mayoritarios. Sin embargo, la orientación política del Gobierno catalán dependerá también de otros factores. En efecto, hasta ahora CiU ha venido contando con el PP para completar su mayoría política y tiene la esperanza de que Rajoy necesite sus votos para estabilizar una mayoría parlamentaria en el Congreso. Pero si el PP obtuviera la mayoría absoluta y no necesitase imperiosamente a CiU, la fuerza gobernante en Cataluña se vería situada ante un peliagudo dilema: ser prisionera del PP en el Parlamento catalán sin contrapartidas, o establecer alianzas con otras fuerzas catalanas para liberarse de la tutela del PP y del consiguiente desgaste político. Pero entonces se vería obligada a cambiar drásticamente su radical política de ajustes, ampliamente contestada por la sociedad catalana.

Por lo que respecta a Galicia, el 20-N demostrará si el BNG recupera su fortaleza de otros tiempos o continúa el declive de los últimos años. Dicho de otra forma, las elecciones generales pondrán de manifiesto si Galicia mantiene su expresión política singular o evoluciona irremediablemente hacia el bipartidismo. Sea cual sea el resultado electoral, dos importantes diferencias nos separan de Euskadi y de Cataluña. La primera, que en Galicia el nacionalismo es una fuerza política minoritaria. La segunda consiste en que mientras en las otras nacionalidades históricas existe la posibilidad de diferentes alianzas políticas y, por tanto, de diferentes alternativas de Gobierno, en Galicia tal cosa no ocurre. En nuestra tierra solo puede articularse un Gobierno del PP con mayoría absoluta o un Ejecutivo sostenido por una coalición de socialistas y nacionalistas. Así pues, que el 20-N el PSdeG resista y el BNG recupere apoyos es imprescindible tanto para mantenerse nuestra especificidad política como para albergar la esperanza de una alternativa al Gobierno Feijóo.

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En cualquier circunstancia, en la próxima legislatura, y contra todo pronóstico, la España plural volverá a ocupar un lugar destacado en el debate político, porque, como decía Engels y hemos repetido muchas veces, cuando la realidad es expulsada por la puerta, irremediablemente vuelve a entrar por la ventana.

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