Mark y el recuerdo de Simpson
La nostalgia de un pasado idealizado (qué cool es el ciclismo de los años sesenta, su look, en el Londres actual) quiere que Tom Simpson, su gorra de medio lado, su maillot Peugeot con la banda ajedrezada, su muerte estúpida en las laderas del Ventoux, anfetaminas, calor y alcohol, sea el mito ante el que se arrodillan todos los de las Islas que quieren ser ciclistas. También, Mark Cavendish, quien de niño soñaba ser campeón del mundo, vestir un año de arcoíris, como Simpson, al que recordó nada más bajarse del podio. "Este maillot es el final de un proyecto vital mío, de un proyecto de tres años del ciclismo británico", dijo el de la Isla de Man, nacido en 1985; "por fin, otro británico, después de Simpson en San Sebastián, en 1965, lo consigue".
Simpson, para ser ciclista profesional, para alcanzar un sueño en la década de los jóvenes con sueños, en la Inglaterra pop de los sesenta, debió emigrar a Bélgica, hacerse ciclista en Gante, pasar frío y hambre. Casi 50 años después, Cavendish se ha convertido en el mejor sprinter del mundo, uno de los mejores de la historia, como Van Steenbergen, Van Looy o Cipollini: la victoria en el fácil y liso circuito de Copenhague ante todos los pretendientes posibles es lo que significa realmente, eso y sus triunfos incontables en el Giro, el Tour y la Vuelta, su maillot verde del Tour, su Milán-San Remo. "Y el año que viene, los Juegos Olímpicos en Londres", advierte, acompañado ayer de siete británicos más que controlaron la carrera como acostumbra su equipo, el HTC, a hacerlo en las etapas llanas del Tour.
El triunfo de Cavendish es, pues, el triunfo del ciclismo británico emergente. Es esa (no el recuerdo de Simpson, sino el valor de un país del que han salido Wiggins, Millar, Cavendish, Thomas o Froome), la conclusión con que la UCI y sus gentes, siempre concentradas en su comercial cruzada globalizadora, a la busca de campeones limpios, atractivos y que hablen inglés, se fueron felices a la cama en Dinamarca, donde, eso creyeron, soñadores, no olía ya a podrido. Ya tienen su icono global.
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