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Reportaje:ATLETISMO | Mundiales de Daegu

La caída de un dios

Bekele se retira en un 10.000 ganado en la última recta por el también etíope Jeilan

Carlos Arribas

Cumplida la mitad de su desmedido desafío orgulloso, silencioso y anónimo, Kenenisa Bekele hizo mutis por el foro.

Perdió el invencible, cayó el dios del fondo que había llegado a Daegu envuelto en misterio, rodeado de silencio, como una estrella cinematográfica de las de antaño que regresara a la luz pública después de años de retiro. El de Bekele, forzado por una lesión, una rotura de gemelo nunca bien curada, fue de 20 meses. Volvió, como corresponde a un campeón, para defender lo que era suyo, el título mundial; para incrementar su leyenda de invencible construida en 12 pruebas de 10.000 metros disputadas, 12 ganadas, cuatro oros mundiales, dos oros olímpicos, todos los récords posibles. Volvió para ser único -cuatro Mundiales también los ha ganado su hermano mayor, Haile Gebrselassie; cinco, nadie-. Pero cayó en el intento insensato.

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Perdió Bekele, lo que era lógico, pero no ganó Mo Farah, lo que es sorprendente. A Bekele le mató su enemigo jurado, el eritreo Zersenay Tadese, con su ritmo, más que de metrónomo, de martillo pilón, devastador para los oídos y para las piernas, regular, incansable, 1m 5s la vuelta, 2m 42s el kilómetro. Vuelta tras vuelta, kilómetro tras kilómetro, después de ganarse el derecho en los primeros compases tras otro conato de guerra etíope-eritrea, Tadese, especialista del medio maratón, machacó la carrera. Pero él, corto de final, tampoco se hizo con los despojos. Bekele perdió, pero el título sigue en Etiopía. Lo ganó, tras un final hermoso y terrible, digno de los mejores finales del gran Bekele, tan devastador en la última vuelta, el menos desconocido de los etíopes, Ibrahim Jeilan, de 22 años, profesional de las carreras de carretera en Japón, como tantos africanos; que de juvenil fue un fenómeno -su mejor marca en el 10.000, 27m 2,81s, la logró cuando tenía 17 años- y que en la noche surcoreana fue un meteoro.

Mientras Tadese machacaba, mientras Bekele sufría, mientras Jeilan, en la sombra, afilaba su cuchillo, Farah, británico de Mogadiscio, niño de la guerra en Somalia, oregoniano de adopción, corría, aire despreocupado, cabeza vigilante, a cola de pelotón, el lugar más cómodo para su larga, elegante, zancada. Solo entró en acción a 500 metros de la meta, cuando consideró que todos los que tenían algo que decir, los kenianos que rompían el ritmo, los etíopes, Tadese, se habían quedado mudos. Pero, vistos los resultados, se equivocó el que tanto confiaba en un final demoledor que nunca le había fallado. Cambió fuerte, cambió duro y siguió progresando en la última vuelta, pero no todos sus rivales estaban asfixiados y sus piernas no aguantaron la voluntad de su alma.

Entrando en la última curva, de la nada surgió Jeilan, quien, zancada a zancada, fue comiendo metros a Farah. El final, inevitable, se cumplió a falta de 30 metros. Farah no pudo más, Jeilan, que se había sacado de la chistera una última vuelta de 52s, podía haber seguido corriendo hasta el infinito, pero, tras cruzar ganador la meta (27m 13,81s) y después de dar las gracias a Alá, prefirió posar con aspecto amenazador, de guerrero de artes marciales, y mostrar su alegría única.

Kenenisa Bekele, tras retirarse de la final de los 10.000 metros.
Kenenisa Bekele, tras retirarse de la final de los 10.000 metros.OLIVIER MORIN (AFP)

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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