Escritores en la comisaría
La novela negra española goza de buena salud, pese a que editoriales y librerías no lo están pasando bien. Se publican muchos títulos extranjeros, demasiados, pero sí hay una apuesta clara de los editores por autores españoles. Han aparecido primeras y segundas novelas muy interesantes, que conviven con las de autores reconocidos, como J. M. Guelbenzu, que ha sacado la quinta entrega de su serie de aroma británico protagonizada por la juez de instrucción Mariana de Marco, El hermano pequeño (Destino). O de la veterana Maruja Torres, que ha debutado en el género negro con Fácil de matar (Planeta).
Los nuevos autores plantean situaciones que lamentablemente vivimos a diario: malos tratos, pornografía infantil, pederastia, prostitución, trata de blancas. La Guerra Civil y, en menor proporción, las de tema histórico, también tienen su hueco.
La compraventa de mujeres es el argumento de la segunda novela de Antonio Jiménez Barca
Jerónimo Tristante mezcla historia y suspense sobre la construcción del Valle de los Caídos
El aviso, de Paul Pen (Madrid, 1979), por ejemplo, es una estupenda primera novela. La inevitabilidad del destino, el acoso escolar, el maltrato de una madre a su hijo, la cobardía de un padre, la soledad y el miedo de un niño, el sentimiento de culpa. Esos son los temas que aborda en clave negra que se mezcla con el terror. Se desarrolla en dos tiempos y con una doble trama que converge progresivamente. David es herido gravemente en un atraco y su amigo Aarón se siente culpable. Empieza a investigar y descubre que es el cuarto atraco que se ha producido en el mismo lugar y circunstancias. Leo sufre ya acoso escolar en su primer día de colegio. La incomprensión, el maltrato, el desprecio de su madre y la cobardía de su padre son estremecedores. Pen dosifica bien la tensión y nos convence de que es imposible escapar del destino.
Primera novela también El verano de los juguetes muertos, de Toni Hill (Barcelona, 1966), y asimismo con doble trama: prostitución salvaje de jovencitas africanas, casi niñas, por un lado, y la muerte de un chico de 19 años al caerse, ¿o le tiraron? de una ventana, por otro. Personajes muy bien trazados, cada uno con su biografía, desde el mosso d'esquadra argentino a las familias bien de tres jóvenes que se meten en líos. La hipocresía, la pedofilia, las relaciones entre padres e hijos y una espléndida geografía de Barcelona redondean esta ambiciosa historia.
La compraventa de mujeres para la prostitución es el argumento de la segunda novela de Antonio Jiménez Barca (Madrid, 1966), La botella del náufrago, tan buena como la primera, Deudas pendientes. El escritor tiene una habilidad especial para crear personajes entrañables y ambientes en los que sumerge al lector, como ese Madrid que sufre una ola de calor o el Vigo más canalla. Lo mejor de la novela es el protagonista, Antonio Chacón, un experiodista deportivo que sufre una profunda depresión tras la muerte de su mujer y su hijo en un accidente de tráfico provocado por un conductor borracho. La frenética búsqueda de una joven vendida a un prostíbulo es el inicio de la recuperación de Chacón.
Gregorio Casamayor (Cañadajuncosa, Cuenca, 1955) aborda de forma muy original el abuso y la violación en el seno de la propia familia en La vida y las muertes de Ethel Jurado, tan notable o más que la primera, La sopa de Dios. Cuenta lo que sucedió a Ethel a través de cuatro testimonios: el hermano de Ethel y tres amigos de la joven. En realidad, no sabemos qué piensa ella, solo lo que dicen los otros. Hay una cierta ambigüedad sobre lo que realmente pasó. Bien escrita, mantiene en vilo al lector que no puede parar de leer.
Más abusos y en este caso asesinatos en Las niñas perdidas, de Cristina Fallarás (Zaragoza 1968), residente en Barcelona, pero lo trata con una dureza que duele. Dos hermanas de dos y tres años desaparecen. Una de ellas es encontrada brutalmente asesinada. Investiga el caso la detective privada Victoria González, en avanzado estado de gestación. Hay policías buenos y algún asesino sentimental. Fallarás retrata la Barcelona más lóbrega: pedofilia, pornografía infantil, droga.
Guerra Civil, posguerra, Transición, en clave negra. Todo está perdido, con la que Rafael Reig (Cangas de Onís, Asturias, 1963) ha ganado el Premio Tusquets, es tan bestia como Sangre a borbotones. A quien no le interese demasiado el fútbol las primeras páginas de esta novela le pueden echar para atrás. Empieza con una de las fases eliminatorias de la Eurocopa 2008, que ganó España, pero si se supera este pequeño escollo se adentrarán en una novela muy divertida que trata de temas serios. Los que ganaron la guerra, los que se enriquecieron con el franquismo, los que fueron revolucionarios y luego se colocaron bien, los que siguen siendo muy ricos y la Inmaculada Transición, según dice Reig. El fútbol solo es un hilo conductor para cachondearse de que "otra España es posible". Una joven muere envenenada. Es hija de un empresario de gran fortuna que se ha hecho rico envasando hostias que se venden en dispensadores. ¿Y si ha sido una de esas hostias la que ha matado a la hija? El negocio y el fútbol son lo primero. Todo eso sucede en Madrid, una ciudad navegable gracias al Canal Castellana. El final es de antología.
Con menos humor trata Teresa Solana (Barcelona, 1962), en Negras tormentas, de cómo los desafueros del franquismo llegan hasta el presente. Y eso que en sus dos anteriores novelas, Un crimen imperfecto y Atajo al Paraíso, era el principal ingrediente junto con la sátira y la crítica. Un hombre que ha escrito unas memorias de posguerra, en las que da el nombre y apellidos de quien delató a su padre tras la guerra y le condujo a la muerte es asesinado. El caso se cierra en falso. El culpable pertenece a una de esas familias de la burguesía catalana que progresaron con el franquismo.
En un registro muy diferente, El valle de las sombras, de Jerónimo Tristante (Murcia, 1969), mezcla historia y suspense sobre la construcción del Valle de los Caídos. La investigación de un asesinato unirá y hará amigos para siempre a un preso republicano que trabaja en Cuelgamuros para redimir pena y a un militar del bando nacional.
Las cinco muertes del barón airado, de Jorge Navarro (Castelldefels, Barcelona, 1962), es una de las sorpresas más agradables de la temporada. Transcurre en 1893 y parte de hechos reales -como las bombas del Liceo o el asalto a las propiedades de un noble en Castelldefels que costó cuatro víctimas más el hombre inocente que fue ajusticiado por ello- y de ficción en una sabia combinación.
Barcelona vive en un clima de agitación social y violencia anarquista y el soberbio y prepotente barón de Castellfullit quiere ponerle remedio a su manera: militares y civiles juntos impondrán una dictadura monárquica, lo que pone de los nervios al Gobierno de Sagasta.
Al barón lo odia todo el mundo y son bastantes quienes quieren matarle, su hijo, su mujer, su ex secretario, su amante, las fuerzas del orden. A ratos parece una comedia de enredo en la que hay personajes de ficción y reales, como el pintor Ramón Casas. Buenísima ambientación de la Barcelona de la época, acertado ritmo en los diálogos y la narración en esta novela que en el fondo trata del arrepentimiento y la expiación.
Willy Uribe (Bilbao, 1965) es un excelente ejemplo de la actual narrativa negra española. Lo supimos desde que publicó Sé que mi padre decía, ahora perdida porque también se perdió la editorial que la lanzó, El Andén. Libros del Lince promete recuperarla. Sus historias son duras, sin concesiones, sin moral ni moralina. No necesita adjetivos para crear ambientes.
En Los que hemos amado se percibe desde el principio que algo gordo va a pasar, pero todo empieza como una aventura. Dos chicos de Getxo, Eder, de familia rica, Sergio, pobre, hijo de madre soltera, están aburridos del invierno y viajan a Marruecos. Su gran pasión es el surf, las olas. También les gusta el hachís. Antes de partir se producen dos muertes misteriosas. Su amistad es extraña, Eder le desprecia y utiliza; Sergio admira su liderazgo, le necesita. Hay mucha droga, para consumir, distribuir y pasar por la frontera. La aventura se convierte en una pesadilla. Llega un punto en que no se sabe quiénes son los buenos y quiénes los malos. Se diluye la frontera entre el bien y el mal. Willy Uribe es un narrador potente.
Julián Sánchez (Barcelona, 1966), radicado en San Sebastián, tuvo éxito con El anticuario, en torno a un misterioso manuscrito. Con La voz de los muertos se adentra en la novela negra. Tiene un planteamiento original, está narrada a través de varias voces y abarca diversas épocas. El protagonista es el inspector David Ossa, un hombre que oye voces, ve sombras y tiene capacidades especiales, como él dice. Aquí la frontera es delicada. Ossa ¿tiene realmente poderes o es un desequilibrado?
Cuatro cadáveres destrozados aparecen en un piso en el que aparentemente nadie pudo salir. Ossa casi enloquece. Es la primera novela de una nueva serie. Excelente recorrido por la Barcelona de hoy.
El aviso. Paul Pen. RBA. Barcelona, 2011. 328 páginas. 19 euros. El verano de los juguetes muertos. Toni Hill. DeBolsillo. Barcelona, 2011. 368 páginas. 12,95 euros. La botella del náufrago. Antonio Jiménez Barca. RBA. Barcelona, 2011. 268 páginas. 20 euros. La vida y las muertes de Ethel Jurado. Gregorio Casamayor. Acantilado. Barcelona, 2011. 304 páginas. 19 euros. Las niñas perdidas. Cristina Fallarás. Roca Editorial. 198 páginas. 15 euros. Todo está perdido. Rafael Reig. Tusquets. Barcelona, 2011. 368 páginas. 19 euros. Negras tormentas. Teresa Solana. RBA. Barcelona, 2011. 258 páginas. 18 euros. El valle de las sombras. Jerónimo Tristante. Plaza&Janés. Barcelona, 2011. 380 páginas. 18, 90 euros. Las cinco muertes del barón airado. Jorge Navarro. Seix Barral. Barcelona, 2011. 332 páginas. 19 euros. Los que hemos amado. Willy Uribe. Libros del Lince. Barcelona, 2011. 228 páginas. 19 euros. La voz de los muertos. Julián Sánchez. Roca Editorial. Barcelona, 2011. 430 páginas. 20 euros.
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