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Columna
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Patriotismo

Les propongo una reflexión estival a propósito de la palabra patriotismo, un término desacreditado cuya exacerbación esperpéntica conmemoramos el pasado 18 de julio. Hace unos meses, en la Scala de Milán, tras una emotiva intervención del alcalde de Roma en defensa de la cultura, casi hubo un motín cuando el director Ricardo Muti, mirando fijamente a Berlusconi, aceptó hacer un bis del himno de los esclavos de Nabucco: "Oh mia patria, sì bella e perduta!". Sospecho que en el Palau de les Arts algo así hubiera resultado inconcebible. Tampoco Barberá se parece ni de lejos a Alemanno: entre nosotros patriotismo suena a fallas. Pero patriotismo es solo el amor a la patria. Antes se creía que la patria era algo real. Hoy somos menos esencialistas y pensamos que es una comunidad imaginaria.

Por eso, uno puede pertenecer a varias patrias a la vez, siempre que crea en ellas. Por ejemplo, puede imaginarse integrado en la Comunidad Valenciana. ¿Existe la Comunidad Valenciana? Depende. Pero no depende de que haya habido un reino medieval. De lo que depende es de que las gentes de Castellón, Valencia y Alicante crean compartir un espacio común. Cabe decir lo mismo de la llamada patria grande. ¿Existe España? Volvemos a lo de antes: su existencia no depende del matrimonio de los reyes católicos, depende de que los ciudadanos se piensen a sí mismos como integrantes de un espacio compartido.

Y aquí surge el problema. Hace unas semanas estalló la polémica por la supresión del AVE manchego; hace unos días, por el trazado mesetario del corredor mediterráneo. Se ha hablado de despilfarro intolerable. Creo que este juicio equivoca la diana porque con miles de viajeros o de toneladas de mercancías transportadas el escándalo sería el mismo. Las infraestructuras que subyacen a estos trazados ya existían. La cuestión no es esta, sino que se haya podido hacer antes el AVE Madrid-Toledo que el que uniría la tercera ciudad de España con la capital de la zona turística por excelencia del país. Si durante décadas nuestros políticos no han sido capaces de exigir al ministerio que enlace Valencia con Alicante de una manera digna, ahora es absurdo que se echen las manos a la cabeza porque los valencianos del sur desconfían de los del norte. Y si los gobernantes españoles no emplearon los fondos comunitarios en unir Málaga, Valencia y Barcelona con un AVE, prefiriendo que Felipe González y José María Aznar pudiesen recibir parabienes de sus familiares, ahora que no se sorprendan de la creciente tibieza españolista de los ciudadanos de la antigua corona de Aragón. Obras son amores y no buenas razones. Por cierto: la dimisión de Camps, que nos quieren presentar como una ofrenda a España, está cargada de razones, pero no de buenas razones. Que pasen un buen verano.

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