_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Donostia y la prosapia

Somos así. Incorregibles. Capaces de convertir el acto de designación de la capitalidad cultural 2016 en un acto terriblemente inculto. Si de algo está (o debe estar) lejos la cultura es de los intereses creados, partidarios y partidistas. La contaminación política es devastadora para la cultura. Pues, ¿no quieres caldo?, taza y media. Las reacciones de algunos dirigentes políticos a la elección de San Sebastián, algunos tan cualificados y presumiblemente sensatos y reflexivos como el alcalde de Zaragoza, Juan Alberto Belloch o la ministra de Medio Ambiente y más cosas, Rosa Aguilar (que tanto abogó por la tolerancia, el análisis, la reflexión, etc., etc. etc. cuando ejercía de tertuliana) me han dejado como Patty Difuso, que diría Sabina.

Escarbando en tan extrañas conclusiones extraídas por gente de tanta prosapia como Don Juan Alberto y Doña Rosa, entre otros, he llegado a la conclusión de que si la decisión de conceder la capitalidad cultural a Donostia ha sido un acto escandaloso por cuanto la ciudad está gobernada por Bildu, deduzco que los donostiarras no tienen derecho a nada, ni a planes económicos, ni a inversiones en infraestructuras, ni al TAV, deberíase además trasladar el Festival de cine a la Alcarria, por ejemplo (ahora que el Guadalajara ha subido a Segunda División, la Concha debería ser soterrada, porque una ciudad con alcalde de Bildu no se merece una playa así. La Real debería bajar por decreto ley a Segunda División (no el Zaragoza con una deuda astronómica) y la Quincena musical reducirse a un fin de semana de coros y danzas.

Saber perder es un asunto que uno presuponía a gente de tanta prosapia, como digo. ¿O qué pensarían otras ciudades y naciones cuando Zaragoza obtuvo por sus propios méritos la Exposición internacional? Saber perder es tan importante como saber ganar, y es lo menos que se le exige a un político, porque tarde o temprano deberá estar preparado para tan dura experiencia (descontados algunos saltimbanquis o trapecistas con red de cualquier color).

Miedo me da que se quiera castigar a San Sebastián por tener un alcalde de Bildu, o a Guipúzcoa por tener un diputado general de esa formación. Lo han elegido los donostiarras y los guipuzcoanos, y el resto de partidos no lo ha impedido, en pura ley, porque no han querido, sabido o podido. Pero la cultura es otra cosa. Y quizás la política es otra cosa. Actitudes tan virulentas, tan inmediatas, tan poco reflexivas, no ayudan a la necesaria dignificación de la política. No puede convertirse la elección de una capital cultural en un asunto tan mediatizado como si de una sede olímpica se tratara. Y menos por gente de tanta prosapia que parece que han entrado en este debate saltándose la tapia.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_