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Tentaciones
Entrevista:EN PORTADA

Manual de una liberación pop

Al móvil desde Melbourne, donde está de gira, John Grant (Michigan, EE UU) es una versión depurada de sus catárticas composiciones. Tras ocho años abonado al fracaso, comercial y humano, de su banda The Czars, debutó en solitario en abril de 2010, a los 41 años, con Queen of Denmark, un relato dramático, a veces divertido y siempre brutalmente honesto sobre su descenso a un infierno de drogas, complejos y aislamiento social. Un álbum intenso, de pop poderoso y extrañamente pegadizo, que fluctúa entre las baladas del rock adulto de los setenta y el electropop de los ochenta, y que vivió una rara resurrección cuando la revista británica Mojo sorprendió eligiéndolo mejor disco del año. Con motivo del concierto que dará el domingo en el Día de la Música Heineken (en el Matadero, Madrid), desgrana aquí con alarmante sinceridad los dramas que, aún hoy, redime con sus fabulosas canciones.

"Traté de destruir mi vulnerabilidad con alcohol, pero ya entendí que es parte de mí"
"A una parte de mí le gustaría ser 'cool', como Cut Copy, pero ahora prefiero ser yo mismo"

ep3. ¿Qué clase de persona era antes de firmar un disco con su propio nombre?

John Grant. Tuve muchos problemas con el alcohol y las drogas entre los 25 y los 35. No me aceptaba. No quería enfrentarme a mí mismo desde una perspectiva real. Y perdí el control. Arruinaron mi vida y mis relaciones. Antes de debutar en solitario era un adicto que solo huía.

EP3. ¿Así que lleva siete años sobrio?

J. G. Sí. Tuve que aprender a estar solo. Únicamente iba a poder hacer este álbum cuando pudiera mirarme al espejo. Mucha gente ni lo consigue. A veces me enfado y pienso: ¿por qué coño has tardado 42 años en llegar aquí? La respuesta es que no importa mientras lo intentes. Antes era incapaz de aceptar el amor, una intimidad más allá del sexo, que siempre practicaba borracho. Era totalmente egoísta. Hasta que tuve una relación que por fin empezaba a funcionar... y la perdí. Me culpé por ello, estaba demasiado roto para amar o ser amado. Y eso ya me derrumbó.

EP3. Quizá me equivoque, pero suena como si ya estuviera mejor.

J. G. Tampoco diría que mucho mejor. Estoy alejándome de las relaciones por un tiempo para trabajar en mí mismo. No hay ningún problema con estar soltero.

EP3. ¿Escribiría las mismas canciones si fuera feliz?

J. G. Ya estoy en paz con el hecho de que la vida no es fácil. Vivo de la música. Tengo amigos asombrosos. Así que, de alguna manera, sí soy feliz. Me he preguntado si con menos problemas podría escribir sobre otras cuestiones. La respuesta es que sí. Esa melancolía y esa vulnerabilidad son parte de mí. Traté de destruirlas con alcohol, pero ya he entendido que son precisamente las que me permiten escribir.

EP3. ¿Qué tal lleva la soledad de la gira?

J. G. Llevo un año en ella. A veces desearía que hubiera alguien tumbado a mi lado.

EP3. ¿Sigue creyendo que nunca ha dado un concierto decente?

J. G. No, ya no me torturo. Lo importante es conectar con el público.

EP3. ¿La música sería un oficio más disfrutable si fuera miembro de una boy band?

J. G. Ciertamente, estaría bien estar rodeado de un puñado de tíos buenos. Pero me frustraría no poder cantar sobre mis cosas. Además, no encajo bien en un grupo.

EP3. ¿La democracia no funcionó en The Czars?

J. G. No me gusta tener a nadie diciéndome lo que tengo que hacer todo el tiempo. Imagínate en una boy band, con un ejecutivo encima, un consultor de imagen controlando mis compañías, mi pelo...

EP3. ¿Le obsesiona mucho su aspecto?

J. G. Bueno, pienso en ello. Rara vez me satisface. Me gustaría tener un entrenador personal, como Jake Shears, de Scissor Sisters, y tener su cuerpo. El gran problema en las giras es que no me alimento bien. Y ojalá tuviera pasta para comprar ropa, porque seguro que me preocuparía más por ella de lo que lo hago ahora.

EP3. ¿En qué caprichos gasta dinero?

J. G. El poco que tengo, en libros y DVD. Ahora suspiro por un cofre con la filmografía de Almodóvar, que me fascina. Creo que debería vivir un año en España.

EP3. ¿Qué se lo impide?

J. G. Debería, ¿verdad? Ahora podría.

EP3. Hábleme de su adolescencia.

J. G. Me mudé con 12 años a Colorado, donde fui miserable. Mi familia no tenía dinero. Me matricularon en un colegio de niños ricos que me llamaban maricón y basura. Me forzaron a lidiar con mi sexualidad en un momento en el que aún no estaba preparado. ¡Y ni siquiera sabían que era gay! Era simplemente el peor insulto que se les ocurría. A eso únele una familia muy religiosa...

EP3. ¿De qué credo?

J. G. Bautistas del sur, muy estrictos. Tenía

un amigo en misa con el que tuve mi primera experiencia. Sentí tanta culpa... Era incapaz de conciliar el deseo sexual con mi cerebro. Destruí la relación por pánico.

EP3. ¿Tenía alguien con quien hablar?

J. G. No, ni con padres, hermanos o amigos del colegio. Cambié de instituto. Atravesé una fase new wave, escuchaba a Visage y Cabaret Voltaire, y empecé a enfrentarme a mi sexualidad, pero seguían llamándome maricón y viéndome como un outsider. No me libraba. Allí empezó lo grave. La Iglesia me enseñaba que ser gay era el peor pecado posible. Me costó mucho salir del armario. Es importante que los gais respetemos los tiempos de otros gais. No se debería forzar a nadie a salir del armario.

EP3. ¿A qué edad lo hizo?

J. G. A los 25. Mi familia estaba aterrorizada. Querían que fuera a terapia para curarme. Pero las cosas ya están bien. Menos con mi madre, que murió en 1995 de un cáncer, infeliz y decepcionada con mi homosexualidad. Fue muy duro. Nunca tuve la oportunidad de arreglar esto con ella.

EP3. ¿Ha vuelto a Denver a tocar?

J. G. No. Pero estoy a punto de hacerlo.

EP3. ¿Le enciende la idea de cantar allí una canción como JC hates faggots (Jesucristo odia a los maricones)?

J. G. Me hace ilusión tocar cualquiera de las nuevas. Por fin me representan. Estoy nervioso. No sé cómo me recibirán. Hay gente que está enfadada conmigo porque no reivindico Denver como mi hogar. Allí experimenté casi todo el dolor de mi vida. Pero no es culpa de la ciudad, que es preciosa y está llena de gente maravillosa.

EP3. ¿Sigourney Weaver ha escuchado la canción que le ha dedicado?

J. G. Eso me pregunto yo. Me encantaría.

EP3. ¿Es usted muy mitómano?

J. G. Creo en el hecho de ser fan de alguien, sí. Aunque es peligroso tratar con tus ídolos. Si yo conociera a las chicas de ABBA, me quedaría sin habla. Por eso la gente tan famosa se acaba aislando. Es muy difícil que las veas como personas normales.

EP3. ¿Alguna canción le cambió la vida?

J. G. Muchas. El verano pasado viví una ruptura y creo que Different stars, de Tresspassers William, y Our broken garden, de The Departure, me salvaron la vida.

EP3. ¿Hay mayor aspiración para un músico que esa?

J. G. Cuando todo va mal, que tras un concierto alguien te diga que tu disco le ayudó..., eso hace que todo valga la pena.

EP3. ¿Por qué los perdedores resultan tan seductores en la cultura pop?

J. G. Todos lidiamos con problemas, y nos gusta ver cómo hay gente que los supera.

EP3. ¿Pero no cree que en el fondo, y sobre todo en la adolescencia, sentimos un extraño placer al ver cómo nuestros ídolos toman las decisiones equivocadas?

J. G. Con 42 años, pienso que el hecho de que Jim Morrison muriera joven y bello es una tragedia. Un estudiante quizá prefiera romantizarlo todo para salir de la rutina. Pero no tiene gracia. Envejecer puede ser bastante increíble, sobre todo cuando pierdes el miedo y dejas de preocuparte por ser cool. Aún hay una parte de mí a la que le gustaría serlo, ser el último grito en música, como, no sé, Cut Copy, pero ahora me compensa mucho más ser yo mismo.

John Grant, la mirada más limpia del pop.
John Grant, la mirada más limpia del pop.

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