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Columna
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Lartigue

David Trueba

Mientras nos lo permitan, trataremos de no limitar nuestra ventana a la pantalla de televisión. Hay otras que a veces ofrecen elementos para la reflexión y la intensidad emocional. En CaixaForum de Madrid ha aterrizado la exposición Un mundo flotante, que recoge fotografías de un clásico, Jacques Henri Lartigue. Tipo peculiar, que no se convirtió en un referente mundial de la fotografía hasta que el MOMA de Nueva York presentó su trabajo en 1963, cuando ya era un señor de casi 70 años que había pasado la vida tirando fotos sin caer en la cuenta de que era algo más de una afición apasionada.

Quizá ese sea el secreto de Lartigue (1894-1986). Hijo de un industrial adinerado, su vida en París cambió el día en que le regalaron una cámara de fotos. Tenía siete años y el siglo XX apenas estaba comenzando. Su vida se refleja en aquellos primeros retratos del entorno íntimo, su jardín, su cuidadora, su bañera, su gato, sus juguetes. El retrato de sus padres, el juego, la caricia de la vida, de alguien convencido de que la felicidad era un don y cuyo esfuerzo primordial debía dirigirse a mantenerlo y conservarlo. Los estudiosos analizan la pureza de las fotos de Lartigue, que generan un enigma en contraste con la trepidante crueldad del siglo que le tocó vivir.

Pero quizá lo más fascinante de Lartigue es proponer la metáfora fotogénica de la felicidad. Los conceptos no son filmables, salvo a través de una propuesta reconocible, compartible. Así, Lartigue retrata siempre a gente en movimiento, que salta, corre, chuta, se zambulle al mar o guarda sus ropas del viento. Carreras de coches, de bicis, vuelos pioneros, cometas, volteretas, patinaje y baile. El movimiento como visualización de la posibilidad de ser feliz, del instante de vuelo ingrávido en el que se apoya una vida entera, siempre en persecución de esa plenitud que se escapa entre los dedos. Lartigue es una aspirina fotográfica de amor a la vida, que dedicó su mirada a congelar aquello que da sentido al esfuerzo del ascenso y a la decepción de la caída: el salto.

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