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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Sai Baba, polémico líder espiritual indio

Tuvo decenas de millones de seguidores en todo el mundo

María Antonia Sánchez-Vallejo

Con la muerte de Sathyanarayana Raju (1926, Puttarparthi, Andhra Pradesh, India), conocido como Sathya Sai Baba, más de un occidental turbado por los males del mundo se habrá sentido huérfano. El gurú (en sánscrito, líder espiritual) fallecido el 24 de abril pasado a los 86 años desplegó sus enseñanzas urbi et orbi, con centros en 114 países y seguidores en más de 180. India, su país, le honró con un funeral de Estado que fue retransmitido por televisión y al que asistieron más de 200.000 devotos y simpatizantes, entre ellos el primer ministro, Manmohan Singh; Sonia Gandhi, líder del histórico Partido del Congreso; leyendas del críquet, estrellas de Bollywood y una pléyade de funcionarios, políticos y mandamases, la urdimbre de poder sobre la que el gurú cimentó su obra.

Inspiración del jipismo, sus críticos le acusaban de superchería

Sai Baba, que murió de un ataque cardiaco a los 84 años de edad en Puttaparthi, representa a la perfección la figura del maestro espiritual tan del gusto de Occidente desde que, en los sesenta y setenta del pasado siglo, en plena eclosión jipi y de la mano de famosos como los Beatles, entre la amenaza nuclear, el estruendo de Vietnam y la ingenuidad flower power, las filosofías orientales se convirtieron en faro vital de muchas generaciones. A diferencia de otros gurús, Sai Baba se alzó sobre las diferencias sectarias y ofreció un paraguas de ecumenismo a sus fieles, decenas de millones -entre 30 y 100, según las fuentes- en todo el mundo; amplitud de miras que se le devolvió en sus honras fúnebres, cooficiadas por representantes de diversas religiones. A diferencia de los hindúes de a pie, su cuerpo no fue incinerado, sino inhumado, como corresponde a un líder religioso.

La experiencia vital de Sai Baba fue la habitual en este tipo de personajes: una infancia y adolescencia portentosas, con revelación de prodigios, conocimiento infuso de idiomas y experiencias místicas que pronto -a los 14 años- dejaron patente su condición de avatar (otra palabra sánscrita: representación o encarnación de Dios). Mezclando elementos de hinduismo e islam, Sai Baba comenzó a predicar en el sur de India y a acumular seguidores. De esa época datan sus coqueteos con la magia (o los milagros, según quien narre la historia): se decía capaz de sacar ceniza o incluso baratijas de la nada.

En 1950 puso la primera piedra de su imperio con la construcción de un ashram (retiro) que fue convirtiéndose en lugar de peregrinaje mundial y que abarca una extensión de 10 kilómetros cuadrados. El ashram de Sai Baba atrajo a Puttaparthi, localidad perdida en el menesteroso Estado de Andhra Pradesh (centro de India), inversiones que, en forma de hoteles y restaurantes de lujo, dan servicio a los peregrinos VIP.

Como no podía ser de otra manera, el vasto entramado de intereses de Sai Baba diversificó también las actividades de su emporio, el Sri Sathya Sai Central Trust, cuyo capital se calcula en 9.000 millones de dólares. Sus inversiones abarcan, entre otras, un instituto de especialidades médicas y la Universidad Sri Sathya Sai, que respectivamente ofrecen atención sanitaria de calidad y educación gratuita a jóvenes sin recursos; un modernísimo hospital de 330 camas cerca de Bangalore; innumerables colegios e institutos, así como proyectos de irrigación y potabilización de agua en Chennai (antigua Madrás), con dos millones de beneficiarios.

Hasta el final de sus días Sai Baba fue un enigma. A su ascendiente sobre millones de personas se contraponen viscosos episodios, como acusaciones de abuso sexual por parte de peregrinos occidentales que nunca fueron investigadas. En un documental de la BBC (Secret Swami, 1994), dos seguidores estadounidenses revelaban haber sido víctimas de las insinuaciones del gurú, que este justificó como parte de un ritual de sanación. En 1993, cuatro varones murieron en las proximidades de su dormitorio, en un confuso incidente que tampoco fue aclarado. Puede que la presencia en el consejo de administración del trust de un antiguo responsable indio de justicia sirviera para garantizarle completa impunidad. O que el halo que rodeó a Sai Baba no fuera en realidad, a decir de sus detractores, sino una corona trenzada de credulidad y superchería.

Sai Baba en 2010.
Sai Baba en 2010.MUSTAFA QURAISHI (AP)

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