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Reportaje:PURO TEATRO

Las intermitencias del corazón

Marcos Ordóñez

1 Se ha escrito incontables veces que Turguénev anticipa a Chéjov, pero a mi juicio las similitudes se centran (y acaban) en la elegancia formal, el ambiente, y los eternos asuntos de las intermitencias del corazón y el carrusel de desentendimientos, que ambos tomaron de las comedias de William Shakespeare. Los personajes de Turguénev apenas practican el tenis del subtexto, más bien al contrario: con tonos más melancólicos, no andan lejos del mundo de Jane Austen y anticipan, a su vez, a los parlanchines desnortados del cine de Rohmer. José Luis Alonso estrenó en 1964, en el Valle-Inclán, Un mes en el campo, su última pieza, protagonizada por Conchita Montes. Josep Maria Mestres la ha dirigido ahora en el TNC de Barcelona, en notable versión catalana de Miquel Cabal y Joan Sellent: es una puesta sutil y elegante, con pasajes de gran brillantez, con excelentes escenografías y vestuario del tándem Durán- Pavlowski, pero lastrada por un problema de texto (su primera parte, fatigosa y reiterativa) y un elenco con varios errores de reparto. Natalia Petrovna, su personaje central, está inspirada en la mezzo catalana Paulina García Sitjes (en arte, Paulina Viardot), que llevó por la calle de la amargura al pobre Turguénev, su contumaz adorador, y al bueno de su marido, Louis Viardot, santísimo varón que acabaría convertido en amigo íntimo del escritor. Con las imaginables mutaciones que impone la ficción, ese es el sugestivo punto de partida de Un mes en el campo pero no, lástima, su eje: por las razones que fueren, Turguénev deja al marido fuera de juego durante media obra y tan sólo lo hace reaparecer en el tercio final.

Silvia Bel, reina absoluta de la función, pecha con el difícil rol de Natalia, el equivalente ruso del bicho que picó al tren

Silvia Bel, reina absoluta de la función, pecha con el difícil rol de Natalia, el equivalente ruso del bicho que picó al tren. El dramaturgo la dibuja como una dama fascinante pero insufrible: caprichosa, manipuladora, tiránica y siempre al borde de un ataque de nervios. La estupenda actriz catalana, que aquí recuerda a una joven Geraldine Page, está admirable de poderío, seducción, complejidad y elegancia: sostiene la obra sobre sus espaldas y apenas abandona el escenario durante dos horas y media. El segundo mejor personaje, igualmente adornado por un manojo de rutilantes cualidades negativas, es el doctor Schpichelsky, un bufón lúcido, cínico y resentido, que corre a cargo de esa fuerza de la comedia que es Carles Martínez: si su arrollador monólogo de presentación no anda lejos del perfil y los ritmos de Capri, la gran escena de la petición de mano, una de las joyas de la segunda parte, parece escrita (e interpretada), en su mezcla antirromántica de desabrida sinceridad y egoísmo de solterón, por el mismísimo Josep Pla. Completa el terceto de grandes trabajos una casi debutante, al menos en este circuito: la jovencísima Diana Torné, que encarna a Verotchka, la ahijada de Natalia. Todavía no controla del todo su dicción, aunque eso pasa a segundo término cuando la vemos mostrar tanta entrega como aplomo y cuando las emociones brotan vivas y en su punto, como en el endiablado mano a mano con Silvia Bel que precede al intermedio: pocas actrices de su edad podrían sostener tal envite.

El principal escollo del reparto está en la elección de los galanes, como se decía antes. Bien cierto es que Ratikin, el platónico enamorado de Natalia, tiene escasa paleta por su condición de sufridor silencioso (y su condición de residente vitalicio roza lo inverosímil) pero hay una opacidad excesiva en la composición de Josep Manel Casany, que sólo remonta el vuelo en el tercio final, cuando el personaje se cansa, muy comprensiblemente, de chupar banquillo. Quien tiene todas las bazas para relumbrar y no lo hace es Robert González en el esencial papel de Beliaev, el joven profesor que enloquece, sin proponérselo, a las damas de la mansión campestre. ¡Serio contratiempo! Hemos de creernos que Natalia, Verotchka y la criada Katia pierden la sesera por él, como si fuera Terence Stamp en Teorema, y ardua creencia es esa, vista la alarmante sosez que exhala en escena, por no hablar de lo mal que le queda a este muchacho la levita. No digo que Casany y González sean malos actores: digo que están mal elegidos o mal dirigidos. Hay trabajos dignos y sobrios, en su brevedad, como el del veterano Joan Raja en el papel del cándido y casi dickensiano terrateniente Bolshintsov, o el de Xavier Boada (Islaev, el marido), que atrapa muy bien la perla de su amistad casi fraternal con Ratikin; hay composiciones un tanto externas, como la Lizaveta de Miriam Alamany, demasiado cloqueante (y clicheante), y roles con muy poca enjundia que han ido a parar a actrices de muy superior empeño: son los casos de Carme Sansa, que interpreta a la madre de Islaiev como si fuera una abuelita de zarzuela (Katiuska, concretamente), y de Tilda Espluga como Katia, otra criatura a la que Iván Turguénev no otorgó excesivo desarrollo. Con todo, el texto de la segunda parte está muchísimo más ceñido: una sucesión de escenas redondas, sin flaquezas, sobre las que Mestres y su equipo se lanzan como perros hambrientos, llevando Un mes en el campo a una conclusión muy satisfactoria y muy aplaudida.

2 Ante la primaveral lluvia de estrenos, y guiado por el acendrado espíritu de servicio que me caracteriza, se impone de nuevo esta minicoda de recomendaciones telegráficas con el fin de que se apresuren a reservar entradas. Tras un arranque incomprensiblemente gritado y caótico, el Falstaff de Andrés Lima en el Valle-Inclán emboca sus múltiples tiros, crece como un soufflé prodigioso y se convierte, a mi juicio, en una de las grandes funciones de la temporada: espléndido y entregadísimo elenco, encabezado por los magistrales Pedro Casablanc, Raúl Arévalo y Carmen Machi, torrentes de ideas de dirección y superlativa versión de Marc Rosich. En el Lliure, Dos mujeres que bailan, nuevo y muy valiente drama de Benet i Jornet, con Anna Lizarán y Alicia Pérez en dos faenas de vuelta al ruedo, a las órdenes de Xavier Albertí. Como siempre, me explayo en breve.

Un mes al camp, de Iván Turguénev. Traducción de Miquel Cabal. Versión de Joan Sellent. Dirección de Josep Maria Mestres. Teatre Nacional de Catalunya. Barcelona. Hasta el 10 de abril. www.tnc.cat. Falstaff, sobre textos de William Shakespeare. Adaptación de Marc Rosich y Andrés Lima. Dirección de Andrés Lima. Teatro Valle-Inclán. Centro Dramático Nacional. Madrid. Hasta el 1 de mayo. cdn.mcu.es. Dues dones que ballen, de Josep Maria Benet i Jornet. Dirección de Xavier Albertí. Teatre Lliure. Barcelona. Hasta el 24 de abril. www.teatrelliure.com.

Diana Torné y Silvia Bel, en una escena de <i>Un mes en el campo,</i> de Iván Turguénev, en el TNC.
Diana Torné y Silvia Bel, en una escena de Un mes en el campo, de Iván Turguénev, en el TNC.David Ruano

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