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Columna
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El fútbol hecho hombre

Andoni Zubizarreta

En una de esas citas a las que nos agarramos los que no sabemos cómo arrancar con un artículo, Groucho Marx decía que nunca sería socio de un club que le admitiera como socio.

Claro que hay clubes a los que uno no se apuntan sino que le apuntan, hay clubes a los que uno accede sin quererlo, casi sin proponérselo, así, como sin querer pero haciendo todo lo imposible para estar en él. Hay clubes en los que, si eres inglés y has completado el correcto currículo, te hacen Sir. Aquí, si eres campeón del mundo, al seleccionador se le nombra Marqués, que no sé yo si es lo mismo, que ando yo pez en esto del tema aristocrático.

Hay clubes que han marcado nuestra infancia, al menos la mía, clubes como aquel clan de Los Cinco que comían pastel de carne y tenían un perro llamado Tim, al que me hubiera apuntado dejando mi paga de todos los domingos del año. Hay otros clubes que marcan y remarcan una carrera de futbolista. De esos, algunos los he visto desde lejos, viendo cómo pasaban, rozándolos con la yema de los dedos y perdiéndolos en la inmensidad de cada Eurocopa, de cada Mundial perdido.

Pero mi consuelo era que nadie poseía el carné de mi club exclusivo, aquel al que se accedía después de haber disputado 100 partidos en la selección. Ya saben que los porteros somos gente rara y yo llenaba mi ego cuando escuchaba que era el único jugador que había vestido 100 o más veces la camiseta de la selección.

Luego llegó un tal Raúl para pedir plaza en el club. Después de revisar sus credenciales decidí que aquel era uno de los míos, que aquel tenía una plaza en medio de los sillones de cuero con los que había decorado mi exclusivo club, ya que siempre me lo imaginé como aquellos viejos clubes ingleses. Ahora he tenido que retirar el humo con los que llenaba de misterio aquellos salones, nada de tabaco, todo sano y saludable.

El siguiente que llamó a la puerta era un tipo vestido con una camiseta que llevaba el 1 a la espalda. Esto le dio mucha ventaja para ser admitido. Cuando le pasé la ficha a mi compañero de centenario, Raúl alegó que el portero del Madrid siempre debería estar en nuestra panda, así que le abrimos ficha a Iker Casillas. Este tío no solo se hizo con el mejor sillón, sino que nos trajo a las vitrinas una Eurocopa y un Mundial. Se lo agradecimos, con un punto de envidia, con un mucho de orgullo.

Y por ahí andábamos pensando que tres ya éramos multitud cuando me avisan de que hay otro candidato llamando a la puerta. He abierto, con la venia de mis socios, para ver a un tipo bajito, sonriente, que alega para entrar que ya ha cumplido los 99, que estaba al lado de Iker cuando levantaba los títulos europeo y mundial, que tiene el Balón de Bronce, y que, sobre todo, le encanta el fútbol. Viene el muchacho enfundado en una camiseta del FC Barcelona (yo creo que se enteró de que el truco le funcionó a Iker con Raúl y ahora lo intenta conmigo y mi corazón culé). Me ha dejado unos vídeos con sus mejores momentos, dice no sé qué de una pelopina, que no sé yo qué es, que uno es muy antiguo para estas cosas, y trae una recomendación de mis colegas culés en la que dicen que es el alma del juego, que es el Dream Team hecho jugador, que es el fútbol en estado puro. Dicen sus papeles que es un 6 que juega de 4 y con la llegada de un 10. Mucho me parece a mí todo eso, ya que de ese tipo yo solo he conocido a un chaval que iba a la selección sub 21 y que de tan responsable no se atrevía a soltarse en el ataque para no dejar solo al otro medio centro, uno llamado Albelda.

Miro su nombre y confirmo mis sospechas: este tipo se llama Xavi Hernández. Yo diría que le falta algo para llenar su tarjeta de presentación: Xavi Hernández, El fútbol hecho hombre. Pase usted sin llamar.

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