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Columna
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Retirarse a tiempo

Tengo para mí que una de las razones de Rodríguez Zapatero para seguir al frente del Gobierno no es ya el desdén hacia la oposición sino el temor de lo que podrían hacer los que están seguros de sucederle, de ahí tal vez que el presidente, en una hábil maniobra, se anticipe y anuncie las medidas que Mariano Rajoy sueña con proclamar. A este paso, el jefe de los populares se queda sin programa que llevarse a la boca y el de los socialistas sin votantes, pues puestas así las cosas lo mismo dará votar que no votar, y, lo que viene a ser lo mismo, vendrá a dar casi lo mismo votar a unos que a otros. Se conformará así una especie de bodrio de Gobierno de concentración nacional sin concentración y con muy escaso nacionalismo. Toda sea para salir de la crisis, una crisis, conviene recordarlo, que Zapatero negó hasta tres veces y que Rajoy acogió con cierta esperanza, siempre con la boca pequeña. Esa esperanza ha ido creciendo con el tiempo, ciertamente, hasta el punto de que a Rajoy le ha bastado con dejar hacer a Zapatero para comprobar cómo marchaba con su preclaro optimismo directamente al precipicio.

Es cierto que Zapatero afirma una cosa para decir casi de inmediato exactamente la contraria, pero eso me parece más una característica de un político de raza que ocurrencias pasajeras de los políticos aficionados que aseguran un montón de cosas con el único objetivo de no cumplir ninguna. Quizás se deba a que Zapatero sabe, como William Faulkner, que la memoria cree antes de que el conocimiento recuerde, mientras que Rajoy se encontraría más próximo al dictum de Juan Benet: "Siempre perdurarán los actos punibles, y sólo la culpa acierta a dotar de algún sentido a la conducta". Lejos de la literatura, ahora que Babelia cumple mil números, lo que cabe desear a ambos candidatos a conducirnos en el tránsito por este valle de lágrimas es que, en el caso de que ninguno de los dos alcance la confianza suficiente del electorado, que bien se lo merecen, es que el uno sea algo más diligente en sus funciones como registrador de la propiedad que como líder político, mientras que el otro siempre podrá mostrarse optimista en cualquier telefónica más o menos exótica que lo acoja o en la intimidad (que adivino espléndida) en su nueva casa de León.

Mientras tanto, y más cerca de nuestra casa común, por aquí anda Camps sin saber muy bien a qué santo acogerse para evitar su imputación si consigue que los trajes se desgasten lo bastante y prescriban todavía relucientes, siguiendo el ejemplo del veterano de Castellón. Pero más allá de todo eso, hay algo de mayor importancia que no consigo cuadrar del todo. Si en el año 2027 el cómputo para percibir la pensión se extenderá hasta los 25 o 30 años (todavía no está claro) cotizados, ¿qué va a ocurrir entonces con el millón o así de jóvenes entre 25 y 35 tacos que ahora mismo carecen de trabajo estable?

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