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MI CORAZÓN DELATOR | Escrituras

Larga vida al señor Wences

Cada persona es un mundo, decían los psicologistas de antaño; pero la red social ha demostrado que cada persona es un muro. Cuando el señor Wences fue aclamado internacionalmente como el mejor ventrílocuo del mundo el único voto permitido en España era el de silencio, y quizá por eso hablaba como por detrás de un muro. Al señor Wences le ha dedicado un trabajo y un esfuerzo monumental el periodista Jorge San Román. Le ha escrito un libro único, La extraordinaria vida del señor Wences, que es una sensacional biografía casi minuto por minuto repleta de fotos deliciosas de su vida privada y de fotos alucinantes de sus actuaciones con Danny Kaye, con Walt Disney, en el programa de Ed Sullivan, en el que participó en 49 ocasiones... Y también, junto con el realizador Tomás Hijo, le ha hecho un documental de cerca de una hora y 20 minutos de duración, It's all right? It's ok! La extraordinaria vida del señor Wences; pero que no han comercializado por un problema de presupuesto. Y aun así se ha podido ver en clandestinidad. Hace unos meses la película se pasó en el Club de Payasos y Artistas de Circo de Madrid. También le ha dedicado San Román una página web, www.senorwences.com, en la que, además, vende su libro (y esta es la única manera de conseguirlo, pues se trata de una autoedición).

El mejor ventrílocuo del mundo tiene desde hoy biografía y documental

El señor Wences vivió 103 años y murió una noche de 1999, en Nueva York, mientras dormía. El último tramo de su infinita vejez lo pasó alternando seis meses en Estados Unidos y otros seis en Alba de Tormes, a donde había ido a dar por su afición a pescar truchas. Hasta casi los 100 años fue a diario al río, a primera hora de la mañana. Cuando un vecino le preguntó por qué pasaba medio año en América, dijo que era para que no le quitaran la paga. La historia del señor Wences es la del hombre que se va de su pueblo con la idea de hacerse rico y lo consigue a cambio de que ya nadie le conozca en su tierra. Su hermano mayor, Felipe Moreno, fue otro gran ventrílocuo; aún mejor que él, según el testimonio de todos los que le vieron y conocieron; pero prefirió la bohemia de chato de vino y de noche flamenca al extranjero. De su hermano, el señor Wences aprendió el truco de hacer un muñeco con la mano: una peluca sobre el nudillo; los ojos, dos botones y la boca pintada con pintalabios en los pliegues de los dedos. Le dio el nombre de Johnny Martin. Ahora hasta los niños lo aprenden en el colegio, pero primero el señor Wences tuvo que llevarlo por todo el music-hall americano, desde Los Ángeles hasta Perú. En 1937 le llamaron para que hiciese ese número en la película Cena de medianoche, y cuando vio que su mano se convertía en la de Charles Boyer le puso un pleito a la productora. Esto le vetó en el cine del momento, pero empezada la década siguiente ya tenía una mansión en Beverly Hills y se paseaba en un Buick último modelo. Se hizo vecino de Lucille Ball y de Rita Hayworth y compañero de dominó del padre de la actriz, Eduardo Cansino, y con James Stewart compartía incondicionalidad por el Partido Republicano (pronto fue amigo de Eisenhower y luego de Reagan), y estableció muy buena relación con José Iturbe, y muy mala con Xavier Cugat, que le parecía demasiado catalán y "un fantoche a lo Dalí". Entonces, lleno de Hollywood como un cielo lleno de estrellas, decidió que había llegado el momento de dejarse ver en su país. Nadie le hizo caso en Madrid. Al presentarse en Peñaranda de Bracamonte, su pueblo, en un Mercury despampanante, los muchos que no le habían conocido preguntaban quién era. "¡Un ventrílocuo!". "¿Y eso qué es?". "Uno que habla con la barriga". "¡Pobre hombre!".

El señor Wences tenía la nariz ganchuda, afilada, y la calavera escurrida, mística y señorial. Actuaba con frac negro y corbata blanca, había en él algo de ultimátum, palpitaba en su gesto la distinción intimidatoria, ominosa de un santo jesuita. Fue muy popular también su número con Pedro, una cabeza barbuda parlante. Era lo que se había salvado de un muñeco después de un accidente de circulación. Guardó la cabeza en una caja con bisagra y la paseó por los escenarios. "'S aw right, Pedro?", le preguntaba. Se abría la caja, la cabeza respondía "'S okay!" y se cerraba de golpe. El señor Wences habló siempre con acento de haber pasado mucho frío en Peñaranda y esto le hacía reír aún más al público americano. El breve diálogo It's all right? It's ok! empezó a correr como la pólvora anarquista por las películas y las series de televisión. Es citado en La familia Munster, en Scooby-Doo, en Los Picapiedra, y hasta Bart Simpson se hizo una vez un muñeco con su mano para decir el "todo va bien".

A lo largo del documental de Jorge San Román va apareciendo la gente que le conoció. Cuentan anécdotas vecinos de Alba, camareros, dependientes de comercio, toreros (Victoriano Posada y el Viti), pero también gente del oficio: payasos viejos, prestidigitadores olvidados, artistas de circo, el director Jaime de Armiñán, que fue un niño encandilado por su hermano Felipe Moreno y por su muñeco el loro Kiko; el mago Beherman, en su taller, donde fabrica aparatos y donde guardaba secretamente el auténtico, el inigualable loro Kiko desde hacía décadas; Íñigo, que en los ochenta le entrevistó en Directísimo. Fofito habla con camisa a cuadros y cigarrillo en mano, la cara curtida del artista que se ha enfrentado a todo lo que no le gusta de su oficio y de la vida. Solo falta en la película el sobrino del señor Wences y de Felipe Moreno, el productor y ventrílocuo José Luis Moreno. Una vez, en 1977, sacó a su tío en Musiqueando, el programa de televisión que presentaba con Eva Gloria. Es suficiente comparar el número de su muñeco Monchito con lo que hacía el señor Wences con la mano, o el número de su cuervo Rockefeller con el loro Kiko de su otro tío, para saber cuánto había tomado este artista de su familia.

Una calle de Nueva York que cruza con la avenida 54, en Broadway, cerca del Ed Sullivan Theater, lleva el nombre de Señor Wences Way. En Youtube se le puede ver haciéndole un número a la rana Gustavo en el show de los Teleñecos; fue Jim Henson quien le invitó personalmente. Durante años, la lápida del mejor ventrílocuo del mundo permaneció sin nombre como un naipe en blanco. Tuvo que encargarse de grabarlo su representante americano una vez que fue de viaje a Peñaranda.

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