_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Menos mal que nos queda Portugal

Poco sabía Siniestro Total -y eso que sabían cosas y cosas y más cosas- que muchos años después de titular así uno de sus últimos discos iba a tener tanto sentido en España e iba a resultar tan curativo ante el extraño afán de algunos españoles de rodearse de santos, ídolos mediocres, mediáticos y medianos. Por alguna extraña razón, una parte de este país necesita una Belén Esteban o una Carmen Ordóñez o un Julián Muñoz cada equis tiempo. A veces, esta parte del país se pone exquisita y se adentra en los confines del alma y encuentra un Cristiano Ronaldo o un José Mourinho para saciar su estomagante ansia de poder. ¿O quizás no? Quizás sean solo algunos españoles a los que la iluminación mediática les autoconvence de que todos los españoles son así. El culturalismo es como el milenarismo: una mentira, eso sí, productiva para algunos. ¿Hay alguien que se crea que todos los mexicanos duermen bajo un sombrero de paja, que todos los andaluces saben bailar sevillanas, que todos los argentinos engatusan o son peronistas, que ningún vasco folla o que todos los turcos trabajan en el Gran Bazar de Estambul? ¿Alguien sigue pensando que Portugal es un país que no tiene marca propia de automóviles y solo fabrica toallas y sábanas de felpa? El Portugal de Mourinho, sí. Es así. Pero no existe.

El culturalismo es una fábrica de estudios que te dicen que tú, que eres vegetariano, vives en un país carnívoro y, por lo tanto, eres carnívoro. Y pasa lo que pasa. Que el país de Mourinho es el mismo país de Pessoa, de Alexandre O'Neill, de Dulce Pontes, de Margarida Besa, de Amalia Rodrigues y del grandioso Saramago. Personajes todos de gran inteligencia, sensibilidad, sencillez y tranquilidad. Es decir, todo lo contrario que Mourinho o que Cristiano Ronaldo, empeñados en soliviantar al mundo para quedarse a gusto en su mínimo mundo de oro y platino. ¿Qué une a Mourinho con Saramago? Por favor, no me digan que ambos son portugueses. Mourinho es un valentón que encañona a los más débiles: Preciado, Pedro León, Canales,... Sacó la metralla contra Manolo Preciado, un tipo que solo alardea de dignidad y al que algunos incluso le piden en el rifirrafe que sea él quien pida perdón al gran jefe que le acusó de dos bobadas: falta de profesionalidad y de adulterar la competición.

Eso, en el país de Belén Esteban, es una tontería como la copa de un pino. Pobre Preciado: se toma en serio la defensa de su dignidad. ¿Digniqué? Infeliz... Eso no cotiza últimamente. Curioso: Manolo Preciado tiene mucho que ver con la gallardía, la humildad y la firmeza de Saramago. Mourinho tiene mucho que ver con Belén Esteban, es decir, con la malinterpretación del pueblo llano -Belén, bonita, hay gente de barrio que no es como tú. Serrat, sin ir más lejos-. Menos mal que nos sigue quedando Portugal, gracias a tipos como Preciado, Lotina o Pochetino. ¿Serán ellos los verdaderos portugueses?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_