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Tribuna
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La sagrada mentira

A bombo y platillo quieren que recibamos a este Papa, el mismo que ha desactivado el Concilio Vaticano II, representante de la facción más reaccionaria de la Iglesia trentina; así lo quiere la jerarquía católica, aquella que ha rechazado la educación para la ciudadanía y predica contra ella la insubordinacción ciudadana, la que pretende tener el monopolio de la doctrina, la que pasa de largo de tantas miserias humanas, a la que le chirrían los goznes mentales. Y así también lo ha querido nuestro Gobierno de izquierdas, presuntamente laico, que preside con todo el boato del antiguo régimen, sin delimitar lo público de lo privado, la consagración de otro templo expiatorio que resulta ser un fraude. Un fraude en el que son cómplices todos, y del que ahora nos imponen un trágala.

Se trata de una estafa descomunal. Invierten en la obra nueva que ha nacido vieja el dinero que recogen de los incautos

Porque todos saben que se trata de una obra ilegal, que atenta contra las leyes de urbanismo y de patrimonio, que no existe proyecto de obra nueva, que no respeta los límites aprobados por la UNESCO y no acata los requerimientos de las demás instituciones, basándose en un planteamiento estructural totalmente contrario al establecido por Gaudí: su método de búsqueda y creatividad continúa desautoriza el seguido por los actuales directores de la obra, quienes además se disputan la autoría de semejante despropósito en los tribunales. Han escogido una fase del proceso que utilizó Gaudí pero que ya superó y abandonó. Le han arrebatado la grandeza para convertirla en grandilocuencia. Han obviado su legado -la cripta de la Colonia Güell, allí donde estructura, construcción y forma se confunden y se da la obra de arte total- y han machacado su espíritu de investigación sobre la piedra y su capacidad de soportar pesos descomunales, su carácter pobre y humilde, su epíritu franciscano expresado potentemente en la utilización y reciclaje de materiales. Se sabe que aquello no es Gaudí, que no era su método de trabajo, que él no hubiera utlizado esa cantidad de hormigón, y lo que están haciendo es suplantar al maestro de una forma prepotente, pretenciosa, anacrónica y ridícula.

Se trata de una estafa descomunal : invierten en la obra nueva que ha nacido vieja el dinero que recogen de los incautos, y ocultan información sobre dónde empieza y acaba la obra original de Gaudí que la dejan caer: las torres cubiertas por redes debido a los desprendimientos... Pretenden darnos gato por liebre. Una vez más, los mercaderes se han hecho con el templo y quieren vendernos Gaudilandia.

Sin una gran creatividad, pretender continuar las obras de la Sagrada Familia engendra las chapuzas que revelan la decoración de la fachada de la Pasión, y marca un precedente de falta de rigor a la hora de remodelar o restaurar la mayoría de los edificios de Gaudí.

Desde que se decidiera continuarla, en los años de la posguerra española, amparada por el franquismo, las diversas peticiones de la ciudadanía han sido ignoradas. La Carta a La Vanguardia de enero de 1965 firmada por muchos, entre ellos Le Corbusier, Miró, Sert, Espriu, Gil de Biedma, Dorfles, Zevi, Pane, Coderch, y hasta Subirachs y parte de la curia, sigue vigente. Le siguió la Acción de 1990 en Defensa de la Sagrada Familia, contestando desde el mundo de la cultura y manifestando cual cadena humana cargada de cirios y oprobios; y últimamente los debates y el Manifiesto Gaudí en Alerta Roja, firmado por los representantes de las instituciones culturales del país, lleva tiempo recibiendo adhesiones en la web del FAD. Pero nadie se atreve a poner el cascabel al gato y parar esta vergonzosa megalomanía.

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Y para más inri la inauguran en un momento histórico en que las necesidades básicas son acuciantes y el dinero no fluye, por ello gran parte del clero está en contra de este despilfarro y ostentación que resulta una provocación innecesaria al resto del mundo y a otros cultos que piden hace años un espacio para sus rezos. En tiempos de crisis bendecir una tipología propia de países incultos y subdesarrollados, contraria a nuestra sociedad del conocimiento, laica, parece de locos.

María del Mar Arnús es historiadora y crítica de arte.

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