Javier Barón viaja en grupo
Con una fiesta por bulerías arrancó la nueva obra de Javier Barón. Un principio que bien podría ser un final, quizás porque el espectáculo tiene algo de circular. Se plantea el viaje de Alcalá a Morón y el trayecto se sostiene con la proyección de imágenes, pero en el desarrollo de la obra da la impresión de ser lo de menos. Lo importante es el viaje y lo que él pueda dar de sí con sus paradas, con el encuentro de artistas que ofrecerán múltiples momentos de fiesta, con cante, baile y música: mucha y muy buena música.
Para este festivo itinerario, Barón se ha rodeado de hasta una docena de artistas y, acostumbrado como nos tenía en sus dos últimas obras a una entrega exhaustiva en solitario, su arte termina sabiendo a poco. Eso sí, mostrado con todos los elementos y la elegancia que lo constituyen -que van de la gracia y la donosura por bulerías a la sobriedad de la soleá-, pero escaso. Curioso fue, por cierto, el modo en que esa soleá se presentó: diseccionada y bailada por fragmentos en cuadros sucesivos, lo que bien podría simbolizar el eterno retorno a los orígenes, no importa el lugar del viaje en que uno se encuentre.
VAIVENES
Compañía Javier Barón. Baile: Javier Barón, Carmelilla Montoya, Ana Morales, David Pérez, Antonio Molina El Choro. Cante: Miguel Ortega, José Valencia, David Palomar. Guitarras: Javier Patino, Rafael Rodríguez. Tres cubano: Raúl Rodríguez. Violín: Alexis Lefévre. Percusión: José Carrasco. Dirección artística: Javier Barón. Dirección musical: Faustino Núñez. Dirección Escénica: Belén Candil.
Teatro Lope de Vega. Lunes 4 de octubre. Lleno
La apuesta, pues, decididamente coral de Barón marca el balance de la obra. Porque, en ese formato, resulta imprescindible una afinación de los elementos en juego, de tal forma que se limen las aristas del conjunto mientras se respeta la individualidad. Y eso no siempre se percibió en escena, puede que por los propios imperativos de un estreno. Aun así, sobran elementos que destacar. Por ejemplo, el baile arrebatadamente étnico de Carmelilla frente al de escuela de Ana Morales, que apuntó sus buenas maneras en la danza clásica española.
El cante siempre estuvo bien defendido por esa oposición formal que representan Ortega y Valencia, mientras que del gaditano David Palomar se aprovecharon facetas no muy conocidas, pero que domina. Recitó cual cronista local unas prescindibles excelencias de Alcalá y Morón, bailó con gracia y, por supuesto, fue el líder de esa murga carnavalera de panaderos que se coló por tanguillos antes de que Valencia cuajara una saeta como marcando el paso del tiempo (Doña Cuaresma tras Don Carnal).
Pero, se insiste: buena música y muy buenos músicos. En las guitarras, Patino es un creador imparable, y Rodríguez un improvisador idóneo para la ocasión. Cuando se les sumaron el violín de Lefévre y el tres cubano de Raúl asistimos a bellísimos encuentros culturales y tímbricos.
La dirección musical de Faustino Núñez encontró en esos momentos su mejor aportación. Como en la farruca que culminó con un inspiradísimo baile de Javier Barón.
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