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Columna
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Desprestigio de la política

El desprestigio de la política se ha instalado entre nosotros y nada indica que vaya a abandonarnos en mucho tiempo. No pasa día sin que un suceso u otro venga a ahondar la brecha que separa al ciudadano de sus representantes políticos, a los que ve de un modo cada vez más ajeno. Sin duda, existen buenos políticos, personas que cumplen con su deber y que procuran hacerlo de la mejor manera posible. Por desgracia, estos hombres no se reflejan en las páginas de la prensa, de manera que es como si no existieran. El fenómeno es particularmente relevante en la Comunidad Valenciana, y me temo que el debate sobre política general que hoy se inicia en las Cortes no haga más que confirmarlo. ¿Les preocupa todo esto a los políticos? No lo creo.

La idea común que se tiene del político entre nosotros es la de un tipo aprovechado, que no padece las dificultades de la crisis y se pasa el día hablando por el teléfono móvil de sus asuntos o de los de su partido, mientras ignora los problemas públicos. Las informaciones sobre los precios del bar de las Cortes, publicadas por la prensa en los últimos días, han causado un profundo disgusto en la opinión pública. Quien piense que estamos ante un tema menor, se equivoca: el asunto, por su simplicidad, tiene la tremenda eficacia de las parábolas. El ciudadano no entiende que sus impuestos deban subvencionar el café de sus señorías, máxime en una situación de crisis económica. Que el suceso no haya producido ninguna reacción, revela el ensimismamiento en que vive la clase política.

La desfavorable opinión que la sociedad tiene del político se completa con el cuadro de la corrupción. Nadie duda que la Comunidad Valenciana es, en estos momentos, un territorio infectado de norte a sur. En contra de lo que creen los socialistas, esta mala imagen no afecta solo al Partido Popular: se extiende a la política en general, y provoca su desprestigio. El PP ha movido las piezas a su favor de una manera excelente, y el ruido que provoca no deja de favorecerle. La música de la corrupción suena igual en todas partes, pero no todo el mundo escuchamos la misma canción. En tanto no se pronuncien los tribunales, las cosas no cambiarán.

El PSPV asegura estar en contra de la corrupción, y alguna prueba ha dado de ello, aunque lo haya hecho de manera un tanto apresurada. Carece, sin embargo, de la valentía necesaria para cambiar las reglas del juego político, como tantos desearíamos. Obligados a elegir entre la ética y el poder, los socialistas valencianos optan por el poder, como demuestran en el asunto de Benidorm. Después de esto, ¿podemos creer en sus afanes regeneracionistas? Existen razones suficientes para acusar de cinismo al Partido Popular, pero nadie exige a los socialistas que se conviertan a su vez en unos cínicos. Al hacerlo, dan la razón a quienes les acusan de mirar solo por sus intereses. Un político como Ximo Puig -de larga trayectoria en el socialismo- ha llegado a proponer que la ética sea lo legal (!). Cuando la política se desliza por esa pendiente, los ciudadanos debemos echarnos a temblar. ¿Quiere decir el señor Puig que si los tribunales absuelven en su día a Fabra, a Camps, a Ripoll, deberemos aceptar que estas personas han tenido una conducta ética? A estos peligrosos extremos pretenden llevarnos los socialistas en su inconsciencia partidaria.

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