El desierto de Tyson

Tyson Chandler tiene una explicación para tantísima tinta: "Me aburro mucho".

El único pívot con el que Estados Unidos asalta el Mundial de baloncesto de Turquía ha convertido su piel en un pergamino: "Sé fuerte y valiente. No tengas miedo, no te desanimes, porque el Señor tu Dios estará contigo donde vayas", se lee en uno de sus tatuajes. "Solo los más fuertes sobreviven", dice otro que recorre, entre motivos tribales, su hombro derecho. Es dudoso, sin embargo, que el jugador de los Mavericks de Dallas y sus 216 centímetros tengan mucho tiempo para aburrirse este verano: en un equipo plagado de atletas, es el único capacitado para el trabajo sucio de la zona.

"A veces me siento raro por ser el único pívot", admite Chandler, "pero lo disfruto. Lo interpreto como una gran oportunidad. Además, por la forma como se juega ahora el baloncesto internacionalmente, no hay muchas oportunidades en las que me vaya a cruzar con grandes pívots pesados".

Desde su fino corpachón, musculado como el de un atleta, sin grasa con la que desplazar a los rivales a fuerza de empellones (pesa 106 kilos), Chandler elige la perspectiva histórica para explicar la progresiva desaparición de los especialistas en su puesto: los grandes pívots de los noventa y los inicios del siglo XXI, grandullones de pesadísimos kilos (Sabonis o Vrankovic en Europa; O'Neal en Estados Unidos) van dejando paso a jugadores más livianos y polivalentes que amenazan desde fuera y rehuyen cada vez más el contacto por dentro. En el Mundial, solo Marc Gasol responde a la descripción de los viejos tiempos.

"Al equipo hay que subrayarle que todos deben rebotear", explica Chandler; "esté yo o no, somos más pequeños que los contrarios. No tenemos dos tipos grandes como el resto, solo uno. Debemos rebotear como un equipo. La belleza de eso es el otro lado de la situación: en cuanto cojas ese rebote y se lo des a uno de los otros cuatro, vas a tener una transición rapidísima".