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Reportaje:Rutas paralelas

Condenados con vistas al mar

Daniel Verdú

Cuando Paco ve pasar un barco allá en la playa de Berria se acuerda del suyo. Nueve metros, grandes motores, atracado en el puerto de Santander. Y en ese momento le entran ganas de ir a cogerlo y navegar hasta Bilbao o adonde sea, y tomarse unas cañas con los amigos y también unas rabas. Tranquilamente. Hoy amenaza lluvia y el mar anda revuelto, pero cuando uno es marinero es un consuelo tener el océano tan cerca. El problema es si la ventana por la que puedes verlo cada día tiene gordos barrotes de hierro y todavía quedan dos años para salir de la cárcel. Eso sí, quizá el penal más bonito y confortable de España.

Los 572 presos de El Dueso, en Santoña (Cantabria), son los únicos reclusos de la Península que tienen vistas al mar, a la costa cantábrica concretamente. Algunas celdas dan también a las marismas que rodean la cárcel. Aunque no siempre lo bonito es un consuelo. Igual que las canciones alegres no funcionan con la tristeza, no está claro que un paisaje así reconforte cuando se vive entre rejas. Pero a Paco, bajito, pelo y perilla blancos, que acabó en prisión por un follón societario que salió fatal, le gusta. Cuando está deprimido le echa un vistazo al océano. En el mirador del patio o cuando pasa la mañana con los perros ahí en el campo de la cárcel. Ese es su trabajo. Estar con Thor y Balthus, dos labradores. Cuando salga, dice, pedirá que se los dejen llevar de vez en cuando. Porque estos chuchos tampoco conocen la libertad. Y a él tampoco le queda tanto para recuperarla.

Los presos del Dueso, en Santoña, pueden veR la costa cantábrica desde las celdas

Hace 103 años, un puñado de presos españoles que pagaban su condena en los protectorados africanos construyó la cárcel del Dueso, junto a las marismas de Santoña y al pie del monte Buciero. Empezaron desde dentro y terminaron con los muros que les dejarían ahí encerrados para mucho tiempo. El proyecto arquitectónico venía acompañado de una reforma de la ley penitenciaria. El asunto iba de terminar un poco con el hacinamiento y las condiciones infrahumanas de los penales. Y El Dueso ponía la primera piedra. Un siglo después, el enorme complejo de ladrillo, roca y hierro (con algunos toques a lo Eiffel) sigue siendo un oasis en el mundo carcelario. Es extraño, pero tanto presos como funcionarios sienten algo de orgullo por su penal, el suyo, el mejor. Una dosis relativa de libertad, campo para andar, mezcla de presos, seguridad relajada e, importante, dos platos a elegir de primero y segundo cada día.

Hoy toca arroz, costillas, pechuga y harira. Porque cuando llega el Ramadán, los más de 30 internos musulmanes tienen comida especial. Todos pasan por delante del mostrador. Los cocineros sirven. Ponme un poco más, anda, dice uno bajito con unas melenas a lo Camela. Sabrosa. En muchos colegios es peor. El comedor son mesas de cuatro, mantel de papel, como una cantina, con grandes réplicas de cuadros de Miró y Picasso pintados por los reclusos. Bandejas de metal y cubiertos de plástico. Cada uno los suyos. Mientras unos entran -hasta unos 400- otros salen ordenadamente. "Si esto fuera conflictivo, este comedor sería un polvorín", explica el tranquilo y vocacional director del penal, Carlos Fonfría. Y sí, no parece recomendable cabrearles. Pero los presos le saludan al pasar. Le piden cita, muy educadamente, para hablar de sus cosas. Sí, el martes lo vemos, les dice a algunos.

Nacho el Argentino, moreno, corpulento y con gafas, llegó a España hace cuatro años. En su Córdoba natal no había mucho para mantener a sus cuatro hijos y a su esposa. Así que se puso de albañil en Benalmádena. Dos meses. Mucho curro y pocos mangos, que dice él. Al final, el jefe les dejó tirados y unos amigos le liaron para dar un golpe. Algo fácil. Él solo tenía que conducir, esperar fuera de la joyería mientras sucedía lo del manos arriba, la pistola y todo eso... luego pisar el acelerador y de vuelta a Argentina. Es que no quería regresar con las manos vacías a casa, con la cabeza gacha del perdedor. Pero claro, el coche que usaron para el atraco era alquilado y en la agencia habían dado los datos reales. Nombres, domicilio... Solo hubo que tomarles la matrícula y, ¡zas!, en un día ya planchaba la oreja en la cárcel. "Vaya cagada, ¿eh?", se ríe ahora. Pues sí. Siete años y bastantes noches.

Nacho estuvo en Málaga antes de llegar a El Dueso. En Alhaurín de la Torre. Y aquello no tenía nada que ver. "Cuando llegué aluciné. Aquí se puede hasta jugar al tenis". El hotel, lo llaman algunos en el pueblo. Hasta no hace tanto, los presos cuidaban a unas 40 vacas. Pero ya no abundan los delincuentes de campo y en manos de los de ciudad las pobres mamíferas acabaron en el veterinario con mamitis aguda. Las vendieron hace cinco años.

Dentro, la verticalidad de las galerías marea. Típicas de cárcel antigua. Estrechas. Tres pisos con barandillas metálicas tubulares y portones de hierro con mirilla. En ese momento los presos están a punto de entrar para el recuento. El momento más importante del día. Artesanal. Ahí es cuando a alguno se le pasa por la cabeza largarse. Eso es lo que hizo el último que intentó fugarse. Viéndoles es fácil imaginar lo incómodo que sería verse atrapado en un motín. Pero hoy, desde luego, no toca. Todos hablan de una línea invisible en El Dueso. No se traspasa. Es la regla para que la vida dentro siga igual. ¿Drogas? Como en todas las prisiones. Donde hay niños, hay caramelos. Pues en una cárcel, lo mismo, reflexiona el director.

Porque esto es un presidio, bonito, pero un pedazo de penal. Hace unos meses, uno de los internos volvía de permiso con dos amigos que le traían en el coche. El fin de semana se metió en un lío de drogas que no hizo gracia a algún capo de Santander. Mal asunto. Un tipo les esperaba en la glorieta a pocos metros del penal. Cuando llegaron, el sicario se bajó del coche y les vacío el arma. Se cargó a dos. Y tiene gracia, porque un mes después el asesino se sentaba ya en el mismo comedor en el que durante tiempo lo hizo la víctima. Y aquí paz y después gloria. Porque esa es la otra línea invisible. La de las leyes del talego. "Esas cosas, incluso si eres un violador, no importan si eres un kie. Eso es lo que respetan ellos", explican en el centro. Pero eso ya son historias de cárcel.

Nacho <i>el Argentino</i>, preso en la cárcel del Dueso, mira el mar desde la ventana de la enfermería.
Nacho el Argentino, preso en la cárcel del Dueso, mira el mar desde la ventana de la enfermería.LUIS ALBERTO GARCÍA

En la cárcel... cuchara de plástico

- La comida es un pilar fundamental en este penal. Se puede decir que es razonablemente buena. Es el único presidio de España en el que los internos pueden elegir entre dos platos de primero y segundo. En la imagen, arroz y pechuga de pollo rebozada. Los musulmanes tienen su dieta especial sin cerdo y un menú para el Ramadán.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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