En tiempos de crisis sálvese quien pueda
La economía de los países occidentales se desliza por el filo de la navaja y antes o después acabará por cortarse. En Europa a causa de la crisis del euro y en Estados Unidos tras los desastres naturales y económicos que impiden a su presidente satisfacer las grandes expectativas suscitadas en la campaña electoral. Ese es el contexto con el que Occidente se presenta al G-20. Víctimas de la segunda ola de la crisis del crédito, la de la deuda pública, los países ricos parecen estructuralmente incapaces de gestionarla. La culpa es atribuida a la economía globalizada, un tigre que, sin embargo, no ha conseguido hacer descabalgar a las finanzas islamistas.
Hace nueve meses, Dubai World y Nakheel, de hecho dos compañías estatales, declararon no tener los 30.000 millones de dólares necesarios para pagar las cédulas de sus obligaciones. Llegados a ese punto, todos se esperaban una intervención del emir de Dubai, quien, sin embargo, admitió no tenerlos él tampoco. Esto fue un auténtico mazazo. ¿Es posible, se preguntaron muchos, que Dubai, la Wall Street de Oriente, el parque de atracciones de los extrarricos, además de corazón palpitante de la economía islámica, acabase por compartir el humillante destino de Islandia?
La globalización es hoy un far west sin reglas ni honor. En este G-20 China será la auténtica superpotencia
Pero todo aquel que hubiera previsto una bancarrota se equivocó. A pesar de haber criticado la gestión económica y financiera de Dubai, los Emiratos Árabes Unidos hicieron piña y Abu Dhabi garantizó todo el montante del débito. Ese gesto dio seguridad a los mercados y ofreció a las dos empresas la posibilidad de reestructurar la deuda. En total, los titulares de las obligaciones recibirán entre el 40% y el 50% del crédito originario.
Difícilmente Grecia podrá hacer lo mismo. Pero también Portugal, España, Irlanda e Italia (los PIIGS) tienen cada vez más dificultades para encontrar cada mes los fondos necesarios con los que pagar los intereses de sus deudas públicas. Los mercados imponen tipos cada vez más altos. De reestructuración, por ahora, ni se habla. Y la razón la conocemos todos: Europa, en lugar de hacer piña y de cerrar con discreción, como hicieron los Emiratos, la crisis de solvencia de Grecia -que ascendía a apenas 9.000 millones de euros- perdió demasiado tiempo. Un error aún más sorprendente si se piensa que la mayor parte de los acreedores de Grecia eran bancos alemanes y franceses.
Ante las dificultades financieras de la auténtica primera crisis de la globalización en Occidente, los países de la Unión Europea han respondido haciéndose daño recíprocamente. Y las primeras víctimas son los países mediterráneos. Alemania ha impuesto duras limitaciones a las ventas al descubierto (en las que el vendedor cede títulos que todavía no posee) y Francia ha criticado esa decisión dejando que sus bancos especulasen tranquilamente sobre la debilidad del euro. Berlusconi niega haber aprobado en el Consejo Europeo una tasa sobre las transacciones financieras e incluso sostiene querer vetar esa decisión. España está contra las cuerdas y Europa le ha pedido una política de austeridad que equivale a dar un hachazo contra los puestos de trabajo en un país donde el desempleo ya está por encima del 20%.
Se echa de menos ese espíritu unitario que hace de las economías islámicas un vehículo más seguro con el que navegar en tiempos de recesión. Europa y América, cunas del individualismo y fraguas del neoliberalismo, cuyo carburante consiste en la búsqueda egoísta del beneficio personal, responden a la amenaza de la insolvencia de la deuda pública volviendo a recorrer un camino tristemente conocido, el del proteccionismo, que transformó la crisis de los años treinta en la Gran Depresión.
De repente la globalización se ha convertido en un far west donde no existen ni reglas ni honor. La Fiat quiere trasladar a Pomigliano d'Arco la producción del Panda, que se había comprometido a fabricar en Polonia para obtener la financiación de la UE. El presidente Obama y el Congreso estadounidense endosan a la BP toda la responsabilidad del desastre ecológico del Golfo de México y pretenden de la multinacional británica 20.000 millones de dólares para volver a limpiar el área. Pero se cuidan bien de admitir que la empresa encargada de las perforaciones era norteamericana, como es norteamericana la tecnología de barrenado a gran profundidad, y que los permisos a la BP los han concedido las autoridades estadounidenses, locales y nacionales, a las que estas operaciones proporcionan sustanciosos ingresos fiscales. En otra parte del globo, Alemania se dice dispuesta a arrojar al mar lo que considera un lastre, o sea los países PIIGS, mientras lanza la idea de un euro a dos velocidades.
Ahora el eslogan de los líderes occidentales es "sálvese quien pueda". Podremos confirmarlo en el G-20 dentro de pocos días. En ambas riberas del Atlántico los economistas ya han comenzado la batalla de las teorías: los estadounidenses desaprueban la austeridad europea, con la que las exportaciones norteamericanas corren el riesgo de derrumbarse, y los europeos critican el proteccionismo del buy american de Obama. Mientras tanto, los chinos arramblan con todo aquello sobre lo que consiguen poner las manos, desde las islas griegas a las participaciones petrolíferas, y en el G-20 esta vez será China la auténtica superpotencia.
Loretta Napoleoni es economista italiana. Traducción de Juan Ramón Azaola.
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