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Reportaje:Primer plano

Europa se reinventa en una noche

La crisis fuerza a la UE a dar un salto adelante para salvar (de momento) su moneda

De madrugada. Europa suele tomar sus decisiones trascendentales bien avanzada la noche. Y sólo bajo presión, con desasosiego, casi con miedo. En realidad ese miedo siempre estuvo ahí: el embrión de la propia UE nació hace 50 años con la idea de evitar otra gran guerra. El euro vio la luz hace 10 años para estrechar lazos, como revulsivo para impedir la tentación del fracaso, la posibilidad de dar marcha atrás en la unión. Pese a ser un experimento -un caso único: una moneda sin Estado-, vivió plácidamente una década, mientras duraron las vacas gordas. Y ahora se enfrenta a un desafío mayúsculo que ha desnudado sus carencias. El huracán financiero estadounidense se convirtió en Gran Recesión mundial, y su penúltima mutación es una crisis del euro morrocotuda. Y sin final a la vista, a pesar de los acuerdos noctívagos de la UE.

El euro vivió plácidamente una década antes del huracán de la crisis
Los mercados desconfían de que la situación se estabilice
Los líderes del Eurogrupo veían la supervivencia del euro en peligro
Merkel supeditó su actuación a las elecciones de Renania-Westfalia
El ajuste en Portugal y España puede devolverles a la recesión
La distancia hasta un Gobierno económico real es enorme
Los nuevos pactos esbozan una unión económica más ambiciosa
Tras la euforia inicial, el euro ha caído a su mínimo en cuatro años
Ni Trichet ni Merkel querían que el BCE empezase a comprar deuda
Hay voces críticas que creen que se ha roto el mecanismo de disciplina fiscal
"La crisis tiene que servir para cambiar algunos enfoques", dice Pedro Solbes
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El fin de semana pasado, los líderes europeos se conjuraron para enfrentar esa crisis con un salto adelante que entraña una indudable trascendencia política: inaugura nuevos mecanismos de gobierno y esboza una unión económica. Y deja una lectura más expansiva y federal de un Tratado que hasta hace unos días parecía otra cosa. La respuesta inicial fue un éxito: los mercados se calmaron, el euro se recuperó, las Bolsas respondieron con euforia, las piezas parecían encajar. Pero la política económica es una carrera de larga, muy larga distancia. Las cicatrices siguen sin cerrarse. Puede que la madrugada del domingo, tras 12 horas de maratonianas decisiones, Europa se reinventara a sí misma, pero apenas unos días después el euro cerró el viernes a su menor nivel en cuatro años. Queda baile para rato.

Aún es pronto para calibrar todo lo que ocurrió el pasado fin de semana en Bruselas, pero la dimensión de los acontecimientos es de suficiente calado como para definir los tres días que van del 7 al 9 de mayo como históricos (palabra difícil de escribir en un periódico por el margen de error que conllevan las prisas).

- Historia en cinco cápítulos. Hay hasta cinco decisiones que se adivinan trascendentales en el devenir de la UE y del euro. En primer lugar, la Unión dio un paso de gigante poniendo en pie un mecanismo para asegurar la estabilidad financiera del euro con una dotación de 750.000 millones de euros, algo impensable sólo una semana antes por la velocidad de reacción y la magnitud de la cifra. Se trataba de evitar una segunda, tercera o cuarta Grecia. O más aún, de impedir que el contagio acabara con un efecto dominó en toda la zona euro. Está por ver si eso se consigue.

En segundo lugar, los países más acosados (Portugal y España, o viceversa) se vieron forzados por sus socios a anunciar drásticos ajustes para hacer frente de una manera realista a la reducción del déficit y al pago de sus deudas. Grecia e Irlanda ya habían hecho algo parecido antes.

Tres: el Banco Central Europeo (BCE) dio un giro copernicano a su trayectoria de asepsia política y pocas horas después de la creación del Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera anunció su propósito de intervenir en los mercados comprando deuda soberana, algo que hasta entonces había sido considerado sacrílego por el presidente de la institución, Jean-Claude Trichet. El BCE fue poco menos que obligado a adoptar esta medida por los líderes políticos. Pero el nuevo rumbo iniciado ha desatado serias críticas, incluida la del presidente del Bundesbank, Alex Weber, virtual sucesor de Trichet, evidenciando una grave división en la institución. El BCE se juega su independencia en el envite.

En cuarto lugar, el acuerdo sirvió de palanca para que la Comisión anunciara tres días después, con mucha más contundencia, una estrategia para potenciar la coordinación económica en la UE. La canciller alemana Angela Merkel, que durante los últimos meses estuvo completamente distraída con problemas domésticos, ha vuelto a recobrar la perspectiva de 2007, cuando dio el impulso decisivo para superar el trauma de la fallida Constitución y apostó por la única solución factible, el Tratado de Lisboa, que recogía su esencia. En un discurso en Aquisgrán con ocasión de la entrega del premio Carlomagno, Merkel afirmó que si el euro falla "no sólo fracasa la moneda: Europa fracasa también, así como la idea de la unificación europea". Europa tiene una moneda común, "pero no una política común ni una unión económica, y esto es exactamente lo que tenemos que cambiar", dijo en un discurso con el que trata de enmendar su monumental error de cálculo de los últimos meses, que ha dejado el euro al borde del abismo.

Y cinco: la intervención directa en la crisis europea del presidente de EE UU, Barack Obama, cobra una importancia fundamental, aunque de ella se hayan hecho lecturas muy diversas. Las reiteradas llamadas de Obama a los líderes europeos (Merkel, el presidente francés Nicolas Sarkozy, el ex primer ministro británico Gordon Brown y el presidente José Luis Rodríguez Zapatero), tenían como objetivo prioritario evitar el contagio de la crisis a EE UU. Paradojas de esta historia: las turbulencias financieras generadas por la banca estadounidense han desencadenado una crisis fiscal del euro, pero podrían volver a rebotar hacia suelo americano. Obama llama porque teme el contagio. Y las probabilidades de contagio son proporcionales a su propia debilidad: EE UU tiene un déficit público rayano en los 1,4 billones de euros, aproximadamente el 10% de su PIB. La imagen de estas llamadas es fatal para Europa, pero lo importante es que Obama explicita la necesidad de actuar coordinadamente, porque el ritmo de su endeudamiento podría ser tan insostenible como el de determinados países europeos. La próxima reunión del G-20 en Toronto en junio es una buena ocasión para medir si las dos orillas del Atlántico sintonizan la misma música.

- Ni bien ni mal, sino todo lo contrario. Evaluar ese paquete en su conjunto es tremendamente difícil, pero el panorama se ve más oscuro al otro lado del Atlántico. Desde Harvard, Kenneth Rogoff asegura a este diario que se trata de un plan "que impresiona" y que debería ayudar a estabilizar los mercados "temporalmente, aunque no sabría decir por cuánto tiempo: la crisis entra en una nueva fase". "Después del mecanismo aprobado, Europa va a tener que persuadir a los mercados para que compren masivas cantidades de deuda nueva. Se trata de un desafío mayúsculo. Europa necesita ajustarse. Veremos", concluye. En Washington, Desmond Lachman, del think tank neoconservador American Enterprise Institute, es aún más pesimista: "Se trata de un conjunto de medidas de emergencia, muy improvisadas, para salvar el euro. Pero es demasiado tarde: es una cuestión de tiempo ver suspensiones de pago de la deuda en Europa y hay países que van a abandonar la moneda común con toda seguridad".

En Europa hay menos dramatismo, y prácticamente nadie está de acuerdo con ese último extremo. Daniel Gros, economista del Centro de Estudios de Política Europea en Bruselas, asegura que los acuerdos "eran lo necesario para evitar el desastre: de lo contrario le hubiéramos visto las orejas al lobo esta semana". "Pero más allá de esta semana, los beneficios son menos evidentes: es un primer paso, una puerta abierta para mejorar la UE, para arreglar las disfunciones con las que nació el euro, pero sólo eso: una posibilidad. Es la hora de la verdad, especialmente en Berlín". Desde Madrid, Pedro Solbes, ex ministro de Economía y ex comisario europeo, subraya que uno de los problemas de la Unión "es la inexistencia de precedentes: no todo estaba previsto y la crisis tiene que servir para cambiar algunos enfoques. Pero no creo que vayamos al desastre (la UE no admite la marcha atrás) y algunos pasos como el nuevo rol del BCE deben considerarse positivos y están suficientemente justificados pese a que no sigan la línea histórica".

- Más gobierno. Es temprano para saber cuál de las decisiones es más relevante. Pero muchos de estos pasos llevan hacia un Gobierno económico de la UE, la idea preconizada por Jacques Delors en 1997. El que fuera presidente de la Comisión Europea señaló entonces que "si la política económica queda como una prerrogativa de los Gobiernos nacionales, un cuadro común de iniciativas coordinadas podría aportar un valor añadido indispensable para el buen funcionamiento de la Unión Económica y Monetaria (UEM)". Como dice un alto funcionario del Consejo, "hasta ahora, la E de UEM ha sido minúscula; ya es hora de que crezca".

Hay quien ve muy lejana esa posibilidad. Charles Grant, del británico Center for European Reform, admite que la cercanía al abismo disparó los resortes de supervivenvia hasta ahora ocultos tras intereses endogámicos y cortoplacistas. Pero su optimismo llega hasta ahí. Ni un paso más allá: "Es un buen acuerdo, va en la buena dirección. Y sin embargo no resuelve los problemas fundamentales de Europa. Hemos visto declaraciones grandilocuentes sobre la gobernanza económica, pero no hay verdaderos pasos hacia una unión fiscal, hacia una unión política, hacia un Tesoro único. Eso no va a suceder. La razón es sencilla: los grandes países no quieren. Europa sólo se mueve cuando está al límite, pero ni siquiera ahí se vislumbra que puedan resolverse algunos de los defectos de fábrica del euro".

- Crónica de un acuerdo maratoniano y noctívago. El salto histórico que marcará el desarrollo futuro de la UEM empezó la noche del pasado viernes 7 de mayo, en la cena del los líderes del Eurogrupo en Bruselas, convocada oportuna y urgentemente por el presidente del Consejo, Herman Van Rompuy, unos días antes. Se trataba de una reunión excepcional, cuyo único antecedente era el cónclave celebrado en París a mediados de octubre de 2008, para tratar las medidas de protección de la banca tras el derrumbe del banco estadounidense Lehmann Brothers. Los paralelismos con esa fatídica semana son numerosos: esta vez eran varios Gobiernos (Grecia, Portugal, España, Irlanda e Italia) los que tenían dificultades heredadas de la crisis financiera, y eso acabó secando el mercado interbancario, como ocurrió en otoño de 2008: los bancos también estaban en peligro. Las entidades financieras norteamericanas dejaron de prestar a los bancos europeos, temerosos por la cantidad de deuda pública de países potencialmente peligrosos. Y los mercados se contagiaron de esa incertidumbre.

"Cuando se convocó la cumbre sólo teníamos en mente ratificar el acuerdo de Grecia", señala una alta fuente comunitaria. Un acuerdo alcanzado el día 2 cerró un paquete de ayuda a Grecia por valor de 110.000 millones, con participación del FMI. Sin embargo, a partir del día 4, el clima se había enrarecido. Los costes de la financiación de la deuda de Portugal escalaron hasta niveles griegos. Y los de España se dispararon a consecuencia del falso rumor de que Madrid había pedido ayuda al FMI por una cuantía astronómica. Pero lo que terminó por hacer saltar las alarmas fue la caída de las Bolsas.

- Cena indigesta. Cuando el viernes por la noche los líderes del Eurogrupo llegan a Bruselas, en el ambiente flota algo parecido al pánico. Wall Street sufre un nuevo descalabro, un día después de haber caído hasta el 9% en algún momento. Trichet, Sarkozy y Zapatero coinciden en que la UE "está en una situación de riesgo" y que "lo que está en cuestión es la estabilidad del euro". Antes de la reunión, el presidente de la Comisión, José Manuel Barroso, llama a Merkel para alentar que Alemania actúe para salvar el euro. Paralelamente, Barroso insiste en sus recomendaciones a Zapatero y al primer ministro portugués José Sócrates para que adopten medidas drásticas.

La atmósfera de tensión de la cena del viernes aumenta a medida que se fragua la convicción de que lo que está en riesgo no es Grecia o el contagio a España y Portugal, sino la supervivencia del propio euro. Para empezar, el primer ministro luxemburgués, Jean Claude Juncker, se queja por la lentitud de la toma de decisiones en alusión a Merkel. Sarkozy, más dramático, exige una acción decidida y contundente si se quiere evitar el colapso y pide la creación de un mecanismo de estabilización. Sarkozy tiene prisa: los bancos franceses son los más atrapados en Grecia, seguidos de los alemanes. Pero Merkel está todavía pendiente de las elecciones en Renania-Westfalia del domingo día 9, que igualmente perderá.

Para el presidente francés la situación es insostenible y ha llegado el momento de que el BCE se emplee a fondo adquiriendo deuda soberana de los países más afectados, según fuentes comunitarias. La iniciativa cuenta con el apoyo de del presidente italiano, Silvio Berlusconi, quien decide permanecer en Bruselas hasta que se alcance un acuerdo anulando todos sus compromisos: eso se interpreta como otro síntoma de gravedad. Zapatero y Sócrates respaldan también la medida. Pero ni Trichet ni Merkel quieren que el BCE dé ese paso: la canciller alemana reprocha a los políticos su responsabilidad en las desgracias del euro y esgrime la independencia del eurobanco. Tres días después, sin embargo, el BCE decide -para sorpresa de todos, irritación de Alemania y alivio de los mercados- iniciar las compras masivas de deuda.

El panorama de incertidumbre en los mercados, la intensidad de las presiones de la mayoría de líderes políticos y sobre todo el SOS enviado desde el otro lado del Atlántico por el propio Obama acaban por convencer a Merkel. Pero aún quedan dos días para las elecciones regionales de Renania-Westfalia, un land con unos 20 millones de habitantes, nada menos. La reunión termina con un acuerdo político. Y punto. "La Comisión propondrá un mecanismo de estabilización para conservar la estabilidad financiera de Europa". Palabras, una vez más, y no hechos, a pesar de la gravedad de la situación.

Merkel, para disgusto de Sarkozy, decide aplazar la creación del instrumento de intervención hasta pasadas las elecciones y para ello se convoca un Ecofín extraordinario para el domingo 9. Aun así, se ha dado otro paso decisivo. "La cumbre del Eurogrupo", señala una fuente comunitaria, "fue el detonante para que el domingo siguiente se adoptara una decisión histórica sobre la gobernanza de la eurozona".

El sábado, con los mercados cerrados, se intensifican los intercambios bilaterales a todos los niveles y en varias direcciones. Durante el sábado y el domingo por la mañana dos equipos trabajan paralelamente en el diseño de la estrategia de defensa del euro. Por una parte, el Comité Económico Financiero (CEF), el organismo que prepara el Ecofin, integrado por los secretarios de Estado de Economía. Por otro lado, los técnicos de la Comisión Europea ultiman los detalles técnicos del mecanismo de estabilización financiera con un techo máximo de 500.000 millones. Fijado, una vez más, por Merkel.

El mecanismo será aprobado tras 12 horas de intensos debates y con importantes cambios en su diseño. Consta de dos pilares. Por un lado 60.000 millones, que se obtendrían de los mercados de capitales, usando como garantía el presupuesto comunitario; por otro 440.000 millones a través de emisiones de bonos con garantías de los Estados Miembros. Este segundo pilar es frontalmente rechazado por Alemania, Reino Unido, Austria, Finlandia y Holanda. El jurisconsulto del Consejo, Jean Claude Piris, sostiene que la Comisión no puede comprometer recursos que dependen de los presupuestos de Estados. Hasta la 1.45 de la madrugada del lunes no se logra un acuerdo. La solución es un Special Purpose Vehicle (vehículo para un propósito especial: en este caso obtener fondos de los mercados).

A estos 500.000 millones de la UE se unirán otros 250.000 millones del FMI. Al final ve la luz el instrumento solicitado tres meses antes -tres meses antes- por el presidente de los socialistas europeos, Poul Nyrup Rasmussen.

Nuria Molina, directora de Eurodad, considera que "tanto los 60.000 millones garantizados por la Comisión como los 250.000 millones aportados por el FMI serán fáciles de obtener y movilizar". Sin embargo, es más escéptica sobre la posibilidad de disponer de los 440.000 millones restantes, "tanto por las dificultades políticas de un acuerdo intergubernamental como por las dudas de los inversores, en unos mercados saturados de deuda". Para Molina lo más importante "es preparar una estrategia para cuando un país europeo tenga que reestructurar su deuda, como podría ocurrir en Grecia, Portugal o incluso España en los próximos tres años", lo que podría desatar una nueva oleada de crisis fiscal. Charles Wyplosz, economista del Graduate Institute de Ginebra, coincide a grandes rasgos con Molina. "El problema va a llegar cuando los mercados vean que buena parte del dinero no es fácil de conseguir: en ese momento los inversores pueden hacer con Portugal e incluso con España lo que han hecho con Grecia", dice. Wyplosz pega duro: "La UE se ha cargado la cláusula de no rescate, que era la garantía de que no iba a haber agujeros fiscales. Se ha cargado el mecanismo de disciplina fiscal. Ha puesto al BCE a rescatar a los Gobiernos con problemas. El Tratado no debería ser modificado por la vía de los hechos. Y aunque se empeñen, no puede haber un Tesoro europeo, porque no hay impuestos europeos para financiarlo. Todo esto es tremendamente decepcionante".

- Ajustarse el cinturón (o la camisa de fuerza). El acuerdo sobre el Mecanismo Europeo de Estabilización está estrechamente condicionado al compromiso de un ajuste serio por parte de España y Portugal, los dos países que junto a Irlanda han sufrido mayores encarecimientos de sus deudas por el virus griego. El Ecofin también se retrasó tantas horas por la resistencia de la vicepresidenta del Gobierno, Elena Salgado, a que en la declaración final apareciera el compromiso de un ajuste adicional para España y Portugal. Aunque Salgado logró impedir que el compromiso cuantitativo no apareciera en la declaración tras una noche de forcejeos con Alemania, Holanda, Finlandia, Suecia y con el vicepresidente del BCE, Lucas Papademos, la realidad acabó imponiéndose. El pasado miércoles Zapatero anunció una drástica reducción del gasto por valor de 15.000 millones , con recortes del 5% en los salarios de los funcionarios y congelación de las pensiones. Sócrates anunció a finales de semana un plan para darle un tijeretazo al déficit también en dos años.

- El triunfo de los mercados. Salgado ha asegurado que el acuerdo de Bruselas "es el triunfo de la política sobre los mercados". Paul De Grauwe, de la Universidad de Lovaina, opina más o menos lo contrario: "Para empezar, el acuerdo es un paso muy limitado hacia un mayor gobierno económico. Pero eso no es lo fundamental. Lo principal es que no hay que olvidar que la crisis llegó porque los mercados minusvaloraron los riesgos durante años. Después de los tremendos errores del sistema financiero, de las agencias de calificación y de casi todo lo que tiene que ver con los mercados, cabría pensar que su opinión tendría menos peso, menos importancia. Y sucede justo lo contrario. Los Gobiernos cumplen los deseos de unos mercados financieros que es muy posible que esta vez estén sobrevalorando los riesgos. Los mercados han forzado demasiada austeridad con esa presión", ataca. Llega la hora de ajustarse el cinturón en Portugal y España, los dos países más señalados tras Grecia. De Grauwe y otros expertos opinan que eso puede devolver esas dos economías a la recesión, o a un largo estancamiento.

- Crisis para rato. Pero las medicinas e instrumentos anunciados hasta ahora siguen sin remediar la crisis. Antoni Castells, consejero catalán de Economía tras haberse pasado varios años en las instituciones europeas, asegura que a pesar de haber ido a remolque y arrastrando los pies, las medidas aprobadas "son un paso decisivo, el embrión de un Tesoro europeo fundamental para complementar la unión monetaria". Aun así, las incertidumbres no han desaparecido ni por asomo. "Con los planes de austeridad en los países más atacados vendrá una caída de la demanda que acentuará el otro gran desequilibrio de Europa: el superávit comercial de Alemania es insostenible, tanto como los déficits sureños. También hay que dar pasos en esa dirección o de lo contrarioel euro seguirá en peligro".

La crisis deja al menos una lectura más. En las propias filas de los defensores del mercado se levantan voces que subrayan "la crisis de legitimidad de la economía de mercado provocada por el aumento de la desigualdad", señala Simon Tilford, economista jefe del Center for Economic Reform. Las empresas del Ibex anuncian una subida conjunta de beneficios del 20% la misma semana que Zapatero recorta el 5% el sueldo a los funcionarios. Los banqueros y los ejecutivos siguen cobrando bonus exorbitantes mientras el horizonte salarial de las rentas medias y bajas es sombrío. La brecha de la desigualdad va en aumento. Tilford destaca que en Reino Unido los ejecutivos de las 100 principales compañías británicas ganan 84 veces más que los trabajadores a tiempo completo, mientras que en 2000 sólo eran 47 veces más. Lo mismo sucede en Estados Unidos, y acaso en España. Tilford plantea las grandes dificultades a las que se enfrentan los Gobierno europeos, "que tienen que persuadir a sus escépticos electores de la necesidad de un mercado laboral más flexible, recortes de derechos sociales y en los servicios públicos". "¿Cómo lo van a conseguir?", se pregunta, "¿si esas reformas son consideradas las culpables del aumento de la desigualdad y de permitir enriquecimientos injustificables?"

El presidente del BCE, Jean-Claude Trichet,  el  pasado 16 de abril en Madrid.
El presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, el pasado 16 de abril en Madrid.CRISTÓBAL MANUEL
La vicepresidenta económica del Gobierno, Elena Salgado, en el Congreso de los Diputados.
La vicepresidenta económica del Gobierno, Elena Salgado, en el Congreso de los Diputados.BERNARDO PÉREZ

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