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Reportaje:

La chequera de Qatar

Nada es caro para los Al-Thani, que han comprado desde los almacenes Harrods al festival de cine Tribeca

¿Puede el dinero comprarlo todo? La familia real de Qatar va camino de demostrar que sí. Dueños de unas fabulosas reservas de gas (las terceras del mundo) y con petróleo para varias décadas, a los qataríes todo les parece barato. No hay inmueble, institución o montaje cultural que se resista a los poderes de seducción de su chequera. El año pasado se compraron un festival de cine entero, el de Tribeca, en Nueva York. Y lo trasladaron a Doha con su director, Robert de Niro, sus críticos, sus películas y sus estrellas.

El pasado fin de semana cerraron un trato con el magnate egipcio Mohamed Al-Fayed que les convierte en propietarios de los almacenes Harrods, de Londres, por la módica cifra de 1.500 millones de libras (unos 1.800 millones de euros).

Administran posesiones en cuba, en francia y, sobre todo, en reino unido

Aprovechando las gangas de la crisis, el soberano de este pequeño emirato del Golfo Pérsico, el jeque Hamad Bin Khalifa al-Thani, ha conseguido hacerse en tiempo récord con un considerable patrimonio. La compra la ha realizado el Qatar Holding, una firma dedicada a gastar los fondos soberanos del emirato, controlados por la Autoridad Inversora de Qatar, que se creó con este fin en 2005.

El país, famoso por la cadena de televisión Al-Jazeera, tiene el tamaño de Murcia, y un millón y medio de habitantes, muchos de ellos trabajadores extranjeros. El Estado de Qatar, que es tanto como decir la familia real qatarí, ha ido acumulando paquetes de acciones decisivos en la Bolsa de Londres, en Volkswagen, en los bancos Barclays y Crédit Suisse, o en la cadena de supermercados Sainsbury. Y han pescado inmuebles y acciones en otras aguas. Desde la Cuba de Castro, donde van a construir un hotel de lujo, hasta Marruecos, Sudán, Francia, o las Seychelles. Reino Unido es el país que más les atrae. Después de todo, el emir se educó en la academia militar de Sandhurst. Y admira la educación británica hasta el punto de construir en Doha una sucursal de la escuela privada Sherborne, de Dorset (Inglaterra), donde estudió su hijo.

La familia real es parcialmente dueña de Canary Wharf, distrito financiero de los Docklands, en Londres, y está montando una urbanización de superlujo en el solar de las Chelsea Barracks, en uno de los barrios más caros de la ciudad. Como quieren llevarse bien con el establishment, y no caer en los errores del hasta ahora propietario de Harrods, echaron por tierra el proyecto original que al príncipe Carlos le pareció demasiado moderno.

La venta de Harrods a los qataríes marca de alguna manera un punto final en la vida pública de Mohamed Al-Fayed, que compró los almacenes en 1985, y se sirvió de ellos para alcanzar notoriedad social. Al-Fayed, de 77 años, ha mantenido una larga batalla contra el establishment británico, que se endureció tras el accidente de automóvil que costó la vida a su hijo Dodi y a la princesa de Gales el 31 de agosto de 1997 en París.

Al-Fayed cree que detrás del accidente había un compló urdido por el duque de Edimburgo, esposo de Isabel II. En 2000, el duque retiró su patronazgo a Harrods, que había sido tradicionalmente proveedor de la familia real.

El primer ministro del Qatar, Hamad bin Jassem bin Jabr Al Thani, dejó bien claro al cerrar el trato con Al-Fayed que los nuevos propietarios quieren volver a contar con el favor de los Windsor. Con o sin el aval real, hace tiempo que Harrods, que ganó el año pasado 66 millones de euros, ha sido superado en gancho comercial por otras firmas, como Harvey Nichols o los almacenes Selfridges, acaso los más exquisitos de Londres. Pero los qataríes tienen grandes planes para Harrods, y según The Financial Times, prevén abrir una sucursal en China, probablemente en Shangai.

Conscientes de que los petrodólares no durarán para siempre, el emir y su segunda esposa, Mozah, han procurado invertir en bienes menos tangibles a corto plazo pero con mayores dividendos a la larga. Mozah preside una fundación dedicada a fomentar la educación y la investigación científica. Gracias a esta preocupación, han abierto sus aulas en el desierto qatarí sucursales de las grandes universidades de Estados Unidos, como la de Georgetown.

El emir de Qatar y su esposa, en París.
El emir de Qatar y su esposa, en París.AFP

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