Las tripas del Gaiás cobran vida
Visita a los edificios de la Cidade da Cultura que la Xunta inaugurará este añoLa cuarcita vuelve a ser colocada en el Gaiás a un ritmo de 200 placas diarias
En algunas zonas del Arquivo de Galicia, el primer edificio que se topan las visitas al entrar en la Cidade da Cultura desde las torres de John Hejduk, se enciende a diario la calefacción. El sistema de suelo radiante que recorre el edificio calienta ya varias salas grandes, enormes como lo es todo aquí, porque en ellas cumplen su jornada laboral decenas de archiveros y bibliotecarios con bata blanca, en algunos departamentos también con guantes y mascarillas, digitalizando documentos y clasificando pilas de libros que van llegando al monte Gaiás procedentes de fondos de la Xunta, universidades y donaciones particulares. Los libros entran en furgonetas por el muelle subterráneo de descarga que este edificio comparte con la Biblioteca, el inmueble aledaño, y llegan allí a través de la galería de servicios, un vial bajo tierra de más de medio kilómetro que está totalmente terminado y que en el futuro servirá para que los camiones con decorados teatrales, instrumentos musicales y obras de arte transiten por la Cidade da Cultura sin molestar a los visitantes.
La Xunta planea inaugurar los dos primeros edificios del Gaiás antes de que acabe este año, hay excursiones de grupos organizados y particulares casi todos los días, se prepara una primera exposición y en verano ya se van a programar conciertos en el marco del Xacobeo. Pero para estrenar definitivamente el Arquivo y la Biblioteca hay que construir accesos donde ahora sólo hay barro y tapas de alcantarilla. Y terminar de hacer los muebles, otro delirio ondulante, en madera lacada en blanco, diseñado por el autor de todos los edificios, Peter Eisenman. El arquitecto neoyorquino viene a supervisar las obras más ambiciosas que ningún país le ha adjudicado jamás cada dos meses.Delante de las torres que diseñó Hejduk para el parque de Belvís (y que después de su muerte terminó levantando Eisenman en el Gaiás porque era su amigo) hay aparcada una furgoneta de una carpintería de Val do Dubra que está trabajando en el mobiliario. De momento, ya se han fabricado muchas estanterías, mesas de trabajo y de recepción, anaqueles para discos compactos y un cubo gigantesco, de dos plantas de altura y con baldas hacia afuera y hacia adentro, en el que se colocarán los libros más valiosos, "los incunables", indica la guía de esta visita. Todo, ya se ha dicho, en un blanco inmaculado, y siguiendo con sus curvas y sus rectas tanto el oleaje en pladur que forma el techo como la cuadrícula que marcan las rectas en diferentes mármoles del suelo.
En la Cidade da Cultura hay infinitos detalles inapreciables a la vista del visitante que sólo cobran valor cuando un iniciado en las ensoñaciones de Eisenman se los explica. Por ejemplo, en las inmensas galerías que iluminan el interior de los inmuebles no hay dos cristales iguales. Cada uno está registrado con un número para que resulte fácil su reposición en caso de rotura. Algunos llegan a pesar 500 kilos.Pero el cristal, en algunas zonas, también sirve de pavimento. Donde no es así, el suelo es de mármol de tres colores (travertino, rojo y emperador) que responden a un código que se vuelve a reflejar no sólo en los muebles, sino en las baldosas de los baños, en los halógenos, en una retícula metálica que cuelga del techo y en los materiales de las cubiertas.
Las rayas de colores atraviesan un edificio, cruzan la plaza central y continúan por el interior del de enfrente, marcando una cuadrícula. Los pilares y las columnas también son esclavos de esta cadencia, y a Eisenman le da igual si uno de los primeros atranca un pasillo o una de las segundas queda pegada a una ventana obstaculizando la vista. La malla reticular manda, por eso hay franjas de colores que cruzan en diagonal una escalinata y por eso en las cubiertas, apreciables desde varios barrios de Santiago y desde la AP-9, se distinguen zonas de color rojizo y anchas franjas de planchas de aluminio lacadas en crema.
Las cubiertas, en sí, esconden sus propios mensajes cifrados. Eisenman ha explicado muchas veces que las ondulaciones recrean las estrías de la concha peregrina, y que entre la cuarcita roja y el aluminio color helado de vainilla se simbolizan también en chapacuña oscura las rutas jacobeas. Según se explica durante la visita, el hermano del arquitecto estadounidense es teólogo y recorrió en varias ocasiones el Camino Francés. Es probable que le sugiriese la idea. Las ondulaciones bivalbas de los edificios son tan grandes que al principio las empresas constructoras tuvieron serios problemas con los materiales. La cubierta del Museo de Galicia tiene una pendiente del 58%, y el hormigón se desplomaba. Luego descubrieron que podían utilizar un cemento de altísima densidad, como el que se aplica en vertical en las escorrenteras de las autovías.
El conjunto de seis edificios, que en el proyecto original eran ocho, con sus correspondientes calles, calcan el plano de centro medieval de Santiago, incluida la Praza do Obradoiro, aquí todavía sin pavimentar y cubierta de toxos, una vegetación autóctona del Gaiás que Eisenman quiere conservar a toda costa cuando llegue la fase de ajardinamiento.
Debajo de las placas de cuarcita (unos cuadrados de 50 centímetros de lado, cinco de grosor y 25 kilos de peso) de la cubierta, corre el aire. Hay espacio suficiente para que los obreros, de pie, atornillen las piezas desde abajo. Las de la fachada, son más fáciles de colocar: se enganchan a una estructura metálica por fuera, a razón de 200 al día. Y todo el mundo coincide en que se nota una enorme diferencia cromática entre la cuarcita de Muras (aquélla con la que se inició la obra, procedente de una mina ilegal del ex alcalde popular de Ortigueira, Antonio Campo) y la que tuvo que buscar el bipartito en Brasil para sustituir la primera cuando se esquilmó el filón.
Después de la inauguración, este año, de la Biblioteca (26.000 metros cuadrados y seis plantas) y el Arquivo de Galicia (uno entre los bloques que cambiaron varias veces de nombre dependiendo de la ideología gobernante, de tres pisos y 9.600 metros cuadrados), entre 2011 y 2012 se abrirán las puertas del edificio de Servizos Centrais (sede administrativa de la Cidade da Cultura, 7.500 metros cuadrados) y del Museo de Galicia (20.800 metros cuadrados y siete plantas).
Quedan pendientes sin fecha, pero con un agujero en la tierra que marca su ubicación, el ahora bautizado como Centro de Arte Internacional (de 16.000 metros cuadrados) y el Centro da Música e as Artes Escénicas, el más grande, con 55.000 metros cuadrados, dos auditorios y una chácena (o hueco vertical del teatro donde se instala la tramoya), en la que podría meterse la Torre de Hércules.
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