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Columna
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Surrealismo

Carlos Boyero

Presupones una notable inteligencia entre los presidentes del empresariado para las cuestiones prosaicas de este mundo, para multiplicar los panes y los peces pensando inevitablemente en el bien colectivo. Exigirles brillantez dialéctica y capacidad de convicción a los que saben tanto de números, a los que tienen perturbado continuamente su sueño por el cruel destino de los trabajadores a los que ya no pueden pagar la nómina o han tenido que despedir, sería excesivo. El discurso de Cuevas no se distinguía por la lírica ni por el magnetismo, pero debido a la gordura que poseían las vacas vivió días de vino y rosas con los complacidos sindicatos. Segurado parece estar convencido cada vez que aparece en la tele de que su verbo es florido, racional su pensamiento e incontestables sus argumentos para salir del naufragio.

Daba por supuesto que la autoridad moral de los hombres que representan al gran capital para ofrecer soluciones a los sufridos gobernantes y a los alborotados currantes esta basada en el éxito de sus propios negocios, pero la presidencia de Díaz Ferrán confirma que no es preciso algo tan liviano como mantener a flote tus sabios negocios. Le preguntan por ello en su incolora e insípida comparecencia en 59 segundos, pero su grisáceo poder de comunicación rehúye contestar sobre esas prescindibles intimidades, ya que él ha venido al programa para debatir sobre la inaplazable reforma social. No sé qué pensarán sobre cuestión tan trascendente la gente de sus empresas a las que su lucidez ha colocado en la puta calle. Por lo demás, me resulta imposible recordar nada medianamente interesante que saliera de los átonos labios del prócer de la economía. Sólo he retenido su convencimiento de que existe una peligrosa y grotesca falacia que intenta etiquetar como los malos a los empresarios.

No entendí nada de lo que contaba Díaz Ferrán, pero creo haberle escuchado a Elena Salgado hacerle la advertencia a los bancos de que a partir de ahora pagarán sus errores y no habrá más ayudas del Estado. ¿Y por qué no antes?, le pregunto al Espíritu Santo. Los banqueros le prometerán a la viceministra que nunca volverán a ser traviesos.

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