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Columna
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Mordiscos

David Trueba

Todo estudiante de periodismo conoce esta sentencia esclarecedora. "Noticia es que un hombre muerda a un perro y no que un perro muerda a un hombre". Las grandes noticias siempre han respondido a esa pauta. Un hombre muerde a un perro es la metáfora perfecta del atleta que bate un récord mundial, el astronauta que pisa la Luna o el superviviente imposible de un terremoto. Pero también un hombre muerde a un perro cuando el presidente de una autonomía termina en libertad bajo fianza de tres millones de euros. El perro son los ciudadanos, que no esperaban tal mordisco de quien había sido elegido para protegerlos.

Me acuerdo de todo esto al leer las confusas versiones sobre las mordeduras que ha infligido a Maradona su propia mascota. Si hay alguien que ha fabricado noticias a lo largo de su vida, en cada salto hacia adelante y en cada resbalón, ha sido Maradona. A pocos meses del Mundial, cuando más dudas genera el juego de su selección, siempre favorita en potencia, sólo faltaba que él mordiera a su perro, como ha hecho siempre en su inacabable vida pública. Lo contrario, por inesperado, ha sido noticia.

La peripecia de Maradona es una radiografía del alma de eso que llamamos éxito. Si hace unos días era noticia la asombrosa confesión de Shakira reconociendo que durante años ha sufrido de baja autoestima, ayer mismo la confesión de Ricky Martin sobre su homosexualidad venía a sumarse a esta semana donde los hombres, vete a saber por qué, han decidido mostrar sus mordeduras de perro. Siempre se ha dicho que el precio del éxito es el éxito mismo. Esa dosis imprescindible de sacrificio personal. Ricky Martin ha salido del armario ruidosamente, otros de manera más discreta, algunos en ambulancia, como Rock Hudson. Es una buena noticia. Tampoco sabemos si a partir de ahora en los videoclips de Ricky Martin se contonearán chavales musculados en tanga o la campaña de imagen de Shakira regalará consuelo a todos aquellos que pasamos la jornada tratando de levantar el regusto a pesadumbre que nos deja la primera ojeada al espejo. Habituados a que sea noticia que un hombre muerde al éxito, nos sorprende descubrir que muchas veces el éxito muerde al hombre.

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