La España conciliable
Desde su debut, en 1998, con la estimable La primera noche de mi vida, Miguel Albaladejo, uno de los más prolíficos directores de la penúltima hornada de nuestro cine, ha practicado una suerte de comedia neorrealista hispana, a caballo entre la tradición y la modernidad, presidida por la irregularidad, marcada por esporádicos chispazos de genialidad en los diálogos y las situaciones y por una puesta en escena más cercana al esfuerzo que a la brillantez.
Entre su filmografía hay notables aportaciones (El cielo abierto), historias con grandes posibilidades y desiguales resultados (Manolito Gafotas, Ataque Verbal, Cachorro), y otras directamente fallidas (Rencor, Volando voy). Con Nacidas para sufrir, su nuevo trabajo, presentado en estos días en la sección Panorama del Festival de Berlín, alcanza sus cotas más altas sin abandonar sus señas de identidad, aunque puliendo al máximo sus anteriores desequilibrios.
NACIDAS PARA SUFRIR
Dirección: Miguel Albaladejo. Intérpretes: Petra Martínez, Adriana Ozores, Malena Alterio, María Alfonsa Rosso.
Género: comedia. España, 2009. Duración: 112 minutos.
En Nacidas para sufrir, de la que quizá sea mejor no desvelar apenas su trama general, se unen con infinita gracia la convivencia en la España del siglo XXI de dos mundos aparentemente inconciliables: el ultramontano machismo hispánico y el matrimonio homosexual; las residencias de ancianos organizadas por monjas y las camas con posiciones anatómicas; las verbenas de pueblo y el pago de los derechos de autor a la SGAE; la supervivencia de las viejas tiendas de ultramarinos y el ascenso de las galletas y los yogures con un tanto por ciento de fibra.
Ayudado por las soberbias interpretaciones de Petra Martínez y Adriana Ozores, Albaladejo demuestra que sabe tanto del terruño como de la vida ultramoderna, y ha compuesto un guión en el que también sobresalen un excelente manejo del lenguaje tradicional, de las expresiones de pueblo, y una gran capacidad para trasladar a la pantalla hechos cotidianos tan extendidos y tan poco resolubles como esa tos, entre la realidad y la ficción, que ejercitan algunas malas pécoras cuando llegan a viejas para descolocar al personal y practicar el victimismo. El libreto de Albaladejo nunca decae y siempre se saca de la manga un giro que, en principio, puede parecer sorprendente, pero que sólo se produce tras un exhaustivo análisis de la realidad más sangrante, ésa que nos circunda ahora pero que ha estado ahí desde tiempos inmemoriales.
Salvo alguna frase mal resuelta por algún intérprete de reparto, y un par de encuadres en los que se pierde eficacia por querer remarcar demasiado la gracia (el primer plano de la anciana al descubrir el pastel en la verbena), casi todo en la película rezuma verdad dentro de su aparente locura. Sobre todo el dibujo del cariño verdadero y de la soledad, y el relato de los daños colaterales que conlleva siempre el matrimonio, ya sea el de toda la vida o, como diría una parte de esa España aparentemente inconciliable, ese tan moderno que se puede practicar ahora.
Babelia
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