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Columna
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Los abogados de Atocha

Hoy hace 33 años que un grupo de extrema derecha acribilló a balazos por la noche a cinco trabajadores del despacho laboralista de la calle de Atocha, 55. Todos eran comunistas y sindicalistas de CC OO. Ayer se celebró en el auditorio de CC OO un acto en su recuerdo. La convocatoria iba firmada con este lema de Paul Éluard: "Si el eco de su voz se debilita, pereceremos".

Al día siguiente Madrid amaneció consternado y la rabia de los ciudadanos se desató. Eran tiempos convulsos aquéllos de la Transición. Los Guerrilleros de Cristo Rey aterrorizaban los bares, irrumpiendo pistola en mano y obligando a todo Cristo a cantar el Cara al sol con el brazo en alto a la manera fascista.

Ya estaba Adolfo Suárez en el poder, pero no le había dado tiempo a limpiar la maleza asilvestrada del antiguo régimen. Pero aquella matanza hizo que avanzara la normalidad democrática. Dos meses después, en marzo del 77, Suárez, en una jugada maestra, legalizó al PCE el Sábado Santo rojo, sorprendiendo a todos de vacaciones. Ese día la democracia empezó a ser bastante más verdad.

El entierro de los abogados fue la más potente concentración de demócratas que se había conocido en Madrid por aquel entonces: más de 100.000 personas se congregaron, apenadas y pacíficas, en la Audiencia Nacional y en el cementerio de la Almudena. Perdido entre la multitud estaba Santiago Carrillo, con peluca, claro. A la hora de recordar aquellos tiempos, es obligado nombrar a los miles y miles de ciudadanos que propiciaron la democracia: desde los curas y algún obispo, hasta estudiantes, militares, trabajadores, amas de casa, monjas y gente que pasaba por aquí.

Luis Javier Benavides, Serafín Holgado, Ángel Rodríguez, Javier Sauquillo, Enrique Valdelvira: si el eco de vuestra voz se debilita, pereceremos.

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