_
_
_
_
_
Crítica:EXTRAVÍOS | ARTE | Exposiciones
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ruido

"Donde quiera que estemos", escribe John Cage en su libro Silence (Silencio), "lo que oímos es fundamentalmente ruido. Cuando lo ignoramos, nos perturba. Cuando lo escuchamos, nos resulta fascinante". Con esta sabia y aleccionadora cita del gran compositor estadounidense, nacido en 1912 y muerto en 1992, inicia su ameno ensayo de divulgación Alex Ross, titulado El ruido eterno. Escuchar al siglo XX a través de su música (Seix Barral). La cita y el título son, sin duda, muy oportunos, no sólo por lo que tiene de obvio el que sin ruido no habría existido o se habría atrofiado nuestro sentido auditivo, sino porque la música contemporánea se ha convertido en algo todavía más polémico que el resto de las artes de nuestra época. En realidad, usamos descalificativamente el término ruido como el sonido no deseado y, por tanto, como la antítesis de lo musical, con lo que apelar a él comporta un rechazo estético de lo que, sea lo que sea, se nos obliga a oír. Curiosamente, la mayor parte de la gente, que hoy soporta como puede una constante agresión sonora, prefiere oír la estruendosa música pop, reproducida por doquier, a cualquier obra de la llamada música "seria" contemporánea, a la que, aun inaudita, se considera un amasijo de ruidosas notas discordantes. Por todo ello, no hace falta ninguna encuesta para saber que la práctica totalidad de la población actual cultivada no sabe ni los nombres de los mejores compositores del siglo XX. Un rechazo social tan unánime sólo es equiparable al que sufre la poesía, casi tan impopular como la música, lo que debería hacernos pensar.

Lo cierto es que casi nadie quiere reflexionar de verdad sobre ello, ni siquiera quienes, como Alex Ross, asumen la meritoria tarea de divulgar la auténtica historia de la música de nuestro tiempo, que no puede ser la de sus triunfales sucedáneos. No lo hacen por no incurrir en lo políticamente incorrecto y hurtan el problema de fondo a través de las más alambicadas y eufemísticas componendas, no vaya a ser que el rechazo del éxito sea tomado como una descalificación de la voluntad democrática. No obstante, el arte posee una inequívoca vocación universal, que se corrobora al cumplir con su intempestiva misión a pesar del circunstancial rechazo social que suscite. La educación, que no es sino la información debidamente canalizada, debería paliar este terrible problema que encierra al hombre contemporáneo en la autosatisfecha pequeñez de halagar su alienado gusto, pero es improbable un cambio al respecto si nadie lo requiere.

La grandeza de Cage al reclamar una paradójica atención al ruido demuestra cómo la música contemporánea estuvo y está abierta a todo material sonoro, justo lo contrario de lo que mediáticamente se programa hoy dentro del cerrado circuito comercial, que emite en una sola frecuencia. Al concluir su ensayo, Ross, no sin haber dejado enfáticamente claro que "todo el mundo es bueno", afirma lo siguiente: "Es posible que, en lo que a repercusión instantánea se refiere, los compositores nunca logren equipararse a sus homólogos populares, pero, en la libertad de su soledad, pueden comunicar experiencias de una singular intensidad". Pero yo por mi parte me pregunto si puede haber libertad sin soledad, comunicación sin intensidad y, sobre todo, auténtica creación artística sin libertad, soledad e intensidad.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_