_
_
_
_
_
El relevo en la televisión pública
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El chico de la vespa

Juan Cruz

Luis Fernández tiene 52 años. Es una edad engañosa, como acaso es engañosa la edad de su sucesor, Alberto Oliart, poeta y abogado, que tiene 81. En realidad, Fernández es como aquel personaje de Günter Grass en El tambor de hojalata que se negaba a crecer y tenía una fuerza del demonio. Es riojano y soñador, cree que el mundo se abarca de una mirada y que las vespas caminan tan veloces como los rayos. Tomó la vespa para presentarse en el Congreso, y no pasó nada; pero cuando se subió a la vespa otra vez, y fue como si fuera en avión, a presentar un proyecto para cambiar definitivamente la Corporación, empezaron a reescribirle el guión. Desde fuera le pueden decir de todo (que contrató con pólvora de rey, que se saltó los reglamentos antes de que se hicieran las leyes...), y de hecho se lo llevan diciendo los suyos y los ajenos (los suyos también son ajenos, parece) casi desde que se subió por segunda vez en la dichosa vespa. Pero desde dentro hay algunos detalles que darían una idea cabal de cómo funciona su cerebro radiotelevisivo: después de la égida de Carmen Caffarel (que dio a la historia el ERE sobre el que transpira ahora el Ente), Fernández se preocupó de lo que fue su primera vocación (en la SER, en Telecinco), la información. Colocó los telediarios en la primera fila de la audiencia. ¿A costa de qué? De hacer periodismo; la autoestima de esos informativos, sobre los que la tradición arrojó la sospecha sempiterna de la manipulación política, resultaron ya resueltamente profesionales, sin otra interferencia que la que venía de la pericia o impericia de sus responsables. Se cuenta que muchas veces esa aguja de marear fue demasiado fiel a las directrices: a favor de las noticias, y que algunos miembros del Gobierno no se reconocían en el producto. Ahora Oliart ha dicho que la neutralidad es su objetivo. Acaso lo dijo pensando en esta historia, pero es cierto, y sería ruin no aceptarlo, y Oliart es un hombre de enorme nobleza, que sin lo que hizo allá arriba este riojano hubiera sido imposible escribir neutralidad y RTVE en el mismo renglón. Eso se le debe, y lo hizo como si estuviera siempre subido en una vespa, a la velocidad de un rayo. Acaso esa velocidad le tumbó, pero él no se halla sino corriendo.

Más información
Un histórico centrista en la nueva RTVE
Un líder de audiencia con menos plantilla

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_