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OPINIÓN
Columna
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Los sedicentes

Hay liberales auténticos, que defienden con valentía lo que piensan aunque sea impopular, y lo practican. Hay liberales sedicentes, que se apropian de lo que dice de ese calificativo el diccionario de la Academia: "Dicho de una persona que se da a sí misma tal o cuál nombre, sin convenirle el título o condición que se atribuye".

Hay liberales que desde sus cátedras (trabajo fijo para toda la vida y pensión pública asegurada) demandan la libertad de despido o la flexibilidad en el empleo. Hay liberales que ocupan instituciones en las que no creen a cambio de dietas, coche y chófer (y que cuando les toca dejarlas, presionan para ser reelegidos); generalmente son liberales sobrevenidos. Hay liberales que predican la movilidad geográfica de los asalariados y que cuando cambian de una ciudad a otra la sede en la que trabajan, estallan en cólera. Hay liberales que defienden intereses en sus artículos en los medios de comunicación, sin confesarlos. Hay liberales tolerantes consigo mismos y faltones con los demás.

Hay liberales que practican el liberalismo con los débiles e intervienen a favor de los poderosos

Hay liberales que practican ese liberalismo con los débiles (por ejemplo, privatizando la sanidad o la educación) e intervienen sin escrúpulos ideológicos para defender sus intereses y los de los poderosos que les recompensan. Hay liberales partidarios de la rebaja o la extinción de impuestos, pero los primeros gravámenes que hacen desaparecer son los del patrimonio y el de sucesiones y donaciones que, como se sabe, debían pagar más unos que otros. Hagan el juego de poner nombre a cada una de estas posiciones.

Manuel Cobo, dirigente del PP, suplantó a Bertold Brecht el pasado lunes en este periódico y declaró lo siguiente sobre la ocupación del poder en la Comunidad de Madrid: "Vinieron a por Pío y yo no hablé porque no era de Pío; vinieron a por la tele y yo no hablé porque no era de la tele; vinieron a por la Cámara y yo no hablé porque no era de la Cámara; vinieron a por Ifema y yo no hablé porque no era de Ifema; vinieron a por la Caja y yo no hablé porque no era de la Caja...".

Caja Madrid es la cuarta entidad financiera del país, con siete millones de clientes, pero se la está dando tratamiento de cortijo privado. Miguel Blesa, su todavía presidente, fue nombrado por ser íntimo amigo de Aznar, en aquel apoderamiento de instituciones que tuvo lugar a partir de 1996, cuando el PP llegó al poder por primera vez reivindicándose del liberalismo y del centro reformista. No es que en otras cajas de ahorro o empresas privatizadas no haya sucedido algo parecido, pero se han cuidado las formas, sin la obscenidad de ahora.

Hay liberales que por Navidad regalan La sociedad abierta y sus enemigos o La fatal arrogancia, pero practican la ocupación de espacios públicos por pura lucha de poder. Por cierto, una pregunta nada retórica: ¿para qué quieren Caja Madrid?

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